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Cabu y Wolinski

Por Nicolás Garcette

(@nico_sables)

cabu_wolinskiHace un mes, el miércoles 7 de enero por la mañana, alrededor de las once y media, sé exactamente dónde estaba y qué estaba haciendo, y siempre me acordaré. Hay momentos así.

Ese día y a esa hora, dos yihadistas franceses mataron en las oficinas del periódico satírico francés Charlie Hebdo a doce personas e hirieron a once más. Ese día, estaba en el departamento de mis padres en París, ya preparando un poco mi vuelta para Buenos Aires, que estaba prevista para el día siguiente. Me acuerdo bien de la hora, porque justo prendí la tele en un canal de noticias cuando empezaron a difundir la noticia. En el inicio no nos dábamos cuenta de lo que había ocurrido y de lo que estaba ocurriendo. La información era muy parcelar, caía a cuentagotas, ya había empezado el recuento terrible de los muertos, pero todavía no se sabía quién había muerto. Pasaban una y otra vez unas imágenes de la calle con los dos yihadistas huyendo a los tiros con la policía, filmadas por uno de los periodistas que se había refugiado en el techo del edificio. Me fui a averiguar en el sitio del periódico Le Monde si podía encontrar más información. De repente, mi padre me gritó: “¡mataron a Cabu y a Wolinski!”. El no lo podía creer. Ahí empezó a caer la noticia en toda su dimensión. Mataron a Cabu. Mataron a Wolinski.

A Cabu y Wolinski los conocíamos desde hacía décadas, ya que sus dibujos eran una compañía para mi familia y, creo, para muchas familias de izquierda, en particular en esas familias como la mía, donde nuestros padres tenían 20 años en el mayo de 1968. A Cabu lo veía dibujar en vivo cada miércoles por la tarde en el inicio de los años ‘80, cuando era todavía un chico, en el programa televisivo infantil más emblemático de esa época, Récré A2. Mis padres también lo veían dibujar en vivo en esa época, todos los sábados por la noche, en otro programa televisivo emblemático, uno de debates apasionados, Droit de Réponse (Derecho de responder). Después, ya adolescente, empecé a leer otro periódico satírico de izquierda que mi padre compraba cada miércoles, Le Canard Enchaîné, el hermano mayor de Charlie Hebdo, donde Cabu dibujaba también. Ahí seguía desarrollando uno de sus personajes más conocidos, “Le beauf”, el arquetipo del francés medio bien grasa. Lo leíamos cada semana. Compartíamos sus ideas. Nos reíamos. A Wolinski lo descubrí también de adolescente, obviamente adolescente, en los estantes donde mi padre guardaba sus álbumes de historietas para adultos. Las historietas de Wolinski estaban llenas de mujeres desnudas y, en estos tiempos sin Internet, eran para mí la mejor manera de descubrir la sexualidad, que además era una sexualidad desenfrenada.

En fin. El último 7 de enero, mataron a Cabu y Wolinski. Mataron a muchos de nuestros recuerdos. Ese día, una parte de la vida de mis padres y de su generación del mayo de 1968, una parte de mi infancia y de mi adolescencia, como de muchos franceses de mi generación, los hijos del 1968, se fue. Por eso dolió tanto. Por eso sigue doliendo cuando volvemos a pensar en lo que pasó aquel día. Por eso, ese miércoles por la noche, mi padre y yo nos fuimos a la Plaza de la República en París solamente para estar y empezar a hacer el duelo de estos recuerdos como muchos de los que acudieron a esa plaza esa noche.

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