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El juego de la fortuna

Título original: Moneyball
Origen: EE.UU.
Director: Bennett Miller
Guión: Steven Zaillian, Aaron Sorkin basados en la novela de Michael Lewis
Reparto: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman , Robin Wright, Chris Pratt, Stephen Bishop, Brent Jennings, Ken Medlock
Fotografía: Wally Pfister
Montaje: Christopher Tellefsen
Música: Mychael Danna
Duración: 133 minutos
Año: 2011


9 puntos


Pasión de los débiles

Por Mex Faliero

(se cuentan detalles fundamentales del argumento)

Me gusta el básquet, soy hincha de Quilmes de Mar del Plata que juega la Liga Nacional. Podríamos decir que es un club chico si es que el deporte se mensura de acuerdo a logros: si bien jugamos en la alta competencia desde 1991, nunca hemos ganado una Liga Nacional, nuestras campañas -salvo un par de excepciones- han sido de regulares a malas y, de hecho, hemos descendido dos veces ya. Lo épico en nuestro caso, es que en las dos oportunidades volvimos a ascender al año siguiente, algo que ningún club ha logrado en la historia de este deporte. Es un orgullo mínimo, claro está, pero orgullo al fin: en realidad el tamaño del orgullo no lo hace la dimensión del acto en sí, sino la importancia que tiene tal hecho para uno como individuo. Para colmo de males, en la ciudad hay un rival clásico, Peñarol, que en el presente y desde hace un par de años, goza de su mejor momento en cuanto a resultados: títulos de Liga, de campeonatos paralelos, de torneos intermedios, incluso de torneos internacionales. Ni qué decir los partidos entre ambos equipos: un sufrimiento continuo, una instancia en la que uno desea ser tragado por la tierra para no comerse las gastadas correspondientes. El presente del cuadro en la Liga Nacional en curso es bastante pobre: vamos últimos, sin demasiadas chances de levantar cabeza y con un horizonte que uno avizora como bastante pobre. Pero uno sigue siendo de Quilmes, por esa empecinada pasión que suele tener todo hincha. Y esto es así porque pertenecer a un equipo es también manifestar, veladamente, un estilo de vida. Uno es de Quilmes porque, con malas, pésimas o nefastas decisiones dirigenciales, el club ha sido históricamente coherente en sus determinaciones institucionales. Siempre se privilegió el cuidado de las arcas del club por sobre las necesidades apremiantes del hincha: menos estrellas, menos gastos indecorosos, y por ende también menos resultados positivos. Las veces que nos corrimos de esas premisas, así nos fue. La alta competencia es tan excitante como injusta, más en un deporte como el básquet, porque se hace muy difícil suplir con coraje deportivo las falencias de tener un plantel inferior en cuanto a condiciones y salarios. En el caso de la Liga Nacional es un dato que se puede cotejar observando la lista de cuadros campeones: muy pocas veces (algún Gimnasia de Comodoro, por ejemplo) no salió campeón uno de los equipos que más dinero hayan invertido. Es la triste realidad de este deporte, y la mía como hincha de Quilmes.

Sepan disculpar el largo prólogo, pero es una buena forma de entender por qué me gustó tanto El juego de la fortuna. Y si usted es hincha de un club chico, como el mío, sin dudas que se sentirá especialmente movilizado por un film que hace de esa pasión de los débiles su mayor fuerte. Y lo hace sin demagogia y con una coherencia tremenda en el tratamiento de ese universo de números, cifras, porcentajes, estadísticas y personas tratadas como números, que es su materia base.

En lo central, el film de Bennett Miller cuenta una porción de la vida de Billy Beane (Brad Pitt), el manager de los Oakland A’s de la liga de beisbol norteamericana: un equipo que año tras año y a pesar de algunos buenos resultados, perdía a sus mayores figuras, seducidas por el dinero de los cuadros más poderosos. Sabiendo que no contaría con más presupuesto que el que tiene (el film arranca con dos cifras, $ 114.457.768 vs. $ 39.722.689, para marcar las diferencias entre los Yankees y el Athletics), Beane se contacta con Peter Brand (Jonah Hill), un estudiante de economía que ha organizado un programa que por medio del análisis de estadísticas logra conseguir un equipo competitivo y de bajo presupuesto. Justo lo que Beane necesita. Lo primero interesante que hace el film es quitar el costado moralizante del dinero: no hay aquí una mirada de ricos contra pobres, sino que aceptando las reglas del juego y del sistema pone en el centro del relato a un pragmático y un economista dispuestos a patear, desde su lógica, precisamente aquellas reglas. Si uno pensaba ver un film deportivo, lo encontrará pero no del modo en que pensaba: el juego queda a un costado y lo central pasan a ser las formas en que el juego se construye, cómo se negocian jugadores, de qué manera se plantea una estrategia, toda esa trastienda que el hincha no logra ver. Y si usted cree que esto será desapasionado, sepa que está totalmente equivocado. El juego de la fortuna es una película caliente, ágil, inteligente, divertida, efervescente. Y en última instancia, si es hincha de un cuadro como el mío, emocionante.

