Sencilla. Así fue la ceremonia de apertura del 7° MARFICI, tal vez en consonancia con el espíritu de esta edición: algo humilde, pequeño, reservado para lo que parece un grupo de amigos que se conoce de hace varios años. De hecho, es una satisfacción transitar espacios entre película y película para saludar y encontrarse con conocidos, lejos de la locura y la histeria de por ejemplo el Festival del INCAA. La falta de histeria, también, queda reflejada en el simple acto de retirar la credencial: un rápido trámite que termina con uno saliendo alegremente con el catálogo y la grilla en la mano.
En cuanto a la ceremonia de apertura, palabras de uno de los programadores (el amigo de la casa Guillermo Colantonio), palabras del director (José Luis Jacobo), del realizador Patricio Coll, jurado de la Competencia de Documentales, y de Silvia Romero, programadora de la sección de Cine Inusual y jurado de la Competencia de Cortometrajes. En todos los casos, realzar la importancia de este encuentro, la necesidad de que se siga manteniendo en el calendario anual y la alegría de encontrarse por una semana frente a un tipo de cine que las distribuidoras habitualmente no traen a las salas de estrenos comerciales.
Como decíamos, todo muy sencillo y austero. Ya habíamos remarcado anteriormente el hecho de que este año sólo un espacio estaría habilitado para las proyecciones: el Centro de Arte MDQ. Pero, además, la sorpresa de que la sala de prensa está reducida a una mesita donde te dan la credencial y las herramientas básicas para trabajar, las ya mencionadas grillas y el catálogo. Digamos pues que uno entiende lo austero, pero hay cuestiones que deberían ser más cuidadas: lo de la inexistencia de la sala de prensa es un punto bastante en contra. Después hay errores conceptuales en la grilla, como no señalar a qué sección corresponde cada film, y en el catálogo, que sigue sin tener un orden alfabético.
Pero bueno, dejemos atrás el rol de viejo protestón y pasemos a lo que ha sido el primer día de proyecciones, como siempre “contaminado” por una mezcla entre lo que uno pudo ver y lo que vieron otros colegas, y que nos comentan. De acuerdo a este último parámetro, el amigo Juan Francisco Gacitua tiró buenas referencias de El edificio de los chilenos, aunque dijo que era “más o menos, pero más más que menos”, mientras que Gabriel Piquet recomendó dos documentales de Mike Dibb: Clasically cuban y What’s Cuba playing at. Según lo dicho por Piquet, el primero le resultó más interesante, aunque son dos trabajos parejos de Dibb, un director británico que el año pasado participó del MARFICI y donde se pudo observar que reúne dos virtudes: es una persona sumamente amable y además es talentoso con lo que hace. Sus documentales suelen abordar el hecho artístico, y por lo señalado estos dos trabajos ahondan acertadamente en esos asuntos.
Desde lo personal, tuve mi primer acercamiento con uno de esos directores de los que he leído más de lo que he visto: Frederick Wiseman. Un poco porque su obra no es muy fácil de conseguir y otro poco porque todo lo suyo que se ha visto en el país, ha sido mayormente en el BAFICI. Wiseman es un octogenario documentalista norteamericano muy prestigioso, con un estilo personal, autoral para el género: lo suyo es el involucrarse en un universo determinado, observar, registrar, y no sacar conclusiones ni desde el montaje ni desde la manipulación de los objetos sobre los que centra su mirada. Wiseman deja que las cosas se expliquen por su cuenta, que hallen su naturaleza en el proceso que va desde que posamos nuestras miradas en ellas y hasta que nos retiramos. En Boxing gym muestra la vida diaria de un gimnasio donde se enseña boxeo, y donde conviven tanto amateurs como profesionales. En la actualidad, el documental ha encontrado en la ficcionalización un camino si no facilista, al menos más amable para un público que busque algo más narrativo. Wiseman no hace nada de eso. Registra y para contar, se vale de pequeños retazos, de diálogos perdidos por allí, que van generando sentido. Una de las virtudes de su obra es que el espectador logra dejar de lado prejuicios y descubrir nuevas aristas, por más prosaico que resulte el ámbito retratado. Eso puede pasar con este gimnasio, donde residen criaturas más cercanas al pensamiento preexistente con otras que se corren del lugar común: y así surgen charlas sobre música latina, sobre el paso del tiempo, reflexiones sobre el ser como instrumento social. Dicen quienes han visto más de la obra de Wiseman que no está entre sus mejores trabajos, pero este cronista tiene que decir que salió con ganas de aprender boxeo.
Como se había anunciado, luego de la ceremonia de apertura se dio Buen día, día, el documental de Sergio Costantino y Eduardo Pinto sobre la mítica figura de Miguel Abuelo. Costantino estuvo en la sala y presentó el film junto al programador Diego Menegazzi. Buen día, día -que ya tuvo estreno comercial en Capital Federal- es un trabajo que cruza el documental informativo -con varios hallazgos provenientes del archivo audiovisual- con la ficcionalización, pasajes en los que se ve a Gato Azul, el hijo de Miguel, recorriendo las calles de Buenos Aires juntando fotos de su padre, y que resultan los menos inspirados. Buen día, día si bien no se acerca a la excelencia, permite sí descubrir algunas facetas interesantes de un personaje asombroso. Inteligentemente Costantino y Pinto deciden casi prescindir del narrador o del busto parlante, para contar al joven Miguel Angel Peralta (tal su nombre real) a partir de su propia voz. Así conoceremos a un tipo entre rebelde, pendenciero y genial, que tenía la chispa del artista impar clavada en algún lugar de su ADN. La formación de Los abuelos de la nada, en sus diversas etapas, es lo que estructura el film y desde allí se va descubriendo al personaje. Es cierto que Buen día, día tiene a su favor el estado de gracia de su personaje, pero también es su acierto retratarlo de la forma en que se lo hace, bastante libre y sin caer en solemnidades. Lo que queda claro es que los artistas grandes no son aquellos que mueren jóvenes, sino aquellos que en su tiempo no fueron del todo comprendidos y a los que el futuro les brinda una segunda oportunidad. Oportunidad doblemente válida si su presencia se debe a que forma parte del imaginario de una sociedad: Miguel Abuelo tenía una gracia, una arrogancia de la buena sobre el escenario, y poseía esa pizca de incorrección que al rock mainstream que se hace en la actualidad le falta. Y pensar que por aquellos tiempos le gritaban “puto”. Los talentos incomprendidos suelen sacar lo peor… de los demás.