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Sobre Philip Seymour Hoffman

Por Rodrigo Seijas

(@fancinemamdq)

hoffmanEn FANCINEMA nos debemos algunas notas respecto a determinadas muertes, no por el homenaje en sí, sino para dejar en bien en claro lo que significaron las presencias y, en consecuencia, las posteriores ausencias de ciertas figuras del cine. Nos faltó escribir algo, por ejemplo, sobre el gran Leonardo Favio. Lo sentimos mucho por los fanáticos de Rápido y furioso, pero el deceso de Paul Walker no nos afectó mucho.

Respecto a Philip Seymour Hoffman, seguramente se instale un consenso que lo recordará más que nada por actuaciones como las de Capote (que le valió un Oscar) o La duda. También por algunas de sus colaboraciones con el director Paul Thomas Anderson, como Magnolia y The Master. Son todas labores que lo certifican como un actor “intenso”, “de carácter”, en las que su físico y su voz se combinaban con efectividad para componer presencias que de distintas maneras eran bastante arrolladoras. Por momentos demasiado, en especial en el primer caso, donde su interpretación de Truman Capote era una especie de imitación más que relectura de la personalidad superficial del legendario escritor.

Lo que quizás muchos olviden es que Hoffman fue de esos actores que se hicieron bien de abajo, con papeles muy de reparto, algunos de ellos muy ingratos, como el de George Willis, Jr., el compañero buchón de Charlie Simms (Chris O´Donnell) en Perfume de mujer. Allí le tocó soportar el maltrato de un Al Pacino en clave oscarizable, y hay que reconocerle la entereza para bancársela, más teniendo en cuenta que era un pibe. Seis años después, cuando ya empezaba a tener un nombre, aún así se tuvo que bancar ser una especie de antagonista de Robin Williams en Patch Adams. Ese sí que era un personaje jodido: un médico recontra aplicado, recontra esforzado, que señalaba, con bastante razón, que él y muchos médicos más quedaban como pelotudos al lado de la medicina en clave McDonald´s de Adams/Williams. La película lo maltrataba al punto de obligarlo a reconocer que Patch tenía razón, aunque en verdad todo indicaba que no la tenía. Pobre Hoffman: ¡tener que quedar como un pobre idiota nada menos que frente a Robin Williams! Pero el gordito Hoffman, todo un laburante, se la bancó y fue por más. Creo que hasta en cierta manera se terminó vengando, porque varios de sus personajes eran expertos en maltrato.

Y sino, pregúntenle a Tom Cruise. A mí, Misión: Imposible III no me gustó, pero tengo que reconocerle que tiene, por lejos, al mejor y más consistente villano de la saga. El Owen Davian que compone allí Hoffman (justo después de ganar el Oscar, como diciendo “ahora que tengo la estatuilla, los voy a hacer pelota a todos”) es un hijo de puta con todas las letras. Al tipo lo querés ver muerto y enterrado. Hay dos escenas que pintan lo despiadado que es, y ambas son interrogatorios: la primera es en un avión, donde Ethan Hunt quiere sacarle información y Davian no le hace caso, y en vez de eso comienza a amenazarle a la esposa de una manera tan sutil como brutal. En la segunda, el que conduce el interrogatorio es Devian, cumpliendo unas cuantas de sus amenazas hacia la esposa de Hunt, mientras cuenta hasta diez, de una forma ciertamente horrorosa. Ahí es donde entra en juego además el rostro de Hoffman: su cara regordeta adquiere un rictus mínimo pero extremadamente violento, potenciado por unos ojos casi inexpresivos. Uno intuye que el tipo puede hacer lo que quiere, que para él la muerte es un mero trámite.

Personalmente, prefiero quedarme con los momentos cómicos de Hoffman y espero que no queden en el olvido sus innegables dotes como comediante. Pienso en Twister, donde hacía de un cazador de tornados más loco que una cabra, que encima incomodaba permanentemente a Bill Paxton y a su comprometida. O en Mi novia Polly, donde encarnaba a un actor que no aceptaba su propio fracaso, burlándose de toda una camada de intérpretes intensos (con lo cual también se satirizaba a sí mismo), y donde tenía asimismo uno de los resbalones y caídas más dolorosos –y a la vez hilarantes- de la historia. Otro papel que recuerdo con mucho cariño era el del casi inverosímil Gust Avrakotos, ese agente de la CIA en Juegos de poder que no tenía ningún pelo en la lengua y que decía todo lo que nadie quería escuchar.

A Hoffman lo vi por última vez en Los Juegos del Hambre: En llamas, donde interpretaba a Plutarch Heavensbee, el nuevo organizador de los juegos. En la mayoría de las escenas donde aparecía, lo hacía compartiendo pantalla con Donald Sutherland. Ambos, con total solvencia, demostraban que para ser un verdadero sorete, de esos que toman decisiones terribles, tenés que serlo con total naturalidad. Ahí se volvía a evidenciar lo funcional que era como actor de reparto, cómo se integraba a la historia y al rol que sea con una fluidez llamativa, tremendamente productiva. Podría mencionar también sus actuaciones en Cuando el diablo sepa que estás muerto o Casi famosos, por citar sólo algunas, pero creo que sería redundar en cuestiones ya dichas.

Uno elige hacer determinados recortes sobre ciertas carreras. Con Hoffman, tomo su vertiente cómica, su aporte en las segundas líneas de películas que abarcaban toda clase de géneros, sacándole agua a las piedras. Me parece que en esos contextos demostraba ser un magnífico actor y que deja un vacío difícil de llenar, tanto en Hollywood como en el cine independiente estadounidense de hoy.

Hoy, un integrante del sitio señalaba, con bastante tino, que mientras se muere Philip Seymour Hoffman (y en el mismo día, el cineasta Eduardo Coutinho), Tinelli y Suar siguen vivos. Diablos, el mundo es un lugar muy injusto.

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