Por Mex Faliero
Fotos: Eugenia Schnass
Las comunidades bonaerenses de Ayacucho y Rauch fueron protagonistas del I Festival de la Cuenca del Salado, un encuentro de cortometrajes que contó con muy buen acompañamiento por parte del público, que colmó las salas durante las cuatro jornadas de cine regional, nacional e internacional. El pasado domingo 13 se realizó la ceremonia de cierre en el Salón Libertador (Ayacucho), con la proyección de los trabajos ganadores. FANCINEMA estuvo presente.
Natalia Alzueta, directora de Cultura de la Municipalidad de Ayacucho, nos comentó sobre la interesante participación de realizadores (se recibieron 250 cortometrajes, y de hecho hubo que agregar un día de exhibición a los tres previstos) y de lo fundamental que resulta para la ciudad este tipo de acontecimientos. Si bien en Rauch hay un trabajo de tiempo que se viene haciendo, en Ayacucho el Festival es una oportunidad para retomar el contacto de los lugareños con el cine. Con el “ir al cine”.
Es aquí, en espacios alejados del vedetismo de los festivales grandes, donde se descubre la importancia de un encuentro como este. Ayacucho es una ciudad que desde hace tiempo carece de una sala de estrenos (aunque nos sorprendió la presencia de un videoclub de importantes proporciones en la zona céntrica), y donde sólo el trabajo del Estado puede sostener la experiencia audiovisual como algo fundamental para los pueblos y su cultura.
Por eso también resulta sorprendente descubrir que se contó con unos 14 trabajos presentados por realizadores de la región (entre ayacuchenses y rauchenses), demostrando que hay toda una cultura que subyace a la espera de un medio donde expresarse. El I Festival de la Cuenca del Salado viene a cubrir esa necesidad. Un vínculo más directo con el INCAA, por ejemplo, serviría para darle mayor exhibición al Festival.
Pero en definitiva hubo cine, y hay que decir que el premio principal se lo llevó esa joyita ya conocida de Juan Pablo Zaramella, Luminaris. No hay mucho para agregar de este estupendo trabajo, más que repetir que sigue funcionando como la primera vez y que brilla tanto técnica -la animación es precisa y notable- como metafóricamente. Y que Lluvia de estrella, el tango que hace el acompañamiento musical, es indispensable para su disfrute y una elección de notable gusto.
Entre las sorpresas agradables hay que mencionar al elegido como mejor cortometraje documental, Objetivo Tornquinst de Julián Cáneva. Tal vez no contenga un gran trabajo formal, pero el tema elegido es toda una revelación, más tratándose de algo histórico: cuentan que allá por 1955 la ciudad del título fue invadida por militares que estaban preparados para hacer desaparecer el lugar. Eran tiempos de la Revolución Libertadora. El director se hace todas las preguntas a partir de una foto que ve, donde aparecen un tanque y un militar caminando por las calles de su pueblo. ¿Qué ocurrió, cómo, por qué? Tal vez no se respondan todas las preguntas, pero algunos testimonios dejan entrever algunos costados oscuros de nuestra estimable e histórica clase media.
Qué queso quieres es un trabajo brasileño elegido como mejor corto internacional. Dirigido por Carolina Domitt Bittar, muestra a un matrimonio mayor en crisis a partir de una simple pregunta que desnuda un mundo, frustraciones y pesares del paso del tiempo. Aún dentro de su dureza, hay un trabajo de puesta que refuerza el absurdo -más allá de una metáfora un poco obvia con un reloj- y actuaciones que podrían haberse desbordado hacia el lado del grotesco, pero que resultan contenidas.
Si hablamos de grotesco y costumbrismo, algo similar ocurre con La desgracia, de Fernando Pacheco, elegido como mejor corto nacional. Hay un trabajo sobre lo barrial, sobre los sectores laburantes, que siempre está bordeando el costumbrismo a lo Suar. Pero a la contenida actuación de Oscar Sánchez se suma un trabajo expresivo cercano al cine de Jean-Pierre Jeunet. Sin llegar a esos extremos, el bienvenido humor sostiene un corto que termina siendo nada más que una anécdota simpática y no mucho más.
