Por Gabriel Frenkel

Si tuviera que elegir un período de la historia en el que desearía vivir, sin dudas optaría por la década del 40. Nada me gustaría más que vestir todo el día un traje de Harrods o de Gath y Chaves, usar sombrero (“sea elegante por entero / bien vestido y con sombrero”, rezaba una publicidad de la época), lucir un cuidado bigote anchoíta y tener charlas en las que pudiera usar palabras como “pituco”, “vampiresa” o decirle “¿y vos de qué la vas?” a alguien que se pasa de vivo. Además es el auge de la cultura del café, la era dorada del tango con el apogeo de poetas irrepetibles como Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi o Cátulo Castillo. En cuanto a la comida, uno podía preparar una receta de Petrona C. de Gandulfo, de esas que llevaban un pan de manteca y media docena de huevos sin que vinieran esas carceleras del buen comer llamadas nutricionistas a contar las calorías y a sermonear sobre el colesterol. Casi me olvido: en la mesa familiar había soda en sifón, no agua finamente gasificada.
Como si lo anterior fuera poco, durante esta década se filmaron las mejores comedias de la historia del cine argentino. Por más que la crítica las desprecie llamándolas “rosas” o “de teléfono blanco”, en nuestro país no han vuelto a hacerse películas con la gracia, el ritmo y los diálogos de Los martes orquídeas (1941), En el último piso (1942) y Elvira Fernández, vendedora de tienda (1942). Tampoco han vuelto a aparecer estrellas como Mirtha Legrand, Niní Marshall, Olinda Bozán o Zully Moreno, ni galanes con el porte y la picardía del enorme Juan Carlos Thorry (nuestro Cary Grant), Ricardo Passano o Angel Magaña.
Claro que, como siempre en el arte, nada aparece por generación espontánea y este caso no fue la excepción. Durante la década del 30, Estados Unidos estaba sumido en una profunda crisis conocida como la Gran Depresión, por lo que había que ofrecerle al público films optimistas y con final feliz garantizado. Así nace la screwball comedy, que significa comedia loca o zizgagueante, caracterizada por ser sus protagonistas de clase alta, muy rebeldes, contrarios a seguir las obligaciones que su condición les impone y que suelen ser impulsivos, excéntricos y los que parecían “cuerdos” al principio terminan contagiados por la “locura” de los extravagantes protagonistas. Este es el punto de partida de los directores para estudiar y criticar a este estrato social.
El aspecto más interesante de estas películas son los roles femeninos pues son las que llevan la trama con sus acciones, viéndose el protagonista masculino arrastrado por ellas. Las mujeres suelen ser fuertes, valientes y rebeldes frentes a las normas sociales que las atan y la abanderada de estos caracteres fue Katherine Hepburn, quien en la excelente La adorable revoltosa (1938), de Howard Hawks, manipula y arrastra al tímido y despistado Cary Grant con sus maquinaciones durante toda la película.
El ritmo de estas películas es frenético, las situaciones cómicas se enlazan una detrás de otra y los diálogos son inteligentes, suelen tener doble sentido, carga irónica y los personajes se desprenden de ellos a alta velocidad (overlap o diálogo superpuesto). Normalmente son historias de amor en la que los protagonistas temían por su relación dada su distinta condición social o bien se han separado y se reconcilian durante el film o son parejas de casados que entran en conflicto (comedia de rematrimonio), siendo la batalla de los sexos uno de los elementos más usuales y quedando el dinero siempre al margen y al final los protagonistas se casan por amor. Algunas screwball comedies para no perderse: la precursora Lo que sucedió aquella noche (1934), de Howard Hawks; Las tres noches de Eva (1941), de Preston Sturges; y Ser o no ser (1942), de Ernst Lubitsch.
En la década del 40, el cine argentino al igual que el Americano, ya tenía instaurado su propio star system, es decir, un sistema de contratación de actores en exclusiva y a largo plazo utilizado por los estudios para asegurarse el éxito de sus películas, situación que no redundó en un beneficio cualitativo en todos los casos. Sin embargo, en el marco de un cine de estudio hecho para el gran público, se destacó la figura del director Carlos Schlieper, quien pudo encontrar su espacio y su modo de hacer cine en el entrecruzamiento de lo popular con lo original, logrando un cine personal y haciendo que las estrellas fueran más que figuras impuestas por los estudios. Estas características del cine de Schlieper pueden verse en melodramas como El deseo (1944) y Las tres ratas (1946), y en comedias como Arroz con leche (1950), Cuando besa mi marido (1950) y Esposa último modelo (1950). La influencia de la comedia americana o screwball comedy descripta anteriormente se hace evidente en la construcción de sus relatos y de sus personajes, siendo estos últimos personas “normales” en situaciones “anormales” y no caricaturas, uno de los problemas del género en nuestro país. Tanto el papel de la mujer como el enfrentamiento entre los sexos son claves en sus comedias, las que no carecen de gracia ni de un preciso timing en los diálogos.
