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MAR DEL PLATA 2015: Competencia Internacional – Día 5


La isla del viento, de Manuel Menchón / 5 puntos


isla vientoTodo país tiene su Sábato, ese hombre que oficia de sufridor de los males nacionales y que le alcanza con haber escrito un par de buenas páginas para convertirse en el faro moral de todo un pueblo. El Sábato de España se llama Miguel de Unamuno, La isla del viento nos cuenta una versión libre de lo que fue su exilio en la isla de Fuerteventura, condenado por la dictadura de Primo de Rivera. Menchón trastabilla con un guión tan clásico como  predecible, pero sobre todo con su elección de desplegar el relato en clave melodramática.  El problema es que no dejamos de ver a  Unamuno como un viejo sabio cascarrabias, con la solemnidad a todo trapo que poco nos conmueve. Luego,  la serie de personajes unidimensionales que terminan conociendo al bueno de don Miguel, sumados a un conflicto principal endeble que se resuelve porque sí, nos hace pensar que estamos ante una historia genérica de crecimiento y redención, que bien le puede pasar a Unamuno como a Gokú. Si no fuera por el cuidado impecable de Menchón en lo que respecta a la puesta en escena, La isla del viento podría ser un biopic televisivo de esos que no se apartan de la imagen políticamente correcta del personaje que retratan, donde cada línea de diálogo es fuente de sabiduría. Donde nadie se cuestiona sus convicciones. Matías Gelpi


El apóstata, de Federico Veiroj / 6 puntos


apostataSuele ocurrir que una escena nos arroje de lleno al universo de una película o nos expulse al purgatorio de la indiferencia. Son posibilidades, como tantas otras. Al comienzo de El apóstata, el joven protagonista, Gonzalo, ingresa a una iglesia con el fin de manifestar la voluntad de desistir de la fe católica y que lo borren de los registros. El modo en que lo hace, la mirada impostada de curiosidad, da cuenta de un grado de afectación importante para un film que reclama aires de importancia permanentemente detrás de su aparente sencillez. Dos o tres minutos después, el burgués insatisfecho que compone Alvaro Ogalla, está durmiendo nuevamente en pose. Ya es demasiado para tan poco tiempo. Hay dos o tres líneas que la película trabaja desde lo argumental. Una es el entramado burocrático que implica hacer efectiva la renuncia. En ese devenir, Veiroj juega con el imaginario silente y le da algunos toques de Keaton al protagonista, cuyo rostro coquetea con el gran Buster. La música refuerza el efecto y algunas secuencias funcionan bien en este sentido. La otra es la relación que mantiene con otras personas. El tratamiento es desparejo y fácil de dispersarse, sin embargo, lo salva el vínculo con un niño vecino. Es allí donde la naturalidad enriquece la perspectiva de un film que transcurre (como pronuncia Gonzalo) de la euforia a la melancolía. Existe un costado cinéfilo con algunos homenajes subrayados (una secuencia onírica a lo Buñuel) y un trabajo con colores azules y marrones, destacando la diferencia de ambientes y sentimientos. El mismo protagonista va vestido siempre de la misma manera. Es como un Jeckyll y Hyde que no necesita la noche para sacar a relucir su tormenta interior. Por momentos parece un ángel expulsado por la iglesia y por otros, regala una especie de voyeurismo inquietante. Veiroj mantiene bien el equilibrio entre ambas facetas y por suerte se redime al final con una linda escena que, tal vez, nos devuelva al paraíso. Guillermo Colantonio

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