Otros premiados fueron El edificio -un trabajo colectivo del taller de técnica digital de ARGRA Escuela dirigido por Simón Chávez-, como mejor corto amateur, y Stringless, como mejor corto experimental. De ambos se puede decir que se trata de trabajos plásticos apreciables, pero que carecen de un mundo más firme. El edificio es stop motion con fotos, muy bien realizado, con toques de absurdo, y se debe remarcar que algunas falencias tal vez tengan que ver con que se trató de un trabajo proveniente de un taller de cine. En el caso de Stringless se observa una metáfora sobre la música y la vida, que peca un poco de obvia y otro tanto de falta de criterio para saber cuánto es suficiente. Se alarga un poco.
Para el final quiero dejar las dos obras que más me gustaron de las que pude ver en la jornada del domingo. Uno es el mejor cortometraje de ficción, Ojos abiertos, de Martín Esteban Aletta. Tres historias ambientadas en Tokyo, que se unirán irremediablemente, y que tienen trenes y suicidas. No sólo hace recordar a mucho del mejor cine asiático (trenes y suicidas van de Ozu, a Sion Sono, a Hou Hsiao-Hsien), sino que además tiene su poética y su humor, especialmente cuando hace hincapié en el absurdo administrativo del suicidio. Tal vez pueda resultar un poco blanda al final, pero no deja de vincularse también ese plano melodramático que el cine asiático sabe trabajar.
El otro sumamente disfrutable que se llevó una mención como mejor corto documental es Los hombres también son vírgenes, de María Agúndez. Este corto no tiene más trabajo formal que una serie de testimonios dichos a cámara, pero lo que lo convierte en algo divertidísimo son esos mismos testimonios (y la directora sabe que no precisa nada más que eso para que la cosa funcione). El tema es la virginidad masculina, y varios desconocidos pero también actores, cantantes y figuras públicas de la cultura española cuentan sus experiencias de una forma que resumen guarrada, valentía y sensibilidad en un mismo momento. Por ahí aparecen El Gran Wyoming, Damián Mollá o Daniel Mateo entre otros. Un corto que, además, le da lugar a esa palabra tan de hoy como es la “diversidad”. Una aproximación a un tema tan complejo como el debut sexual y a una etapa tan complicada como la adolescencia.
Durante la ceremonia se vieron dos cortos realizadores por participantes de talleres de guión y realización, El tren y En escena, y un anticipo de lo hecho en el de documentales. Ambos talleres se llevaron a cabo durante estos días. El Festival además premió la producción local: mejor corto de Rauch fue elegido Aunque pasen los años, de Martín Iturbe, que lamentablemente no se pudo ver; y por Ayacucho Sistemas lagunares, de Emilio Quiroga, que si bien tenía un destacado trabajo de fotografía no era más que un corto institucional.
Lo mejor es que el I Festival de la Cuenca del Salado llegó para quedarse, a juzgar por la conformidad evidenciada tanto por la gente de Cultura de Ayacucho como del Cineclub El Gabinete de Rauch, que movilizaron esta actividad.
Todos los ganadores
-Cortometraje del Festival
Luminaris, de Juan Pablo Zaramella
-Cortometraje internacional
Qué queso quieres, de Carolina Domitt Bittar
-Mención corto internacional
Exit, de Michel Goossens
-Cortometraje nacional
La desgracia, de Fernando Pacheco
-Cortometraje documental
Objetivo Tornquinst, de Julián Cáneva
-Mención cortometraje documental
Los hombres también son vírgenes, de María Agúndez
-Cortometraje de ficción
Ojos abiertos, de Martín Esteban Aletta
-Cortometraje de animación
Luminaris, de Juan Pablo Zaramella
-Cortometraje amateur
El edificio, de Ramiro Elizalde
-Cortometraje experimental
Stringless, de Alberto Díaz López
-Premio Beatriz Gil al cortometraje que mejor resalte los valores humanos
Aunque pasen los años, de Martín Iturbe
-Cortometraje de Rauch
Aunque pasen los años, de Martín Iturbe
-Cortometraje de Ayacucho
Sistemas lagunares, de Emilio Quiroga
El domingo anduve por Ayacucho, trabajando -obviamente manga de giles-. Acá un resumen de lo visto en el I… http://t.co/MFiZU7z7Ma