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Identidad desconocida (2002)


bourne


NACE UNA ESTRELLA

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

Hay una escena de Virgen a los 40 años donde Paul Rudd está viendo Identidad desconocida y dice “guau, yo creía que Matt Damon era una Streisand, pero acá sí que patea traseros”. Es una secuencia bastante representativa de un pensamiento colectivo que había respecto a Damon: todos pensábamos que era un pelele (hasta en un film bélico como Rescatando al Soldado Ryan era un pelele) y ni en sueños lo veíamos como un posible héroe de acción. Identidad desconocida vino a cambiar eso por completo, realizando una operación -salvando las distancias- similar a la de Duro de matar con Bruce Willis: convertir al tipo ordinario en una figura portadora de un carisma y un verosímil distintivo que renovaría el género de acción del nuevo milenio.

Lo llamativo, visto a la distancia, fue que el éxito de Identidad desconocida se sostuvo en principios que suelen ser problemáticos dentro del cine hollywoodense: un arranque in media res, en medio de la acción, con un hombre flotando en el medio del mar, con un par de balazos y siendo recogido por un barco pesquero; unos cuantos minutos iniciales donde el espectador sólo sigue al protagonista y tiene tanta información como él; y un ritmo pausado, casi cansino en unos cuantos pasajes, incluso interrumpiendo las escenas de acción, como cuando Bourne baja unos cuantos pisos cual hombre araña por las paredes de la embajada. Pero esos principios van de la mano de una narración convencida de sí misma y por ende convincente: de manera un tanto subterránea, sutil, la película posee un ritmo incesante, aferrado a su enigma central, sus dilemas morales vinculados al deber y al profesionalismo en las conductas no sólo de Bourne, sino de todos los demás personajes.

Y eso se debe en buena medida a la labor de Doug Liman, un artesano tan desparejo como ecléctico, que ha entregado films inexpresivos como Jumper pero también estimulantes como Al filo del mañana. Según parece, el realizador tuvo que pelear bastante con el estudio para otorgarle ese tono particular al film, donde es notorio que lo que importa es la premisa, el disparador aportado por la novela de Robert Ludlum (que tiene más de 400 páginas), para de esa manera otorgarle cohesión a un relato que por sus múltiples subtramas podría haberse descarrilado en cualquier momento. Lo esencial en Identidad desconocida es el viaje exterior e interior de Bourne, que implicará también un hacerse cargo de que ya no quiere ser eso que fue en algún momento. Alrededor suyo, en función de sus acciones, la película va desplegando un compendio de personajes muy precisos en sus construcciones, que son puro presente pero en los que se intuyen pasados complejos, problemáticos, contradictorios: uno puede intuir las cabezas que pisaron Conklin (Chris Cooper) y Abbot (Brian Cox) para llegar a donde están; la necesidad de aferrarse a su labor para tomar algo de distancia de Nicolette (Julia Stiles); la vida en los márgenes de Marie (Franka Potente); el aprendizaje tortuoso del Profesor (Clive Owen, con esa frase cargada de significados que era “mira lo que te hacen dar”) y los otros asesinos, que son iguales al protagonista, la otra cara de la misma moneda.

Bourne. Como decíamos antes, el centro es Bourne, y por ende es Damon, quien le otorga el rostro justo, preciso, indicado a un personaje con una multitud de demonios internos, que es en las antológicas secuencias de acción donde encuentra la forma ideal -por más que él no quiere que así sea- para expresarse. Es cierto que en La supremacía Bourne y Bourne: el ultimátum Paul Greengrass alcanzaría nuevos niveles de fisicidad y vigor para la saga, y que Identidad desconocida ha quedado un tanto relegada en la consideración general, siendo incluso un tanto subestimada por la crítica en el momento de su estreno. Pero también es verdad que Liman había dejado un molde ideal: la estructura de road-movie; las peleas casi imposibles y absurdas, pero con apariencia fuertemente realista; los poderes tratando de protegerse a toda costa; el héroe esencialmente solo, aún cuando estuviera acompañado. Ese héroe (o casi antihéroe) era y es Bourne, pero también era y es Damon. Nacía un héroe, nacía una estrella.

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