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24 líneas por segundo: la grieta festivalera

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

unasurCon más ímpetu marketinero que profundidad intelectual, el periodista Jorge Lanata instaló hace un tiempo el término “grieta” para marcar las obvias diferencias ideológicas que definen a una sociedad, en este caso a la argentina. Diferencias que siempre estuvieron y que, tal vez, pueden estar más o menos marcadas según la época. Pero bueno, utilicemos a nuestro favor un término ya instalado para no tener que explicar demasiado e ir a lo que importa. Hablemos de la grieta festivalera. Antes de eso, y perdón por la necesaria digresión, digamos que la grieta es también un fenómeno que se observa en el cine desde hace un tiempo, y que ha llevado a los que se paran de un lado a denunciar, sin un análisis demasiado profundo, la forma en que el Estado nacional entregó subsidios a diversas producciones. Lo que se observa ahí es una forma de análisis que sostiene su tesis en la apología del éxito: es decir, no importa el material al que se subsidia, sino que éste sea exitoso y justifique la inversión. El arte, estimados, no debe ser medido por el costo-beneficio. La cultura -cuando no es manipulada con fines partidarios- es, siempre, un beneficio. Eso sí, hay que ser claros en la forma en que se entregan los aportes estatales para evitar un festival de repartición de divisas sin control. La hipérbole de la tontería llega hasta situaciones ridículas, como las de planificar un boicot a la telenovela La Leona, producida y protagonizada por el matrimonio kirchnerista de Pablo Echarri y Nancy Dupláa. En fin, por estos días los agrietados del otro lado han generado un movimiento similar: ahora sí, estamos en la grieta festivalera.

Algunos medios y referentes mediáticos que han simpatizado explícitamente con el kirchnerismo han puesto el grito en el cielo ante la posibilidad de que los festivales de cine del país desaparezcan por falta de apoyo de la actual gestión macrista en el INCAA. La suposición está sustentada en un par de datos: por un lado un comunicado de la Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales (RAFMA) y por el otro un comunicado de la titular de la muestra UNCIPAR, quien denuncia la suspensión de la edición de este año por falta de apoyo. El sitio Escribiendo cine, por ejemplo, titula con un escandalizado “¿El fin de los festivales de cine en Argentina?” un artículo que lo que hace es transcribir el comunicado de RAFMA. Y el comunicado lo que hace, solamente, es definir punto por punto la importancia de los festivales de cine, algo que todos sabemos de antemano pero que no viene nunca mal repetir y reafirmar. En esos doce puntos se explica el valor de un festival, nunca que los festivales estén por desaparecer. Y si esto está por suceder y alguien tiene datos precisos o un off the record, bien estaría que lo publique, en vez de agitar el avispero con títulos engañosos y malintencionados. Otro tanto sucede con el comunicado de Liliana Amate de UNCIPAR. Más allá de lo confuso del texto, el mismo deja en claro que los problemas se arrastran de años, incluso con el desinterés en las últimas ediciones por parte del intendente de Villa Gesell que, oh sorpresa, es del Frente Para la Victoria. Se le pide a la actual presidencia del INCAA que acelere gestiones, pero está claro que si hay culpas son compartidas: como vemos, el interés por la cultura, de parte del Estado, es maleable a los intereses del momento.

De todos modos, llama la atención la preocupación subrepticia por los festivales de cine, ya que el año pasado no se realizó la cuarta edición del Unasur y la segunda edición del Tres Fronteras fue pasada de 2015 a 2016, porque Misiones necesitaba -dijo la organización- “reestructurar el intenso calendario de festivales que se realizan en la provincia”, cuando en verdad ya se había abierto la convocatoria y eso generó una desprolijidad llamativa. Bueno, del Unasur ni siquiera hubo un comunicado oficial. Por los pasillos, se habló de que el presupuesto nacional estaba destinado a la campaña política y que no había dinero para eso. Y en ese momento, nadie se preguntó por la salud de los festivales de cine, ni siquiera quienes saltan ahora horrorizados ante los sucesos señalados.

Para no pasar por ingenuos, está claro que se hace necesario por parte de las actuales autoridades del INCAA una explicación y una definición que acerque algunas certezas, sino todas. ¿Se seguirá apoyando a los más de cien festivales de cine del país? ¿Cuál será la política al respecto? ¿Se pondrá atención sólo en los grandes encuentros y se dejará de lado a los pequeños? Obviamente una gestión nacional como la macrista, amparada en nociones económicas vinculables al neoliberalismo, genera múltiples incertezas respecto de cómo se administrarán presupuestos en un territorio tan sensible como la cultura. De hecho, no es necesario caer en suposiciones: la gestión llevada adelante durante años en Capital Federal habla de una predilección por los espacios de gran exhibición y un desinterés en los pequeños acontecimientos. Pero más allá de todas las precauciones que podamos tener (y que necesitamos tener), no se puede analizar lo cotidiano con la vara sesgada de lo partidario.

Lo único claro, es que no hay claridad para nada en este asunto. Ni para un lado, ni para el otro.

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