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Perro, un cuento rural


Buena


ENTRE LO ANIMALESCO Y LO HUMANO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Con apenas cinco personajes, Perro, un cuento rural ensambla un relato que funciona como retrato del campo profundo, una aproximación bastante particular al universo de las peleas clandestinas y también como una estructuración narrativa donde todo, en mayor o menor medida, gira alrededor de un foco central.

Ese foco es el Perro del título, un ser que podría ser un humano pero también un animal, alguien que se define, para bien o para mal, a todo o nada, dentro del ring. El conflicto principal estará centrado en una pelea que parece definitiva, que puede ser la instancia que permita salir de la miseria, abandonar un pueblo que condena a la marginalidad, pensar en otro tipo de existencia. Todos los personajes, cada uno a su manera, están buscando una salida, sin poder encontrarla, pero es el Perro el que los agrupa y resume a todos.

De hecho, el Perro es un personaje que se conecta de forma cabal con Mateo, el caballo del emblemático grotesco escrito por Armando Discépolo. Si aquella pieza estrenada en 1923 reflexionaba sobre el paso del tiempo, la incapacidad de adaptarse a los cambios de época, las construcciones tradicionales y el peso de los mandatos familiares, Perro, un cuento rural actualiza esos tópicos e incluso los potencia. La plataforma para ese procedimiento se da a partir de una confrontación permanente entre los rasgos animalescos y humanos de los personajes: eso está más explícito en el Perro, que puede parecer puro instinto pero también acciona (y reacciona) a partir de lo afectivo, aunque también surge en los demás personajes. Desde lo sexual (que incluye la promiscuidad y el abuso), pero también recurriendo a lo ritual, las instancias de entrenamiento e incluso las puramente afectivas, ese antagonismo es puesto a prueba, encontrando puntos de contacto.

Quizás se le pueda reprochar a Perro, un cuento rural ciertos pasajes donde incurre en excesos en pos de delinear una puesta sostenida primariamente en la corporeidad y hasta la incomodidad. Pero lo cierto es que también consigue hilvanar un relato que decanta lógicamente en un clímax oscuro, trágico, que no elude la crudeza, aunque en un marco de sutileza donde el excelente trabajo con la iluminación, el sonido y la banda sonora juegan roles fundamentales. Hernán Grinstein, desde la dramaturgia, la dirección y, finalmente, el protagónico, construye una obra que difícilmente deje indiferente, a partir de una potencia narrativa y visual innegable. Un cuento tan triste como vigoroso, que se alimenta de tradiciones teatrales previas sin por eso ser redundante, sobre seres condenados a repetirse a sí mismos.


Dramaturgia: Hernán Grinstein Actúan: Carlos Bembibre, Francisco Franco, Hernán Grinstein, Jorge Laplace, Jimena López, Federico Torres  Diseño de luces: Lucia Feijoó, Christian Gadea Video: Francisco Castro Pizzo, Lucas García Fotografía: Christian Inglize, Gustavo Pascaner, Federico Torres Diseño gráfico: Martín Armentano Asesoramiento Creativo: Andy Gorostiaga Asistencia de dirección: Eugenio Sauvage, Federico Torres Prensa: Jimena López Producción: Débora Mujica Dirección: Hernán Grinstein Duración: 70 minutos Sala: El Método Kairós (El Salvador 4530, CABA) – Viernes a las 20:30. Hasta el 6 de octubre.

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