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24 líneas por segundo: ponerle el cuerpo a la comedia

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

goslingLa utilización del cuerpo en la comedia es un elemento clave, fue indispensable en el período mudo y lo ha sido también en aquellos que abusaron más de lo verbal como Woody Allen -especialmente en su primer etapa-. La comedia norteamericana contemporánea -los Sandler, los Ferrell o los Stiller, principalmente- ha sabido darle un toque mucho más surrealista y menos físico. Sin embargo, la fisicidad entendida en la escuela Buster Keaton, esa que construye la comicidad a partir de enfrentar las reglas del cuerpo con las de los objetos que lo rodean no ha tenido grandes continuadores: Jacques Tati, Jerry Lewis, Steve Martin, tal vez. De Martin recuerdo una escena fundamental en todo este movimiento, que pertenece a Bowfinger: el tipo está preparando una cena para la chica que le gusta, y mientras pone la mesa descorcha un vino, cocina, arregla el departamento, hace de todo con un dominio absoluto del cuerpo y sin apostar al mero virtuosismo. Porque la escena resume de alguna forma las posibilidades del personaje y su propia lógica chapucera. Dos tipos peligrosos, reciente estreno de Shane Black, tiene varios momentos donde la fisicidad no sólo resulta clave, si no que construye la comedia, empezando por cuerpos que son destruidos de modos inverosímiles y dos personajes que lidian a partir de su torpeza con un universo que los encierra cada vez más. Pero el gran momento de Dos tipos peligrosos ocurre en un baño, y allí Ryan Gosling da clases de cómo invocar una herencia cómica: el momento tal vez dure apenas unos pocos minutos e incluye una puerta de baño que se niega a quedar abierta, un cigarrillo, revistas, pantalones bajos, un arma de fuego. Y un cuerpo, torpe y gracioso, que resume -como en Bowfinger– no sólo las virtudes y los defectos del personaje sino que además elabora un gran paso de comedia. Esta escena nos permite ver, además, un talento, el de Gosling, que muchas veces se oculta en personajes demasiado intensos para ganarse los favores de un público mayoritariamente gustoso de lo sórdido. Seguramente no ganará ningún Oscar por este trabajo, pero en esos escasos minutos hay mucho más cine que en las dos horas y media en que DiCaprio se arrastra en la insufrible El renacido.

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