Por Matías GelpiDía 1, sábado 17, películas que vi = 0
Durante la mañana del sábado llega lo que es el primer contacto concreto con el Festival: la guía de programación. Todos tienen la guía de programación, ese rejunte de sinopsis mentirosas, horarios y fechas. El cinéfilo festivalófilo debe tener ese cuadernito abrochado, marcado y lleno de papeles, allí se encuentra escrito, o mejor, profetizado su destino próximo, es decir, ver al menos tres películas por día y tener tiempo para discutir acerca de tal o cual autor del Oriente Medio.
Se acerca el mediodía, recuerdo que tengo que ir a trabajar y que mi propio destino próximo no tiene nada que ver con ver películas. Y pienso: ¿cómo hacen esos tipos y tipas (guiño K) para organizar sus días de acuerdo a las películas que quieren ver? De hecho ¿cómo pueden tomarse una semana para hacer solamente eso? Ok, son periodistas, pero no todos. Y aquí reprimo mi ser reaccionario conservador y resentido.
Llego a la librería (lugar de trabajo), que está mitad de camino entre los cines y todavía no veo al estereotipo festivalero, que generalmente tiene un poco de turista, un poco de marxista, un morral y una remera de La naranja mecánica. Les hablo a mis compañeros acerca del Festival, todos saben que soy crítico y preguntan muchas cosas que, en general, no sé, hasta que alguno hace la pregunta mágica sobre la cual puedo desplegar argumentos a favor de Spielberg y en contra del pecho frío de Nolan.
-“¿Cuál es Nolan?”, pregunta uno.
-“El de El origen y la última trilogía de Batman”, respondo.
-“Pero están buenas esas pelis y la última de Batman la rompe”, retruca.
“¿No entendés que El origen es una pavada sobrevalorada y la ultima de Batman tiene menos emoción que un partido de squash?”, pienso. Más o menos, le contesto.
La opinión de mis compañeros oscila entre el odio y la indiferencia hacia el Festival, incluso alguno menciona la poco feliz Feria del Libro que sucede al mismo tiempo y que despierta mayor interés entre los libreros, obviamente. Mi opinión no es tan diferente a la de ellos.
Entra el primer estereotipo festivalero, vamos a obviar su descripción física, sin embargo digamos que cumplía con algunas de las señas particulares que enumerábamos anteriormente.
-“¿Cuánto está Cine 1 de Deleuze?”.
-“¿El que edita Cactus? Está buenísima esa editorial, editan a Papini también”. Digo agregando información innecesaria y pedante
-“Sí”, dice con expresión de ganas de preguntar quién es Papini, aunque no lo hace.
-“Es usado sale 90, tené en cuenta que el nuevo sale 130. Pero llevate mejor El cine según Hitchcock, todo lo que se puede aprender de cine está ahí”.
-“No, gracias estaba averiguando nomás porque no es para mí”.
Me lo merecía, fui demasiado pedante, sin embargo no creo estar tan errado, El cine según Hitchcock es revelador, y Deleuze avisa en el principio de su libro que va a hacer una lectura de Materia y memoria de Bergson. Alguien que pone de entrada esa barrera entre su obra y el espectador o lector no vale demasiado la pena.
Podemos plantearnos como objetivo de estas crónicas dilucidar quién es más pelotudo: el estereotipo, yo o Deleuze. Ya veremos.

