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Beya


Muy Buena


Hacer del tema cuerpo

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

beyaUno de los problemas con la trata de personas es que para muchos puede parecer un tema tan lejano, a pesar de que está ahí, a la vista de todos, de que afecta a millones de personas, de manera directa o indirecta. No deja de ser llamativo –y en cierta forma indignante- porque afecta precisamente a las personas, a los cuerpos, a las identidades, que son obturadas, destruidas, desaparecidas, para las personas mismas y sus seres queridos. ¿Cómo enfrentar esta barrera? La respuesta es obvia: dándole cuerpo, carne al tópico, lo cual al mismo tiempo supone una multitud de riesgos.

Eso es precisamente lo que hace Beya, donde Marisa Busker se basa en un relato de Gabriela Cabezón Cámara para construir un unipersonal donde la protagonista atraviesa todas las etapas posibles para una mujer que es raptada y cae en una red de trata de personas. Allí van apareciendo el ablande, las violaciones, la drogadicción, el sufrimiento de toda clase de maltratos y torturas, las formas de desprecio y subestimación, la reducción de la mujer a objeto mercantil, las estrategias de supervivencia, las diversas complicidades entabladas, los vínculos que rozan la amistad o el amor. Y, finalmente, el escape, una huída que no deja de ser sólo parcial, porque las cicatrices y recuerdos permanecen, no hay forma de abandonarlos.

Busker se apropia a su manera del texto de Cámara, lo hace suyo, le da cuerpo, es más, lo hace su cuerpo y en base a eso va creando una poética propia, que en muchos pasajes se hace realmente agobiante, pero en un sentido tan productivo como ineludible. Es un tanto imposible escapar, mirar para otro lado, establecer una distancia frente a ese cuerpo que desde los movimientos, el discurso hablado y el vínculo con su contexto escénico realiza un despiadado ejercicio de memoria.

Desde la disposición de los objetos, el diseño del vestuario, la planificación de la iluminación y los ritmos que parten de la banda sonora, Beya es una experiencia que apela a lo multisensorial y que no da tregua. No lo hace precisamente porque la protagonista no tiene tregua, la realidad que vive no le da respiro y es la clara intención de Busker –y seguramente también de Cabezón Cámara en el mismo texto de origen- el trasladar esto a lo espectatorial. Los espacios y los tiempos se fusionan, se comprimen, entablan una dinámica vinculada a lo opresivo, a lo terrible, a lo horroroso.

Lo que muestra Beya es un horror hecho carne, buscando que ese horror no quede lejano, que no haya una mirada distanciada, lejana y pasiva. No, Busker da evidentemente todo de sí, lleva su apuesta hasta el final y ofrece un personaje que le habla al espectador, que intenta contarle su historia, decirle qué le pasó. La forma discursiva es tan directa en lo corporal, la poética tan extrema, la puesta en escena tan palpable en los distintos signos que la conforman, que no queda otra que hacerse cargo. El horror ya no está en abstracto, no es una mera referencia, está en las huellas que marcan un cuerpo que podrá ser teatral pero que no deja de conectarse con la experiencia de lo real. Allí entra en juego el deber ético del espectador, el asumir lo que vio y sintió, el saber que esa representación simboliza la de muchas personas, viviendo horrores similares, ahora mismo, en muchos otros lugares. Y sin conseguir escapar, sin poder contar sus historia.


Texto: Gabriela Cabezón Cámara Actúan: Marisa Busker Vestuario, diseño de luces, musicalización, puesta en escena y dirección: Marisa Busker Sonido: Regina Lew Fotografía: José Luis Cáceres Prensa: Laboratorio del Performer Duración: 70 minutos Sala: Ambigú (Perón 1829, CABA) – Martes a las 19:00 – Desde el 19 de julio.

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