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El valor de una letra

Por Cristian Ariel Mangini

Arranca un nuevo Festival Internacional de Cine, en este caso el 25º. Quería comenzar el texto con una línea tan simple porque confirma algo sobre lo cual se tenían dudas que se hiciera, o bajo qué circunstancias se hiciera o dónde se hiciera. No, no me refiero a las novedades ostentadas desde hace uno o dos meses desde el sitio oficial, o en los pequeños trascendidos ocasionales de parte de las autoridades oficiales. Me refiero a las pocas certezas difundidas durante casi nueve meses para la prensa que, incluso en el sector especializado, despertaba sospechas respecto a la eventual realización del festival. Ahora bien, se hace, tenemos un festival clase “A”, tenemos la letra de la FIAPF y la mostramos con orgullo, pero la cuestión está en cómo se hace, cómo se sostiene el peso de esa letra. Y los indicios demuestran que, si bien Mar del Plata aún tiene films y nombres de jerarquía, también se tambalea entre la falta de identidad, la falta de difusión y, en definitiva, la falta de una dirección que ayude a definir el perfil de lo que sin lugar a dudas es un acontecimiento fundamental para el cinéfilo nacional.

El hecho de destacar que es fundamental no es abrir un paraguas, es subrayar el que aún considero como un festival relativamente popular, cuya fecha es un acontecimiento clave para los amantes del cine. Lamento que se haya quedado estancado en un slogan antes que en un trabajo por profundizar o solidificar la estructura clase “A”. Y no me refiero a la escasa presencia de “estrellas”, o a la escasez de cine latinoamericano cuando alguna vez fue un festival de claro perfil latinoamericanista, o a una competencia que salvando algunos títulos tiene pocas avant premieres como para sostener la preciada letra (se le preste o no atención al reglamento de la FIAPF). Me refiero a la construcción de un perfil, a una definición luego de dos ediciones donde se advertía la misma problemática. Sin embargo, este año algo se agudizó: no sólo por la poca información recibida a lo largo del año, sino por la falta de una señal visible que garantice y ordene un festival de semejante jerarquía.

Lo que se vio en la presentación en Buenos Aires fue algo polémico que ya ha cobrado trascendencia y sobre lo cual no creo conveniente volver porque, más allá de lo sabido y mencionado, sólo se ha visto un cruce de palabras y opiniones que está lejos de ofrecer algo constructivo. De lo que se vio aquí, poco y nada. Al igual que viene sucediendo hace unos años, la presentación del festival en el predio donde se está realizando actualmente la Feria del Libro distó de ofrecer respuestas satisfactorias. La cuestión fue más bien protocolar, con el presidente José Martínez Suárez afirmando su convicción (y el peso de su convicción) sobre su esperanza de un mejor festival “superior a los anteriores”, junto a figuras políticas que se remiten a extender un discurso vacío sin intencionalidad alguna. Me remito a las pruebas. Daniel Scioli, el actual gobernador, menciona que es un “acontecimiento turístico y cultural de excelencia de la provincia de Buenos Aires” y alienta su continuidad. Por su parte, el intendente Gustavo Pulti declara que “durante los próximos días Mar del Plata vivirá una auténtica fiesta del cine mundial con una amplia oferta de películas argentinas y de todos los continentes”. La falta de precisiones de estas frases, que son una síntesis del acto, habla un poco del lugar que ocupa la ciudad en la cuestión.

Con esto quiero decir que Mar del Plata se transforma en un escenario pasivo que tiene al festival congelado en una postal que tiende a repetirse, más allá de que haya un perfil o no. Es una postal avejentada y sin relieves, donde se muestran los mismos edificios, las mismas salas, y se escucha el mismo tenor de las voces y las declaraciones al respecto. Es un discurso tan unidimensional como el de las figuras políticas de turno, donde se destacan números, algunos nombres y luego números de vuelta. No hay una recepción crítica del festival. Me pregunto en cuántos institutos educativos se pudo profundizar sobre el valor del festival, la razón para ir a ver este cine y los motivos para apreciarlo teniendo en cuenta sus secciones; me pregunto de qué manera la ciudad incorpora al festival en su paisaje, más allá de los anuncios de descuentos en gastronomía u hotelería en la zona céntrica; me pregunto desde cuando y cómo se hizo un esfuerzo para difundir las actividades durante el año, independientemente de la demagogia de turno y, finalmente, me pregunto en qué quedó la promesa de una cooperación conjunta con la ciudad desde el punto de vista organizativo. No todo es una cuestión de dinero, a pesar de que se repita una y otra vez que fue organizado con cinco millones de pesos.

