No estás en la home
Funcinema

Sebastián Caulier: “quise contar ese abismo entre las instituciones adultas y el mundo de los jóvenes”

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

El jueves 22 se estrenó El corral, segundo film de Sebastián Caulier, luego de La inocencia de la araña. El relato, situado en un pueblo de Formosa, se centra en dos adolescentes antisociales que desarrollan un particular vínculo, planeando llevar a cabo diversos actos de vandalismo anónimo en el colegio al cual asisten, en un juego que escala en su violencia hasta alcanzar consecuencias inesperadas. En charla con FUNCINEMA, el realizador se refirió a los orígenes del proyecto, las decisiones narrativas que lo enmarcaron, el preciso trabajo actoral con los protagonistas y los temas vinculados a la historia, entre otros tópicos.

-¿Cómo surgió la idea inicial para el proyecto? ¿Cómo fue su desarrollo?

El germen de la historia nació hace muchos años en un taller de guión que hice ni bien terminé la ENERC. La imagen disparadora fue un recuerdo del secundario que de hecho terminó siendo una escena de la película: un amigo mío al que un día a la salida de la clase de gimnasia nuestros compañeros lo persiguieron tirándole piedras, hasta hacerlo caer de la bici. A este recuerdo disparador se le fueron sumando más vivencias y personajes de esa época, y de a poco empezó a tomar forma de historia. En un momento me estanqué con el guión, lo abandoné y seguí con otra historia, que terminó siendo mi primera película. Después de varios años, revolviendo papeles, me encontré con el tratamiento de ese viejo proyecto. Lo recordaba como un guión trunco que nunca pudo ser. Lo releí, me interesó y decidí arrancar a escribirla de cero. Ahí sí salió. Moraleja: a veces los guiones para madurar necesitan pasar unos años en el cajón.

-¿Por qué decidiste situar la historia en 1998? ¿Qué elementos aporta esa ubicación temporal?

Hay varios motivos. Uno, el más básico, es bastante caprichoso y tiene que ver con que quería contar la adolescencia que conocí y viví, que tuvo lugar más o menos por esa época. De ahí se desprenden todas las incidencias que tiene la época en la historia: la relación entre los dos chicos que se forma puramente de presencia y momentos compartidos (no a través de redes sociales ni celulares) y situaciones específicas clave del argumento que directamente no podrían haber ocurrido de mediar la tecnología actual (como, por ejemplo, la escena en que Gastón tiene que salir del colegio para hacer una llamada desde el teléfono de la esquina y alertar sobre una bomba). Por último, creo que estos arquetipos que presento (el rebelde nihilista que es Gastón y el nerd solitario atormentado que es Esteban) tienen algo muy noventoso. Creo que estos ‘moldes narrativos’ en los que se refugian estos dos personajes eran muy usuales en esa época apolítica y escéptica en la que no había Estado que vertebre ni aúne la experiencia de vivir en sociedad y cada uno iba suelto por su lado, como buey perdido. Creo que en un contexto de destitución absoluta como ése, en el que no había nada ni nadie que contuviera el desasosiego, era habitual que surgiera esa necesidad de crearse — a modo de defensa ante la crueldad o la indiferencia del mundo— una identidad tan idealizada como la que se crean Gastón y Esteban. Estos papeles de ‘rebelde nihilista’ o de ‘poeta solitario atormentado’ son, en la película, dispositivos de supervivencia de los personajes para manejarse en un mundo que los excluye, los violenta y no los considera. No digo que esto sea excluyente de los ’90, por supuesto, pero es como yo recuerdo esa época.

-Habiendo nacido en Formosa, puede sonar lógico que hayas situado el relato allí, ¿pero qué particularidades creés que suma como espacio al film?

Creo que le suma la particularidad de ocurrir en otro punto del país y de mostrar otra realidad. Para mí está tan emparentada con la idiosincrasia formoseña que no concibo la idea de que hubiera podido transcurrir en otro lugar. Pero sé que es una cuestión mía y que tiene que ver con mi historia personal. Seguramente otro director podría contar la misma historia o una muy similar en Pergamino o en San Antonio de Areco. Lo que sí, creo absolutamente que es una historia de ciudad chica (o de corral chico), todas las cosas que pasan tienen que ver con la lógica de una ciudad chica en la que todo el mundo se conoce. Me parece imposible de trasladar a una metrópolis como Buenos Aires, donde las reglas del juego social son muy distintas. Además, desde el principio quise distanciarme de cualquier forma de costumbrismo o pintoresquismo en el tratamiento del lugar en donde ocurre. No me interesaba tematizar sobre la realidad sociocultural de la Formosa de fines de los ’90. En esta película, la ciudad actúa como atmósfera, como universo de la historia. Lo importante es la historia.

