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24 líneas por segundo: ¡aguante el ombliguismo!

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En su acertado análisis de la última entrega de los premios Oscar, Diego Lerer dice algo así como que al premiar a Luz de luna por sobre La la land, el Oscar dejó de mirarse el ombligo por un rato para observar lo que pasa en el mundo. O al menos a su alrededor… La idea sería algo así como que la de Damien Chazelle es una película que no puede más que reflexionar sobre su propia materia, que es el cine (ese universo paralelo al que habitamos), mientras que la de Barry Jenkins es una película que se anima a mirar a personajes terrenales, humanos, que están aquí y ahora y que sufren o padecen los males de este mundo, preferentemente la discriminación. Digamos: se supone que los premios tienen que tener un subtexto político, más allá de reconocer la excelencia. Y con el tenor político que tuvo la ceremonia este año en relación a la gestión de Donald Trump (hay que sumar también el premio a El viajante), darle la estatuilla principal a La la land supondría un reconocimiento a un tipo de entretenimiento demasiado lavado o superficial. Había que decir algo, y posiblemente Luz de luna lo dice. La equivocación, en definitiva, está dada en pensar que el Oscar tiene que simbolizar algo más allá de lo que simboliza: es un premio, y uno bastante superficial, que parte del centro de la industria para reconocer a los mejores exponentes de ese cine industrial. Es, por decir algo, una suerte de medalla al empleado del año, y cuelga del pecho de aquel que mejor ayuda a sostener esa industria: es -tiene que ser- una devolución a esa espectacularidad que construye un cine más grande que la vida, integrado por imágenes icónicas y eternas. Hay años que ese gran espectáculo falta a la cita: por ejemplo el año pasado Spotlight representó un poco el premio “político”, pero también es cierto que la superficie de aquella película refería al cine que Hollywood hacía en los 70’s. Este año, el Oscar y Hollywood habían encontrado esa película que permitía seguir sosteniendo el imaginario del cine industrial; esa película era La la land. Hace dos décadas sucedió lo mismo con Titanic, pero en aquel entonces no hubo necesidad culpógena y no se premió a En busca del destino. Hagamos un ejercicio válido: ¿quién no se acuerda de Jack y Rose, quién se acuerda de Matt Damon tomando sesiones con Robin Williams? Entonces: ¿quién no se acordará de esas miradas finales entre Sebastian y Mía dentro de unos años, y quién se acordará del pobre Chiron? Igual, esto ha sucedido anteriormente: Gente como uno le ganó a Toro salvaje y Kramer versus Kramer batió a Apocalipsis now. En definitiva, el mensajismo vacuo generó otra injusticia. Sepan disculpar: ¡aguante el ombliguismo!

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