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MAR DEL PLATA 2013: el 28° Festival, en resumen

festiuno

Cada año cuando termina el Festival de Cine, FANCINEMA publica una serie de opiniones y reflexiones a varias manos. Esta multiplicidad de opiniones es, también y lógicamente, multiplicidad de puntos de vista, algo muy necesario para entender un acontecimiento cultural de las dimensiones de este: la experiencia es algo tan inabarcable que se hace indispensable ofrecer varias miradas. Lo que sobresale este año es un poco de pesimismo, teniendo en cuenta los problemas organizativos y el estancamiento que evidencia el Festival. Pero lo que queda, en el fondo, es ilusión y esperanza porque algo cambie. Con ustedes, cinco miradas.


Ilusiones

Por Gabriel Piquet

(@fancinemamdq)

festidosOtro Festival que culmina: nos juntamos a charlar con los colegas y surgen las mismas preguntas, damos las mismas respuestas, todo es circular, como muchas de las películas que se ven en estos acontecimientos. La organización falla, el centralismo de Buenos Aires sigue presente, los marplatenses que por más que les cueste admitirlo no aportan mucho para que esto sea un festival de la ciudad (más allá de la presencia en las salas durante esos días). Ya desde estas mismas páginas hubo un texto que profundiza en estos problemas y deja la puerta abierta para el debate. Por el lado de las películas, no hubo muchas sorpresas, inclusive lo que más me gustó vino de directores consagrados o alguna retrospectiva. Sorprende cómo algunas películas son elegidas, pero eso es un tema que también da para el debate: la superpoblación de material tampoco hace a la grandeza de un Festival, en ese punto Mar del Plata y el Bafici comparten los mismos excesos. Por el lado que le corresponde al sitio, este año por diferentes razones fuimos menos los que escribimos, pero volvimos a cumplir con lo que nos proponemos, estamos entre los sitios del país que más cobertura le damos al evento. Ahora, si ustedes leen la página oficial del Festival, seguramente eso no se verá muy reflejado, no sé si mencionan o pegan en su muro alguna de nuestras críticas o tweets. Por mi parte, como siempre agradecer el espacio que me dan para publicar. Nuevamente estoy muy conforme de pertenecer al equipo, esperemos que algo cambie con respecto a lo que no funciona del Festival. Es un poco iluso de mi parte, pero en algún punto el cine es eso, ilusión.


Convencional

Por Daniel Cholakian

(@d_cholakian)

festicincoUna breve reflexión sobre el Festival de Mar del Plata nos obliga a elegir sólo uno de los diversos puntos de vista posibles. Allí, mientras corríamos entre película y película, muchos desgranábamos nuestros dolores por ciertas cuestiones organizativas que parecen ir de mal en peor. Cuesta separar las voces de buena fe de aquellas que suenan sólo para defender intereses personales. Pero nada de esto importaría a la mayoría, si la propuesta cinematográfica que se nos presentó no hubiera sido convencional, demasiado satisfecha consigo misma. Programadores que se ufanan de seleccionar películas a las que califican de riesgosas, cuando sólo son repeticiones de esquemas que resultaban provocativos hace 15 años, formatos reiterados (especialmente en la selección nacional), y autores que son de lo más destacado de la cinematografía presente, pero que tampoco han llegado con sus mejores films hasta Mar del Plata. La Competencia Internacional incluyó alguna película cuya copia proyectada carecía de la finalización técnica apropiada (con serios problemas de color y sonido) y gran parte de lo atractivo estuvo en las viejas películas restauradas. El conflicto político no se ha hecho presente salvo en excepciones y cinematografías enteras han sido prácticamente dejadas de lado (África, mundo árabe, Europa oriental, Asia central). Un Festival define su perfil por su programación. Esta es una manera de hablar de él en pocas líneas. Ojalá los debates se hagan públicos y se tome en serio la necesidad de un cambio para el próximo año.


Contrapuntos

Por Guillermo Colantonio

(@guillermocolant)

festitresEl Festival se terminó. El brusco cese luego de ver cinco películas por día no es fácil de asimilar, como no lo es tampoco el ver nuevamente las salas vacías, en términos generales, durante el resto del año. Y esto es lo que me interesa destacar en la presente oportunidad. Recuerdo leer en los intervalos, mientras hacía la fila para entrar, las tiras cómicas de Gustavo Sala en el diario que repartía la organización. Una de ellas me causó mucha gracia por su estilo gráfico y el contenido ácido que destilaba; un hombre mayor, sacado, pedía de a cinco entradas a la vez para ver cine rumano, alemán, polaco, ruso, etcétera. Sus ojos desorbitados no podían disimular el grado de ansiedad que lo invadía. Según la lógica de la historieta, se trataba de uno más de los “seres que hibernan” los meses posteriores a este magnífico evento, una de las especies que brillan por su ausencia más allá de estos ocho días. Basta ver las boleterías para comprobarlo. Es cierto que un Festival por su naturaleza congrega gente y que la simple curiosidad (o a veces el placer por acumular “cultura” en la menor cantidad de tiempo posible) permite una afluencia considerable de público. Pero también es visible que existe mucha gente que demanda más cantidad de experiencias colectivas como esta, en forma más regular y con políticas de exhibición, distribución y circulación más claras y eficientes, capaces de sostener a precios accesibles eventos culturales. ¿Cómo explicar sino que no quedara butaca alguna para ver películas silentes o que los cines se llenaran a primera hora? Evidentemente, no es sólo toda la gente “del palo” y eso hay que valorarlo. Por ello, los sectores de la programación que estuvieron destinados a reposiciones, ciclos y retrospectivas están bien pensados. No puedo decir lo mismo de las competencias, signadas por una recurrencia temática y formal alarmante en la mayoría de las propuestas. En definitiva, la conclusión es que las políticas culturales de la ciudad, sumadas a las provinciales y/o nacionales, deberán entender alguna vez que la forma en que se crea un marco de exhibición va a garantizar la adhesión del público, y que el éxito puede extenderse entonces a la mayor parte del año.


