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Ninguna obra maestra

Por Mex Faliero

Este texto es un complemento de la crítica que aparece en el sitio, por lo tanto se aconseja leerla después.

La expectativa que se había generado con El origen resultó, vista la película, desmedida, típica de estos tiempos en los que el debate en Internet instala temas con demasiada velocidad y poco criterio. A través de este medio cualquier película se convierte inmediatamente en obra maestra, cualquier producto con algo singular en su factura sugiere innovación. Y de más está decir -aunque nunca es suficiente- que esto no tiene por qué ser así. Sin embargo era previsible que esto ocurriera, dada la reputación de Christopher Nolan, ganada a fuerza de guiones ingeniosos, cierta complejidad de sus historias revestida de importancia y -por qué negarlo- esa obra mayor que fue El caballero de la noche. Y sin embargo Nolan, un nombre fundamental del presente no tanto por su talento sino por lo que se desprende de él, es el autor que actualmente ha sabido consolidar una obra con aires de prestigio y del gusto del gran público.

Para que no parezca que estoy en contra de Nolan por estarlo, digo que Memento y Noches blancas son películas que me gustan bastante, El gran truco me parece mala y Batman inicia, sólo apreciable como una película bisagra. El caballero de la noche, está dicho, es algo mayor y su primera gran película de verdad. Otra cosa más del director: no se puede dejar de lado, para uno que sostiene la teoría de autor, que un tema recorre su obra y ese es el de la culpa. Sus héroes, siempre imperfectos y traumatizados, deben hacerle frente a una situación fomentada a partir de un error propio. Si bien es un tema recurrente en varios directores, Nolan ha sabido incorporarle algunas cuestiones formales interesantes y lo ha transitado con inteligencia y también algo de cinismo. Y, claro, una gran ambición.

Mi problema con El origen está relacionado con la forma en que este tipo de películas son construidas. El prestigio, pareciera, está ganado más allá de la obra en sí: no se había estrenado y ya había gente que hablaba de “la mejor película del año”. Y esto puede ser así por las expectativas que generaba el elenco reunido y por ver qué hacía Nolan inmediatamente después de El caballero de la noche, aunque huelo algo más preocupante, y que tiene que ver con una eterna tara del público de las últimas dos décadas: la búsqueda de importancia en los temas y solemnidad en el abordaje. Esto, que es una trascendencia impostada, podemos verla en toda la obra del director y en otros éxitos del cine mainstream de los últimos 20 años, con Matrix como un exponente emblemático de la pelotudez filmada. Que un film divertido y despreocupado como Encuentro explosivo haya sido un fracaso es parte de esto: el cine de entretenimiento ligero ya no tiene lugar. El problema es lo que el público considera inteligente.

Está claro que El origen es más ingeniosa que inteligente, y no es una gran película (atención que puede haber spoilers). Es ingeniosa por cómo se presenta: un aspecto visual elegante, con una utilización creativa de los efectos especiales y una trama que dice hablar -ohhhhhhhh- de los sueños y del subconsciente. Y aquí difiero de la crítica que aparece en el sitio firmada por el amigo Mangini: el mundo invadido es el de los sueños, con ligeras perversiones producidas por el subconsciente; hay líneas de diálogo que así lo certifican. Uno de los mayores inconvenientes es, precisamente, la forma administrativa en que Nolan pone en escena esos sueños. Los literaliza tanto que la película termina siendo rutinaria y, lo que es peor, negada a la creatividad y la imaginación. Un director que me molesta más de lo que me gusta como Terry Gilliam sí sabe darle al sueño un peso específico, sí sus imágenes tienen una atmósfera líquida e irreal donde todo puede pasar. Un viaje al subconsciente con peso específico sería ¿Quieres ser John Malkovich? Aquí lo que vemos es el planteamiento de un tema escasamente profundizado, no hay mayores ideas visuales que poner en imagen aquello que pertenece al subconsciente de la manera más clara posible: ejemplo máximo, el tren. El origen comete el error de explicar todo y, desde el vamos, la película pierde fuerza: lo onírico no es tal.

