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Jarana

EL BASURAL DE CARA AL CIELO: JARANA, DONDE PRIMA LA ESPERANZA

Por Virginia Ceratto

(Especial para @fancinemamdq)

jarana2Antes del espectáculo Jarana (porque de esto se trata este escrito), se los ve por el foyer del Auditórium: respetuosos, como pisando suelo sacrosanto, y a la vez seguros, porque son todo terreno y ese sí es un lugar nuevo, pero seguro, sin latas oxidadas, sin ratas. Sin la intemperie que se les metió adentro. Curtidos, con las mejillas y las manos ajadas por el frío y por la detallada selección de los que otros tiran para encontrar lo que aún sirva, lo que todavía les pueda dar un significado para seguir adelante, o para sacarse por un día el hambre.

Son pibes del basural. No, no son pibes del basural, me corrijo y amonesto. Son los pibes que sobreviven en el basural porque en otro lugar, al menos hasta ahora, no tienen cómo. No les dejaron opción.

Dice Henning Mankell que las posibilidades que tiene una persona dependen de que pueda atreverse a elegir de qué lado quiere estar en una sociedad injusta, indecente. Ellos, a pesar de estar acorralados por quienes se niegan a ser mejores personas y así brindarles una solución, se animaron, se animan. A pesar de vivir en los márgenes ignorados casi (casi) por todos, se atreven si les dan una elección, una hendija, un hilo de Ariadna que los aleje del Minotauro. Porque la pobreza extrema no es un cuadro de Berni, excede el marco, lastima, enferma, duele.

También dice Mankell que el hombre siempre ha dejado residuos tras de sí, que en los desechos hay una cantidad abrumadora de datos, que en la basura la vida de las personas se hace patente. Sabemos, ya lo han estudiado los que hacen microhistoria. Bien, en nuestro basural, en Mar del Plata, son personas las que se hacen patentes.

Y la sociedad, que puede tirar lo que le sobra, el excedente, a aquellos pibes, que son estos que pasan a mi lado por el foyer del teatro, por desconocimiento o desidia, prefiere olvidarlos lejos… el daño será igual. A lo sumo, algún conductor de una 4×4 que se dirija a alguna villa deportiva tendrá un pensamiento perverso: “mirá esos mugrientos”. Como los perros que abundan abandonados a su mala suerte y casi siempre a su mala muerte en el mismo territorio, los pibes y sus familias hacen lo que pueden de día y se guarecen de noche como pueden, en casillas pulcras o no, siempre improvisadas con lo mismo, los desechos de los otros. Deshechos.

Y aprenden a reciclar a la vez que se reciclan, cada día, como pueden.

Pero este retrato se resiste, no cabe en el relato, porque hay un plus escondido tras la foto. Ellos son un plus, así, como se los ve, curtidos, con la ropa mal combinada, abriéndose paso.

Pero para eso, hay que ver, hay que tener la capacidad de la mirada. Su pathos los defiende como un escudo de la clasificación, reclama eso, la otra mirada.

Pura asociación libre, pienso en el hedor del centro de Barcelona, que interpela a los ingenieros y arquitectos a tomar riendas en el asunto de manera urgente y creo que a menos que elijamos la ignorancia como analgésico de conciencias, el olor prendido en esas personas, nos interpela.

O nos involucramos o somos malvivientes, aunque estemos confortables y bien comidos y abrigados bajo los impermeabilizados techos. También tenemos la opción de elegir de qué lado de la ética queremos vivir en esa misma sociedad injusta e indecente. Depende de cada uno seguir siendo una basura o mover una pieza en el tablero y comprometerse para cambiar no una, sino varias historias. De vida.

Por fortuna y compromiso, Héctor Martiarena, integrante de Almacenes Culturales, trabaja desde hace tiempo y coordinó el nexo entre APAND, el Programa Social del Plan de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos con Marcelo Marán, director del Auditórium. Emma Burgos, y otros compañeros de trabajo del teatro, se pusieron ese compromiso al hombro. Y surgió Jarana, una performance de danza, música en vivo, marionetas, malabares que le puso -y esperamos le volverá a brindar- magia a la programación de invierno. Desde ese origen, todo pudo ser. Chicos de 16, 17 y 18 años hoy tienen una experiencia de vida que excede el margen, pasaron de la periferia olvidada adrede al centro -literalmente-, al calor, a la creación. Al aplauso.

Que siga. Que no pare. Por ellos, para que podamos decir, con amor propio y al prójimo, nosotros.

Ojalá que Jarana se repita y se replique en más experiencias que marquen la diferencia.

Una sociedad impiadosa decidió olvidarlos. El arte, de la mano de los bien nacidos, llegó al rescate. Que siga, que no pare.

Porque como reza Walter Benjamin, sólo por amor a los desesperados, conservamos todavía la esperanza.

Pero hay que sostenerla, y no no es lo que dice, es lo que hace.

Así sea.

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