Sin embargo no quiero dejar de elogiar la voluntad de Martínez Suárez para ponerse el festival al hombro a pesar de las irregularidades en su organización. No es mi intención sonar demagógico, sino que es una cuestión de coherencia que vengo resaltando desde el 2008. Como ya mencioné, tengo mis críticas hacia la organización pero se nota en su figura que se transpira cine y que, obviamente, cree positivamente en lo que está haciendo. El trabajo del resto de los programadores se puede apreciar en la grilla: es una suma de focos donde se combina el riesgo y la apuesta novedosa con retrospectivas traídas de los pelos y legitimaciones de nombres que tienen el aval “místico” del BAFICI. A esto me refería con lo del perfil. Claro que un festival puede ser variado en su concepción, pero la falta de una línea en común diluye su identidad. Lo que es aún peor, dado la escasa cantidad de tiempo desde el cual son anunciadas las secciones, hace que aparezca más fragmentario e incoherente al espectador común. Pensemos sino en las siempre saludables novedades de Panorama (en su integridad) frente a retrospectivas que avejentan y resultan algo más cuestionables. Al igual que en el 2008 y el 2009, esta edición también es una suma de corrientes internas que tienen pocos puntos de encuentro.

Pero la cuestión es que sí hay cine para ver. De hecho, hay mucho cine y resulta una selección de producciones dignas, siendo algunas aplaudidas en otros festivales y otras que despiertan curiosidad por su promesa estética. El consejo de siempre es que se jueguen a ver algo que quizá los sorprenda, no se dejen llevar sólo por nombres o figuras estelares. En los festivales siempre está el placer de la joya oculta, de la película que sorprende gratamente y sobre la que dan ganas de hablar con el café, así como esta la que a los 10 minutos dan ganas de irse golpeando la puerta. En todo caso, esta es mi humilde lista de veinte films que están entre lo mejor del acontecimiento, basándome obviamente en aquello sobre lo cual tuve oportunidad de leer y mi gusto personal.

1-Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner – Argentina

2-Fase 7, deNicolás Goldbart – Argentina

3-L’ilusionniste, de Sylvain Chomet  – Reino Unido /Francia

4-Abel, de Diego Luna – México

5-I Wish I Knew, de Jia Zhang-ke – China, Holanda

6-Never Let Me Go, de  Mark Romanek– Reino Unido, Estados Unidos

7-Outrage, de Takeshi Kitano – Japón

8-Tournée, de Mathieu Amalric – Francia

9-Yo maté a mi madre, de Xavier Dolan – Canadá

10-Oki’s Movie, de Hong Sang-soo – Corea del Sur

11-How I Ended This Summer, de Alexei Popogresky – Rusia

12-The Belgrade Phantom, de Jovan Todorovic -Serbia / Hungria / Bulgária

13-Scott Pilgrim vs. los siete ex de la chica de sus sueños, de Edgar Wright – Estados Unidos /Reino Unido / Canadá

14-Ride, Rise, Roar, de David Hillman Curtis – Estados Unidos

15-I Saw The Devil, de Kim Ji-woon – Corea del Sur

16-Symbol, de Hitoshi Matsumoto – Japón

17-Kaboom, de Gregg Araki – Estados Unidos

18-Kindergarten, de Jorge Polaco – Argentina – 1989

19-Mao’s Last Dancer, de Bruce Beresford

20-Arrebato, de Ivan Zulueta- 1980-España

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