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Tres recuerdos de mi juventud

trois1Título original: Trois souvenirs de ma jeunesse
Origen: Francia
Dirección: Arnaud Desplechin
Guión: Arnaud Desplechin, Julie Peyr
Intérpretes: Quentin Dolmaire, Lou Roy-Lecollinet, Mathieu Amalric, Dinara Drukarova, Cécile Garcia-Fogel, Françoise Lebrun, Irina Vavilova, Olivier Rabourdin, Elyot Milshtein, Pierre Andrau, Lily Taieb
Fotografía: Irina Lubtchansky
Montaje: Laurence Briaud
Música: Grégoire Hetzel
Duración: 123 minutos
Año: 2015


6 puntos


Si te he visto no me acuerdo

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocola)

trois2La indiferencia, cuando le gana a la curiosidad, es un tema. Es un problema que uno debe asumir, sin duda, pero hacerlo pensamiento no está mal. Tres recuerdos de mi juventud es una película a base de flashbacks, elegante, bien filmada, se podría decir, sin ánimo de ofender, a la francesa. Pero no a la francesa según la Nouvelle Vague, sino a la manera de una generación posterior de cineastas que han tomado como referencia a la juventud a partir de una remembranza más bien académica, conservadora, tal vez rescatando el lema de que la verdadera revolución de ese país la sostuvieron los burgueses.

La narración motivada por el recuerdo de Paul (Mathieu Amalric) abarca momentos de lograda intensidad, de espontaneidad marcada por el despertar juvenil. Tiene la virtud de conferirle al personaje, más allá de los problemas que afronta (en la familia, en el amor y en la amistad), un tono que nunca es lastimoso. En todo caso, la visión sobre la vida es lógica: nada es tan terrible ni tan idílico (por lo menos en la visión de un francés). La cámara de Arnaud Desplechin se encarga en todo momento de resaltar la belleza de los jóvenes y en especial la fotogenia de Esther, una musa que remite a los mejores momentos de la Nouvelle Vague. El montaje de la película se encarga de pasarnos por zonas de ensoñación; es el efecto de una ola. Uno surfea entre el drama y la comedia, con referencias a La Odisea, entre los numerosos signos de intertextualidad, de manera tal que nos reconozcamos en una especie de viaje. En este sentido, Esther es como Penélope, la mujer deseada por todos los amigos mientras Paul no está en la ciudad. Esta cuestión de la fidelidad, despojada al principio de tormento, se transforma progresivamente en un nubarrón inconsciente para el Paul adulto. Uno disfruta del estilo clásico del director.

El problema es tal vez  la solemnidad que resiente la frescura de varias imágenes y situaciones narradas, además del peso que significa la sobrevaluación de la nostalgia. Todos los movimientos del protagonista expresados inteligentemente con los flashbacks, no dejan de ser una especie de Forrest Gump según la mirada cuidadosa de un director importante. El prestigio que el establishment crítico y de festivales importantes les otorga a realizadores como Desplechin habla también del estado de ciertos países con tradición cinéfila. El oficio no es siempre sinónimo de personalidad.


NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.

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