En Esposa último modelo (1950), es en un ambiente de la alta sociedad donde se encuentran dos clases bien separadas. María Fernanda Alcántara (Mirtha Legrand) es la niña huérfana y malcriada de una acaudalada familia que, impulsada por su abuela y su ama de llaves a buscar novio, encuentra en Alfredo Villegas (Angel Magaña) al hombre de su vida. La configuración del personaje de Legrand está dada por las primeras imágenes en el club hípico despreocupada de la empresa familiar, en las reiteradas visitas a la comisaría por algún escándalo y en su rechazo sin miramientos a Lucas Alegre (Osvaldo Miranda), un “festejante” que más tarde le servirá para darle celos a su esposo.
Lo que ocurre es que María Fernanda no es la esposa con la que Alfredo soñó toda su vida, sino que espera una mujer dedicada al hogar que sepa coser, bordar y planchar. La abuela y el ama de llaves solucionan el problema inventando diplomas de corte y confección, arte culinario y enfermería, haciendo partícipes del engaño al mayordomo, a la mucama y a la cocinera (un rasgo distintivo de Schlieper es que en sus films el personal de servicio no es un mero decorado sino que asume un rol activo en la trama). María Fernanda, en apariencia, se convierte en todo lo que Alfredo espera de una mujer pero este no está dispuesto a vivir sintiendo que su mujer lo mantiene, por lo que quien se case con él “deberá compartir su situación”, es decir la de un abogado recién recibido con pocos clientes. El primer beso sella el pacto de amor y allí comienzan las mentiras.
Cuando todo se descubre, Alfredo la deja y así comienza otra historia: la de cómo reconquistarlo, convirtiéndose el film en una comedia de “rematrimonio”, de la que un ejemplo reciente es Viviendo con mi ex (2006), con Vince Vaughn y Jennifer Aniston. Camino a una de sus salidas nocturnas con Lucas Alegre, su antiguo enamorado (plan ideado por su abuela para darle celos a Alfredo), María Fernanda reconoce su admiración por las mujeres que son útiles y dedicadas al hogar. Hay toda una apología del ama de casa, lógica podría decirse, teniendo en cuenta la organización de los roles familiares en esa época aunque es importante señalar que en esta película los hombres viven engañados en un mundo manejado por mujeres, pues tanto Lucas Alegre (un títere que María Fernanda usa cuando lo necesita) como Alfredo, padecen la impronta de la niña mimada, su abuela y el ama de llaves que los obligan a moverse a su antojo.
El film termina con una mirada a cámara de Mirtha Legrand, quien brilla en esta comedia como nunca a puro mohín, encanto y belleza, guiñando un ojo al espectador, convirtiéndolo en un cómplice más de sus continuos fraudes pero haciéndolo, a su vez, también partícipe de lo único real: el amor que tiene por su marido y por el hijo que viene en camino.
En la actualidad, a diferencia de otros tiempos, nada bueno puede esperarse del cine comercial argentino, por lo que es una lástima que el llamado Nuevo Cine Argentino esté tan enfermo de solemnidad y de aires de importancia, y que después de haber dejado atrás una cinematografía pretenciosa e impostada ahora repita los errores de sus antecesores y sus realizadores sean incapaces de filmar una comedia que tenga la liviandad, los momentos de slapstick (comedia física) y las réplicas y contrarréplicas brillantes de Esposa último modelo. Pareciera que no hay escapatoria: o es Francella, el remedo del comediante italiano o Daniel Hendler, a quien ya se le notan sus limitaciones actorales y que cansa con su inexpresividad que no se ha modificado desde aquel lejano comercial de Telefónica, “Walter”. Háganme caso: vean dos o tres comedias del cine argentino clásico y después me cuentan. No se van a arrepentir. Se van a hacer el plato.
