
Por Mex Faliero
Volvió esta columna. Y volvió Tarantino. Y -también- volvieron las polémicas, como tiene que ser en un director provocador como es el autor de Perros de la calle: “¡La octava película de Quentin Tarantino!”, aclara fuertemente Los 8 más odiados desde su secuencia de títulos. Está claro, lo importante no es la película, si no que es la -repetimos- “octava” de Quentin Tarantino. Ese gesto que es una clara ironía, pero que no es novedosa dentro de la filmografía del director, resalta aquí por su banalidad intrínseca: como pocas veces antes, incluso en la flojísima A prueba de muerte, lo único que importa acá es que se trata de una película de Tarantino, y todo lo que la compone son una serie de elementos dispuestos para generar rechazos o simpatías a su figura (por eso las críticas se han encargado de hablar más de las otras críticas de que de la película misma): la presentación de personajes más larga de la historia para irritar o fascinar; la utilización más injustificada de la violencia, para resaltar su superficialidad o su sagacidad; la ambientación en un tiempo histórico determinado, para hablar de su arbitrariedad o su compromiso político; el recurso de los 70mm, para señalar un capricho o un notable uso del encuadre cinematográfico. Lo que está claro, es que Los 8 más odiados es la película más pirotécnica del director, incluso más que Kill Bill, la venganza: Volumen I, donde su recurrencia a géneros particularmente artificiales permitían esa excesiva coreografía sangrienta. Si algo bueno tiene el cine de Tarantino, es su imprevisibilidad, a lo que le sumó en Bastardos sin gloria una capacidad asombrosa no sólo para narrar, sino para lograr una mirada política e histórica profundísima a partir de sus propios temas y materiales. Hasta entonces, fascinación más o fascinación menos, sus películas eran reescrituras post-modernas sin dimensiones. Ya Django sin cadenas repetía el gesto sin la misma suerte, y acá Tarantino alcanza un grado de tontería y capricho sublime: Los 8 más odiados extrema todo aquello que en sus películas solía irritar, a la vez que refina su ojo de excelso cineasta. Por eso lleva al tedio por momentos, por eso fascina por momentos. No voy a hablar de divisiones temporales, si no de momentos geniales que siguen a instancias bochornosas. Por eso, voy a hacer algo que seguramente Tarantino odiaría, y que es decir que su nueva película me parece ni tan mala ni tan buena: lo que equivale a la muerte del polemista. Conmigo no, Tarantino.