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Pantalla Pinamar 2014: las crónicas fantasma (IV)

Por Daniel Cholakian // foto: Giovanni Sacchetto

(@d_cholakian)

campusanoEn la crónica anterior mencionábamos lo interesante que resultó ver 40 años después de su estreno la película Quebracho. Ayer conversamos informalmente sobre esto con su director, Ricardo Wullicher. Uno de los puntos que llamó la atención del cronista es que alguien tan joven -tenía apenas 24 años- que enfrentaba su opera prima, tuviera la capacidad de pensar la historia no como anécdota sino como proceso. Wullicher confesó que él no era militante político ni tenía una formación privilegiada en la materia. Como símbolo de los tiempos, los jóvenes pensaban y debatían sobre política desde pequeños, y es en esa formación y práctica social que él constituyó su propia comprensión del fenómeno que narra la película. A propósito de esta idea de proceso histórico, destacó que en el momento de realizar la película decidió no cerrar la misma con la palabra FIN, uso habitual aun por esos tiempos. Esa decisión se debía a su propósito de dejar claro que la cuestión no terminaba allí, sino que el mecanismo semi colonial de explotación de los recursos naturales y de colonización del Estado nacional, continuaba. Wullicher coincidió con este cronista en lo imposible que sería defender en estos momentos en un discurso masivo como el del cine, el uso de la violencia como herramienta eficaz de la resistencia política, y afirmó que esta clausura en el debate se debe a una gran cantidad de batallas políticas que desde entonces hemos perdido. En cuanto a la modernidad formal de la película, destacó el relato periodizado, no habitual por entonces, el recurso de abrir y cerrar la película con las mismas imágenes del espacio de lo que fuera la fábrica en la explotación del quebracho, y especialmente la música dodecafónica compuesta para la misma que lejos de remarcar dramáticamente las secuencias, es introducida para producir un efecto distanciador en el espectador, al modo de lo propuesto por Bertold Brecht.

Nos dejó con la esperanza de que se lleve a cabo la remasterización de alguna copia de 35mm para llegar a una versión de buena calidad, y que Quebracho pueda volver a proyectarse en las salas. Sería un esfuerzo muy válido y ojalá el público tenga la oportunidad de volver a ver esta gran película.

Del cine visto ayer, lo mejor sin dudas fue Fantasmas de la ruta de José Celestino Campusano. Fiel a su estilo, Campusano realiza una obra monumental que se estructura alrededor de El Vikingo, un personaje ya conocido por el público que ha visto sus películas, y una compleja trama sobre la trata de personas y un amplio espacio de ilegalidades toleradas. En la extensa pero siempre atractiva película, los personajes son muchos y sus historias se entrelazan a propósito de las relaciones cruzadas a partir del grupo de motoqueros y el barrio, uno de los tantos pauperizados y prácticamente olvidados en el conurbano bonaerense. Fantasmas de la ruta es de una narración precisa, donde actores no profesionales y escenarios que son parte del propio barrio retratado, se combinan con una interesante madurez formal de su realizador, que logra contar la historia con innumerables subtramas sin que las diversas historias que comienzan a lo largo del film se pierdan o se confundan. Campusano da cuenta en la película de ser dueño de una ética inquebrantable de compromiso con las personas que cuentan su historia y que él cuenta en la historia. No hay ni dejo de paternalismo, ni condena. Tampoco prescripción de sus responsabilidades. Con esta película, el muchas veces discutido realizador de Vil romance y Fango se consolida como un gran narrador.

En una obra sencilla y sin demasiadas pretensiones discursivas, el director Jan Ole Gerster presenta con Oh boy una película que establece, a través de su protagonista excluyente, una relación empática con el público. Por esa misma condición, más allá de cierta debilidad estructural, la película es atractiva. Contando un día en la vida de este joven berlinés que abandonó la universidad, pero aún es mantenido por su poderoso padre que no lo sabe, la historia son episodios de pequeños encuentros en medio de la ciudad. Se despedirá de una mujer con la que pasó la noche, se encontrará con un extraño vecino, con su amigo de siempre, con un extraño actor de cine, una vieja compañera de la infancia que había sido obesa y es en el presente una hermosa actriz experimental, su padre y un viejo borracho con el que cierra la noche en un bar. En cada pequeña historia se ponen en debate con sencillez y sin voluntad de prescribir verdades algunos temas del presente alemán. El poder, la discriminación, el trabajo y el pasado silenciado. Sorprende la aparición de los debates pendientes sobre algunos sectores complejos del nazismo. No ya de la concepción asesina de su líder y el movimiento, pero sí de los lugares ocupados entonces por esos mismos alemanes que caminan opulentos por Berlín. La ciudad, vale la pena destacarlo, cuenta tensiones que la riqueza de la principal potencia europea quiere ocultar. Es una pequeña y muy interesante película, que ojalá pueda ser vista por el público argentino. Por el momento no tiene asegurada su distribución comercial en nuestro país.

Cerrando la noche pasamos 3 horas con 3 idiotas, la película india que siendo convencional, previsible y pacata, logra entretener. Tres jóvenes ex compañeros en la universidad se encuentran a propósito de un viejo rencor. Falta entre ellos un cuarto, el más destacado de todos ellos, y la película será un largo recuerdo del pasado estudiantil y el viaje en búsqueda del querido compañero. La película es una estudiantina con todos los ingredientes del viejo cine de los ochenta, pero sin su irreverencia. Sin embargo, a partir de una imagen muy bella, un trabajo destacado con los colores, cuadros musicales correctamente insertados y de muy buen logro escénico, la película entretiene. El fantasma, viejo luchador de funciones en trasnoche, sabe que en estos casos lo mejor es sentarse en la punta de la fila para poder huir sin hacer mucho ruido. El mismo se sorprendió cuando cerca de las tres de la mañana estaba aún sentado, esperando el final obvio que dos horas antes ya era evidente.

¿Será esa la magia del cine?

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