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Larga vida a los monstruos

Por Cristian Ariel Mangini

(@Masterzio84)

pacificrimkaiju“Estoy aquí porque amo esta película. Estoy aquí como un fan”, esto era lo que decía allá por el 2010 Guiillermo del Toro de ese clásico del culto moderno injustamente bastardeado que fue Scott Pilgrim vs. The world, de Edgar Wright, en una charla de moderación. El director mexicano entiende como pocos esta subcultura que define una brecha generacional, donde se mezclan comics, manga, anime, videojuegos e Internet, pero también una percepción distinta del mundo que nos rodea. Por eso Titanes del Pacífico generaba tanta expectativa: provenía de uno de los directores que mejor conocía el terreno donde se internaba y esta es una de las razones por las cuales se esperaban grandes cosas. El resultado da lugar a sensaciones encontradas, contradictorias, donde a pesar de todo uno puede percibir pinceladas de Guillermo del Toro sin que sea su mejor película.

A pesar de la mención inevitable del Kaiju, que resulta ser el nombre de los antagonistas del film y el nombre del subgénero al que homenajea Del Toro, existe la influencia casi excluyente de dos animes de los ´90: en primera instancia, el más referenciado, Evangelion, y en segunda instancia, Escaflowne. Pero veamos de qué diablos se trata esto un poco. Una rápida búsqueda en Wikipedia les indicará que Kaiju se traduce algo así como “bestia extraña” del japonés y refiere a un subgénero de películas de monstruos. Salgámonos de lo enciclopédico y vamos a lo más contundente: Godzilla, ese es el Kaiju por excelencia. Imagínense monstruos de dimensiones enormes arrasando todo a su paso y luchando contra otros monstruos, realizando un paso inevitable a la categoría de antihéroes. Por supuesto, esto es una definición grosera a la cual hay que agregar ese elemento de slapstick autoconsciente que tenían este tipo de películas, por momentos adquiriendo tonos de comedia que se dejaban entrever en el exceso y el absurdo, ingresando en un campo lúdico donde todo era posible. Ese era el mérito del Kaiju a pesar de las limitaciones técnicas que podía llegar a tener.

Evangelion y Escaflowne son otro tipo de bestias. Se encuentran entre los animes más populares y entre la crítica tienen una aceptación casi unánime respecto a la forma en que impactaron en la animación de mecha de los ´90, siendo también pilares de alta calidad con una cantidad relativamente corta de capítulos. Las razones de lo revolucionarios que resultaron en la animación japonesa se encuentran en el tono posmoderno que atraviesa a ambas. Las dos series abandonan en la construcción de personajes y temáticas la tradición de otros animes emblemáticos como la saga Gundam o Macross, iconos de los ochenta que continúan hasta nuestros días en forma de franquicia del universo que construyeron. Los dos repiensan el lugar del héroe y la máquina de guerra en la narración, además de poner en crisis (sobre todo Evangelion) la lógica en la que se movía habitualmente el subgénero: en ambos hay un fuerte marco de filosofía, psicología, mitología, religión, mientras que en lo formal se pone en crisis la misma materialidad del dibujo (los capítulos 25 y 26 de Evangelion, o el final de The end of Evangelion son un buen ejemplo). Y, por otro lado, ambos elaboran un vínculo entre el piloto y su arma de combate, además de poner en cuestión la identidad real del enemigo. Si a esto sumamos un apartado visual y sonoro que se encuentra entre lo mejor que se ha hecho en animación en los últimos 30 años, tenemos la razón de que ambas sean una referencia ineludible.

Pero volvamos a Del Toro. Lo que hace el cineasta en Titanes del Pacífico es homenajear estas dos vertientes: por un lado incluye los monstruos mastodónticos y por el otro incluye a los mechas y las subtramas dramáticas propias de este género. Surge por lo menos aquí un problema que tras el visionado se confirma: la confluencia de subgéneros no es del todo reconciliable. En el vértigo de monstruos y efectos con los que nos entretiene Del Toro, el drama psicológico de los personajes se diluye rápidamente, dejando una sensación de vacuidad a pesar de dos memorables secuencias: la tragedia en la introducción y el flashback de Mako.

Otro aspecto está vinculado a cómo nos sumergimos en la trama de la película y su mundo, esa suerte de distopía que recuerda a films como Blade Runner pero también al apocalíptico Tokio 3 de Evangelion o la estructura del GeoFront en la base de operaciones. El mundo que crea Del Toro está cargado de detalles pero no podremos apreciar su complejidad, más cercana al universo de las series futuristas de mechas, porque la historia pierde vigor rápidamente. Tampoco estaremos ante el tono lúdico de las series Kaiju, ya que el drama psicológico que se perfila en los personajes por momentos carga demasiado el relato de una desesperación inminente que oscurece las posibilidades de que sea algo pasatista, aún con el comic relief que ofrece el científico interpretado por Charlie Day. En definitiva, el mayor desacierto de Del Toro con este film fue tratar de hacer congeniar dos géneros sin que las partes que componen el relato encajen.

Sin embargo, entre el caos también asoman batallas increíbles que SE ENTIENDEN y algunas ideas visuales que terminan demostrando por qué el director de la saga Hellboy, pero también de El espinazo del Diablo, es aún con sus irregularidades una de las voces más creativas de la industria. Y uno por momentos se imagina lo interesante que sería que la adaptación “real” de Evangelion sea dirigida por el mexicano. Pruebas de que conoce el terreno donde se está metiendo no faltan.

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