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¡Ay, amor divino!


Buena


LO UNIVERSAL Y LO FEMENINO

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

moranLo último que se escucha en ¡Ay, amor divino! es un orgasmo femenino. No estamos revelando nada, porque lo importante es el camino por el que se llegó a ese momento, que no es otro que la síntesis de lo que Mercedes Morán, como protagonista y autora -es su debut como dramaturga-, persigue en este unipersonal que tiene a la concreción del deseo personal (profesional, sentimental, sensorial) como principal objetivo. La obra, que tuvo estreno mundial en Mar del Plata, se verá a partir del próximo viernes 10 en el Maipo de Capital Federal y posteriormente comenzará una gira por el interior y el exterior del país.

¡Ay, amor divino!, dirigida por Claudio Tolcachir, es un monólogo dividido en dos partes bien diferenciadas: en la primera de ellas, la mejor y la más extensa, Morán relata su infancia y su llegada a la adolescencia. Lo curioso de esta obra, que no es otra cosa que un tránsito autorreferencial y personal de la protagonista, ubicada en un momento de su carrera en el que ha visto la necesidad de poner en escena este confesionario abierto al público, es la forma en que se vincula con el espectador. Tradicionalmente el monologuista ha sabido desarrollar una relación especial con el público (ejemplos como Fernando Peña o Juan Pablo Geretto abundan en nuestras tablas), cimentada muchas veces en la revelación de aspectos personales y familiares. En el caso de Morán, una actriz que escasamente ha desplegado una carrera vinculada con lo autorreferencial, esta nueva instancia en su trayectoria convoca a la duda: ¿por qué motivo uno, espectador, debería estar interesado en su vida familiar y en sus orígenes? ¿Qué es lo particular de su vida que merecería ser representado en un teatro?

Pero Morán y Tolcachir forman un equipo muy inteligente, que tiene la particularidad de montar la puesta en escena de la vida de la protagonista desde la pura teatralización de esos hechos. Esto, que podría atentar contra el verosímil del artista desnudándose sobre el escenario y hacerlo un poco artificial, tienen la particularidad de universalizarse y trasladarse al público: así, la vida de Morán es su vida, pero también la de los que están mirando y se sienten particularmente afectados por temáticas universales como son los afectos sanguíneos y los vínculos paterno/materno-filiales (brilla en ese sentido el momento en que la actriz cuenta el proceso que terminó con la muerte de su padre). La puesta en escena es minimalista, nada distrae la mirada del espectador sobre lo físico y verbal que aporta Morán, hay apenas una serie de objetos que sirven para que la actriz recorra el escenario, una pantalla de LED que apoya el relato de la protagonista y autora, y una serie de ropas que son funcionales a esas pieles, a esos cambios que va sufriendo Morán.

Además de lo universal, de los temas que imbrican la vida de la protagonista con la de cualquiera de nosotros, ¡Ay, amor divino! permite también un vínculo muy fuerte con el universo femenino. Si la vida en un pueblo del interior allá por los 50’s era dura, lo era mucho más para una niña y para los mandatos sociales que culturalmente se han dispuesto sobre la mujer. Si bien contados con amabilidad y humor, uno adivina la dureza de ciertos aspectos de eso que narra Morán, especialmente en el vínculo difícil con su madre. El acierto del texto, indudablemente pensado desde una mirada femenina, es el de abordar una realidad sin la necesidad de remarcar la pertenencia genérica: y si no se la remarca es porque, directamente, se siente, se aprehende, se descubre porque lo que hace a lo masculino o lo femenino es la forma de mirar y el lugar desde donde se mira, y eso es intrínseco al relato. De ahí el orgasmo final, cuando puesta la vida en abismo sólo queda entregarse al placer, disfrutarlo y compartirlo.

Puede que la obra se resienta en su segunda parte, cuando Morán debe afrontar tal vez la etapa más conocida por el espectador, que es la de ella como actriz y personaje público. En esos pasajes, el texto cae preso de cierta redundancia, también de esa exageración que gusta tanto a los actores y actrices sobre lo que significa ser actor o actriz (esa necesidad de ser intensos, las 24 horas del día), e incluso reproduce cierto espíritu new age de las buenas vibraciones y la emocionalidad un poco ramplona.

¡Ay, amor divino! cumple en definitiva con las posibilidades del monólogo confesional, acertando tanto en lo universal o lo particular de su relato. Y explicitando cómo es eso de ser mujer y no morir en el intento.


Dramaturgia: Mercedes Morán . Dirección: Claudio Tolcachir. Intérprete: Mercedes Morán. Vestuario: Mónica Toschi. Escenografía y luces: Tito Egurza. Musicalización: Pablo Palavecino. Diseño de arte: Fidel Sclavo . Sala: Teatro Roxy (San Luis 1750, Mar del Plata).

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