Parte de la inteligencia del film proviene del guión, pero de un guión tan ajustado que deja los lugares vacíos para que lo que el texto no pone lo completen la dirección y los actores. Hay que decir, claro, que el guión de El juego de la fortuna fue escrito por tal vez dos de los mejores guionistas del presente: Aaron Sorkin y Steven Zaillian. Del primero, que tras Red social parece estar en estado de gracia, podemos reconocer esos diálogos filosos, que se posicionan como estiletazos sobre el mundo a retratar y lo desmenuzan potentemente abriendo el juego hacia otros niveles del discurso, aunque sin la oscuridad de la peli sobre el Facebook y con algo más de ternura; del segundo, como en La lista de Schindler o Una acción civil, está esa visión sobre el dinero y su vínculo con la vida, del dinero como instrumento básico del capitalismo, pero un capitalismo puro que evidencia en su origen los propios males del sistema: la gente, tanto en un campo de concentración como en un equipo de béisbol, puede convertirse en moneda de cambio. El juego de la fortuna se da el lujo de contar con dos escritores lúcidos, intensos, que fusionan lo mejor de su mundo y construyen un gran relato sobre el nuestro, en esa gran virtud que tienen los buenos autores: es indudable que el film habla sobre el béisbol, pero también está diciendo algo sobre el presente universal de crisis y pérdida de valores, valores que incluso están en el dinero y que no son sólo los de cambio.

En ese sentido hay una escena magistral sobre el final, en la que Brand le dice a Beane, cuando el manager duda entre quedarse en Oakland o aceptar una oferta millonaria de Boston: “es una metáfora”. Brand le muestra un video en el que un jugador que no confiaba en su potencial conecta un home run sin llegar a advertirlo, y tiene que ser avisado por sus compañeros y rivales de semejante proeza. Lo que le quiere decir Brand a Beane (Pitt y Hill tienen una química inconmensurable y son parte del gran éxito de esta película) es que hay gente que logra grandes sucesos pero no quiere verlos o está imposibilitada de hacerlo. “Es una metáfora”, dice y amén de la comicidad es una secuencia notable por cuanto desnuda también los artilugios de este tipo de películas, en las que el hecho no es más que una reinterpretación de algo más universal. Esa explicitación funciona también para el resto del film, que transita su drama de números y estadísticas sobre la apariencia del film deportivo: está la arenga de vestuario, está la historia del jugador que se reivindica, está el psicologismo que parece justificar conductas, está la relación amor-odio entre el manager y el entrenador, está la secuencia de montaje con las victorias del equipo, está el partido heroico de resultado incierto hasta el último segundo. Todo está, pero retorcido: la arenga es a medias y bastante desganada con un Beane que apenas puede agitar su brazo un poco, el amor-odio termina siendo más odio que amor, el partido que se define al final no termina sirviendo de nada a posteriori, los psicologismos son sólo taras del pasado que no determinan nada en el presente. Incluso el partido final está contado casi en dos planos, con un cierre amargo determinado por el montaje y la iluminación.

Bennett Miller, que venía de la envarada Capote, se aligera aquí y construye un film apasionante sostenido en cifras, números, estadísticas, con dos héroes que no son los protagonistas, sino tipos que ni siquiera pueden mirar los partidos porque se ponen nerviosos: son gente que pareciera no disfrutar mucho de lo que hacen porque, en verdad, el deporte y su disfrute pasa muchas veces por el sufrimiento, el tesón y la creencia en las propias determinaciones con las consecuencias del caso. En eso El juego de la fortuna (horrendo título local que contradice el espíritu del film) es casi una de Michael Mann, por su celebración del rigor y el profesionalismo por sobre el supuesto conocimiento de los intuitivos, y en cómo defiende la pasión de los que confían en sus virtudes y se empecinan en llevar adelante sus prácticas más allá de lo que dicta el sistema. Beane mantiene además una hermosa relación con su hija y allí se resuelve parte del entripado que mantiene el protagonista: el final de la película puede ser el optimista, resumido en ese logro deportivo que consiguen los otros equipos siguiendo los métodos de Beane y Brand, pero es más el que tiene a Beane escuchando la canción que su hija grabó a su pedido, The show, que le recuerda en los coritos que es un padre perdedor. En ese momento, última escena de la película, Miller tiene a Pitt encerrado en su camioneta, viajando sin saber muy bien a dónde, escuchando la canción, imaginamos dudando sobre si aceptar la oferta o no: la decisión formal es increíblemente acertada, porque pone al actor emocionado fuera de foco en un plano cerrado y lo que queda asomando por los rincones de la ventanilla es la ciudad, el lugar, la pertenencia, un modo de vida, una estética, una esencia; y que al final de cuentas es eso y no los logros deportivos los que nos termina anclando a un club. No hace falta explicar aquí qué decisión tomó Beane, que logró ver el triunfo en la derrota. Para todos los hinchas de cuadros chicos como yo, esta grandiosa película.

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