-¿Cómo elegiste a los protagonistas? ¿Cómo se trabajó el tono interpretativo?

Trabajé con María Laura Berch, que es una directora de casting especializada en niños y adolescentes. Primero hicimos  una convocatoria abierta a chicos de entre 16 y 18 años. Ella tomaba los castings y después yo iba a su estudio a ver los videos. En base a esos primeros videos, hicimos una preselección y empezamos a llamarlos de nuevo para probar distintas duplas. Así llegamos a los dos protagonistas. La visión de ella sobre los personajes fue importantísima en mi elección final de la dupla protagonista. Ella también estuvo presente como coach durante todo el proceso de ensayos y los cuatro fuimos definiendo y redefiniendo a los personajes. El proceso de ensayo fue una de las cosas que más disfruté de hacer la película. Aprendí mucho de ver cómo a través de las distintas modificaciones en la curva dramática de los personajes se puede reescribir todo el argumento, sin cambiar una sola letra del guión. El personaje de Gastón, por ejemplo, cambió completamente durante el proceso de ensayos. Yo lo había concebido como un psicópata absolutamente frío y calculador, y terminamos encontrándole un costado de fragilidad que lo hizo mucho más interesante. Algo parecido pasó con el personaje de Esteban, que en el guión era más trágico, más denso, y a través de los ensayos terminó siendo más tragicómico, con ribetes caricaturescos.

-La escuela y la familia aparecen reflejadas como instituciones frente a las cuales la única reacción posible parece pasar por la violencia. ¿Creés que hay un lazo que las une? ¿Notás cambios o continuidades en los últimos años?

En esta película en particular quise contar justamente ese abismo entre las instituciones (construidas y encarnadas por adultos) y el mundo de los jóvenes. La violencia surge, de alguna manera, como síntoma de esa absoluta incapacidad de la sociedad de pensar a la adolescencia fuera de sus ideas preestablecidas (ideas que les sirven más a los adultos que a los jóvenes, claro). Por supuesto, creo que hay puentes y lazos que pueden tenderse, pero en esa película quise recalcar la incomunicación, no los posibles puntos de unión. Con respecto a si hay cambios: creo que hay buenas intenciones por parte de las instituciones educativas de comprender y contener mejor a la adolescencia. La invención de la categoría ‘bullying’ y la voluntad institucional de concienciar sobre esa problemática es una de ellas.

-El film puede pensarse como un thriller pero también como una historia básicamente de amistad y hasta de amor. ¿Cómo buscaste hacer confluir esas vertientes?

Me gusta la idea de atravesar distintos tonos en un mismo relato, ir pasando de uno a otro. Acá quise instalar un tono de comedia adolescente primero, hacer que el espectador se sintiera cómodo en ese terreno reconocible, para después ir poco a poco llevándolo hacia un lugar más oscuro, menos conocido. En la edición definimos con el montajista lo que llamamos una ‘brújula tonal’ de la película con cuatro tonos como puntos cardinales: humor, frenesí, miedo, emotividad (que bien podrían corresponderse con cuatro géneros: comedia, drama, thriller, aventuras) y, con eso como referencia, fuimos armando la película cuidando mucho el traspaso de un tono a otro, analizando cuándo, dónde y por qué,  para que esa diversidad quedara como una evolución orgánica.

-Siendo los dos protagonistas esencialmente antisociales, ¿cómo creés que pueden generar empatía en el espectador? ¿Te sentís en cierta forma identificado con alguno o ambos?

Me siento identificado con ambos, o al menos transité emociones similares a las de uno y otro a lo largo de mi vida. Me identifico tanto con la sensación de soledad, desamparo y sumisión de Esteban como con la bronca, el desprecio y el escepticismo de Gastón. Creo que todos nos podemos sentir identificados con estos personajes justamente por eso: porque son antisociales. En el fondo, aunque tengamos un millón de amigos, todos estamos viendo constantemente cómo hacer para encajar y que no nos dejen afuera del juego.

Comentarios

comentarios

Comments are closed.