Los aplaudidores profesionales

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

festicuatroDe hace un tiempo a esta parte me gusta apodar a determinado tipo de crítico o cronista que participa de festivales como “aplaudidor profesional”. Es un aplaudidor profesional aquel que celebra obyectamente todo lo que ocurre en el marco festivalero, el que no cuestiona nada, el que dice que todo es brillante, inteligente, esforzado; el que por hospedaje, pasajes, comida y primicias se traga todos los sapos o -si no los traga- los hace tragar con un nivel de ingenuidad que si no fuera perversa sería pura ternura. Ya lo he dicho por estas páginas, el Festival de Mar del Plata languidece. La edición 28ª fue una demostración cabal: la programación podrá ser un poco peor o un poco mejor, pero su trascendencia como acontecimiento ha venido menguando edición tras edición. Sin embargo, los aplaudidores profesionales se encargaron de resaltar todo lo ocurrido en estas playas. El problema del festival es que aquel que participa de lleno está tan encerrado entre las paredes de la sala, que poco puede ver del horizonte, del panorama: todo es cine, todo pasa por el cine. O, en caso de ver, se hace el tonto y mira para otro lado. Lo peor es que ese pesimismo, que corre por los pasillos del Festival cada año, se disimula con tal facilidad que todo parece genial, inmaculado. Y el que dice lo contrario, es un loco o un rencoroso. Y cada año terminamos preguntándonos si no será el último año, pero doce meses después descubrimos que la estructura vuelve a movilizarse, cada vez con un poco menos de energía: total qué importa, los aplaudidores profesionales están ahí, para sostener como sea todo esto. En un dinámica perversa y excesivamente cínica.


Algunas observaciones

Por Javier Luzi

(@elejavier)

festivalLlego a Mardel el sábado 16 pasado el mediodía y me voy a la sala de prensa por la tarde, después de acomodarme en la casa de una pareja amiga que me dio “asilo” durante esta primera parte (ya que esta vez el Festival sólo me acreditó y gracias). El par de horas que estoy allí me basta y sobra para tratar de no pisar más el lugar: el aire se cortaba con un cuchillito de hojalata (este año todo viene medio abaratado y berreta), la cola para retirar la credencial se formaba porque la cuestión venía lenta, igual que el servicio de Internet. El sitio del Festival se cuelga cada dos por tres, no hay lugar de donde sacar fotos para ilustrar las notas (remiten para ello a una dirección de mail), las gacetillas llegan con retraso y son enormes ladrillos ilegibles. No hay listado de invitados, nadie sabe quién estará acompañando las películas, las chicas de Tiff (encargadas de prensa) juegan al “no sabe/no contesta”, las entrevistas se producen buscando cada uno a quien quiere entrevistar. Claramente nada funciona pero las invitaciones para el cóctel de apertura se pasan en secreto, de mano en mano y con sonrisitas, casi como remedando un levante. Los elegidos no tienen por qué ocultarse. Los voluntarios están mal pagos y peor tratados. Y la jefa de prensa pasea su cara larga, que se la patea, porque quisiera estar en el cumpleaños de su hija en lugar de estar aquí. Claro, es que todo lo hacen gratis. Ah, ¿no? ¿Cobran por esto? Bueno, nadie es perfecto tampoco. Es que uno es tan exigente e inconformista que pretende que cumplan con su función. Los programadores están divididos en bandos irreconciliables y exhiben sus gustos y preferencias estéticas (como corresponde) en cada película seleccionada, sólo que parece que el gusto tiene siempre el mismo sabor. Uno repetido y que sabe a poco riesgo (la recurrencia a traer las películas premiadas en otros festivales ya es rutina). A una de las programadoras se nota que le encanta el escenario y las luces y prologa las películas con una sarasa que da vergüenza ajena. Eso sí, siempre cambia el look para las presentaciones. A mitad del Festival una gacetilla anuncia que si queremos entrevistas debemos dirigirnos a tres chicas que son voluntarias. El equipo encargado de prensa (y pagado para esa función, vuelvo a repetir): bien, gracias. Demasiado estresado se desparrama por los sillones de la sala de prensa. Eso sí, no se las ve ni en los cines, ni en las conferencias, ni solucionando nada de lo mucho (malo) que ocurre acá. Pero atienden sus celulares para cerrar las funciones de la semana que viene para las películas que prensean en Buenos Aires. Y “encanutan” las entradas impresas desde el comienzo y después hay que tirarlas porque no las pudo usar ningún periodista. Y se van a almorzar cuando es el momento de entregar las (pocas) invitaciones para la ceremonia de cierre. Y en el mismo instante en que está a punto de comenzar la entrega de premios siguen sin resolver cómo hacer entrar a los colegas que no tienen invitación. Y uno no sabe si es la impunidad por estar bancadas de muy arriba o si es que todo les importa poco lo que las lleva a manejarse como lo hacen. Por ahí, también, se pasea una sonrisa encantadora y siempre dispuesta, estrenando Festival. Buena gente, pero es lo más que puede ofrecer. Seamos sinceros. Cada nuevo día es una nueva sorpresa y no de las buenas. Pareciera que las personas que tienen poder decisorio para sostener el único Festival de Cine Clase A del continente hicieran lo imposible por dejar que desaparezca (a pesar de los maravillosos discursos y promesas) con más pena que gloria. Sobre todo esto es que deberíamos discutir con sinceridad todos los actores intervinientes de la “industria” cinematográfica.

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