El cine de Nolan es de guión. Sólo en El caballero de la noche, donde las actuaciones ganan el primer plano, no se nota mucho su mano; pero esto pasa incluso en sus películas buenas. Pasa en El origen donde, además, se queda en la premisa. Como varios autores de su generación, a partir del guión, construye historias enrevesadas, confusas, enroscadas para no decir nada: el tema por sobre la forma. Si uno logra sacarle toda la pedantería a El origen y el lastre de sueños dentro de sueños, se encuentra con una historia demasiado sencilla: un tipo que tendrá que perderle la mano al fantasma de su esposa muerta si quiere seguir adelante. Y esto, que no es un pecado en sí, sí demuestra la falsedad de la pose de productos como estos. Y no me van a negar quienes disfrutan de estos artefactos que no creen estar viendo un film superior cuando lo ven, lejos del “cine pochoclero que consumen las masas ignorantes”. Eso es lo que más me molesta de estas películas: generan un público prejuicioso, superado, pseudo intelectual que -y este es el problema de fondo- convierten a estas películas en íconos que dejan una herencia nociva para el cine. Nolan representaría hoy lo que hace 30 años Stanley Kubrick.

Pero tratemos de disfrutar El origen, entonces, como un drama de acción: la columna del film son los sueños y estos están sostenidos por unas cuantas escenas de persecución que se van sucediendo en paralelo. Salvo por la escena del edificio, impactante más por los efectos especiales que por el jugo que Nolan le saca, el director vuelve a demostrar su impericia para filmar secuencias de acción. El ejemplo máximo lo encontramos en el final en la nieve, con una serie de explosiones y corridas mal resueltas, confusas, irrelevantes. Y además Nolan está tan preocupado por lo otro, los sueños y la tragedia romántica de su personaje, que no permite que la acción fluya, sometiéndola a un montaje paralelo innecesario y, otra vez, sólo útil para literalizar lo fantástico: si un grupo de soñadores va en el interior de una camioneta y esta sufre un golpe, esto repercute dentro del sueño y Nolan lo escenifica una, dos, tres, ¡diez veces! El origen fluye más por ímpetu -la película va siempre para adelante, como un equipo sin fútbol pero con ganas de ganar- que por pericia narrativa: fracturada, enroscada, derivativa, lenta.

Pero hay otra posibilidad, al menos una lectura, de que la película esté hablando, a su vez, del cine y reflexionando sobre la experiencia de consumirlo como rito social, que puede ser tanto individual como público. No sólo porque toma al trompo como leti motiv, y sabemos que un trompo es movimiento constante al igual que el cine, sino porque el mundo de los sueños que recrea está habitado exclusivamente por escenas de acción a las que uno puede cotejar con un imaginario determinado: la secuencia final se parece en mucho al cine de James Bond. Ahora, de ser esta una lectura posible, Nolan se queda otra vez en la puerta: sus imágenes no van más allá de lo banal, lo simple, lo evidente, lo chato.

Y lo peor lo encontramos en el final, cuando Nolan quiere darle el toque sofisticado de dejar el final abierto y que la gente resignifique la historia y piense que en verdad todo lo que acaba de ver no es más que un sueño de Leonardo DiCaprio. Esto que, convengamos, es una posibilidad que el relato deja a criterio del espectador, si uno lo piensa un poco se revela como una gran estupidez. Sí, ponele que DiCaprio está muerto y esto fue todo un sueño o que no, que -en la lógica del film- alguien le está implantando una idea, alguien con el fin de que olvide a su mujer. Perfecto. ¿Y qué? ¿A quién le importa? (y ahí otro problema de Nolan, es tan frío, cerebral y distante que nunca nos compromete el drama de su personaje). Si esto es así, entonces, no conocimos la realidad: todo, desde el vamos, sería un sueño. Al no conocer la realidad y estar siempre en los niveles del sueño no tenemos precisión de cuál es el impacto del despertar de la conciencia del personaje de DiCaprio. Para compararla con otras que apelan al final sorpresa y explicarme un poco: entendemos el conflicto de Bruce Willis en Sexto sentido porque lo acompañamos en el tránsito de un mundo a otro; al descubrir el juego de Kevin Spacey en Los sospechosos de siempre tenemos una impresión de la perversidad de su personaje. Esto no pasa con el Cobb de DiCaprio: los hijos con los que se reencuentra en el final, entonces, no serían sus hijos. Y digamos que esta variante, la de la falta de un nivel de la realidad es lo que haría potencialmente más interesante a la película. Y ni así lo logra, ya que todo se descubre como un mero y arbitrario truquito de guionista, en el marco de una trama que tiene demasiadas arbitrariedades. Uno, que sostiene la teoría más lineal de El origen, aquella que dice que Cobb vuelve a su hogar con el éxito bajo el brazo y dispuesto a disfrutar de sus hijos, dice que el film está bien, entretiene moderadamente, pero que no estamos ante ninguna obra maestra y, ni siquiera, ante una película importante. El origen es una más, pero con la contrariedad de creerse la más piola del baile. Ahí, en ese paso en falso, es donde estas obras dejan en claro su pedantería y su conciencia de producto de bazar, pero nunca de cine.

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