La verdad, no conozco a muchos uruguayos. Bueno, conozco los que la mayoría: Diego Forlán, Jorge Drexler, Berugo Carámbula. Pero personalmente no he tenido contacto con muchos. Sin embargo durante el reciente MARFICI me ha tocado coincidir en cenas, funciones y demás con el realizador uruguayo Alejandro Ferrari. Y si tengo que caer en generalizaciones, debo decir que sorprende esa mezcla entre bonachona y pícara de los uruguayos, con un sentido del humor amplio y sincero. Sí: uruguayos. A partir de ahora, Ferrari será la parte que simbolizará el todo en cada charla personal cuando tenga que decir: “porque los uruguayos…”. Esa simpatía permitió un acercamiento mayor y llevó a conocer algo de la realidad política uruguaya, tan revolucionada en tiempos de Mujica.
Ferrari vino a Mar del Plata para participar del MARFICI con una película suya, pero además fue encomendado a programar la sección de cine sobre el Bicentenario, un conjunto de obras que pusieron en primer plano cómo piensan hoy a la región los realizadores latinoamericanos. Por ese camino transitó la charla con el director, quien además fue confirmado para ser parte de la organización en la próxima edición del MARFICI. Parece que el vínculo entre este uruguayo y la ciudad se irá afianzando con el tiempo.
Para el realizador existe una abundante cantidad de material para hacer referencia a lo histórico en el cine latinoamericano, aunque reconoce una falta de profundización cuando de nuevos directores se trata. Allí, asegura, se observa que no hay una forma de que los jóvenes autores interpreten que hablar de la historia pasada es una forma de revisitar el presente. No obstante, su conocimiento sobre cine latinoamericano, por el hecho de estar involucrado en diversas producciones y recorriendo el continente (ha filmado con tribus indígenas y en lugares impensados), lo muestran como una voz autorizada para hacer un análisis sobre la producción actual.
-¿Qué se tuvo en cuenta a la hora de armar una sección como la del Bicentenario?
Hubo como dos perspectivas. Lo que uno busca y aquello que de alguna manera viene a nuestro encuentro. No siempre está todo lo que a uno le gustaría, por múltiples razones. La presencia de los grandes “próceres” latinoamericanos me parecía importante, y hubo tres trabajos contemporáneos sobre San Martín, Bolívar y O’Higgins (sobre Artigas hay un telefilm de César Charlone en postproducción actualmente que no pudo estar). Estéticamente hubo apuestas a la recreación histórica, pero a una estética oriental -como en el caso de El regalo de la Pachamama, una verdadera joya visual-, como a la visión removedora de Rísquez.
-¿Qué aporta el cine latinoamericano al debate sobre estos 200 años?
Creo que aporta varias cosas. Lo primero es ayudar a la representación de una realidad que muchas veces es tinta de un libro. Algo de lo que otrora se transmitía a través del bronce: nuestros próceres casi siempre a caballo. Pero el cine aporta algo más, nos brinda visiones abiertas que ayudan a recordar un pasado común y a interpretarlo por fuera de las lecturas imperantes, más allá de visiones triunfalistas o simplistas. Algo que también, desde su aporte, ha hecho la novela histórica, por ejemplo.
-¿La producción sobre cuestiones históricas es suficiente? ¿No hay más documental que ficciones?
Numéricamente hablando, la producción es escasa y documental y ficción empatan. Hay trabajos sumamente interesantes en animación, también. La celebración del Bicentenario, entre varios frutos, va a dejarnos -gracias a diferentes fondos y producciones nacionales e internacionales que se vienen realizando- un corpus sumamente interesante y voluminoso de trabajos. Pienso, por ejemplo, en los 26 proyectos ganadores del concurso de telefilmes documentales El camino de los héroes organizado por el INCAA o la serie de ocho telefilmes sobre próceres latinoamericanos que está produciendo TVE.
-¿Cuáles son los problemas que se enfrentan los directores para abordar el cine histórico más allá del lógico del presupuestario?
Hay una realidad, no sé si llamarla problema, que es la propia inclinación de los cineastas, el interés personal por estas temáticas. Muchas veces nos tira más realizar algo sobre el presente, con personas de carne y hueso que podemos retratar que hacerlo sobre temáticas históricas, que implica aceptar que trabajamos con realidades lejanas y con personas que no están, que no pueden contradecirnos ni tampoco ilustrarnos. Y esto puede operar como dificultad. Otra tiene que ver con que implica un arduo trabajo de investigación, muchas veces de años, para poder abordar con solvencia ciertas temáticas. También el perderse a veces en las montañas de interpretaciones que encontramos a veces sobre algunas personas y ciertos acontecimientos. El tema histórico nos parece, muchas veces, ajeno o impenetrable. Creo que muchas veces responde a que las nuevas generaciones no perciben la importancia de la dimensión histórica de la realidad, en cuanto explicación del presente.
-¿El cine latinoamericano encontró la forma de pensar su historia sin ser eminentemente didáctico?
No sé si hablaría del cine latinoamericano monolíticamente. Sí que hay visiones, me gusta esa palabra. “Visiones” originales, contrastadas, lúcidas, más allá de lo didáctico. Visiones que generan otras visiones en el público.
-¿Se observan avances en la manera en que la historia es representada? ¿Hay por parte del público interés en conocer su historia a través del cine?
Creo que hay avances formales. Desde visiones surrealistas sobre el pasado hasta miradas que hacen dialogar pasado y presente, y que nos alejan de un cine más “al pie de la letra” de lo que decían los textos históricos consagrados. La gente tiene sumo interés, más allá del ámbito educativo, pues lo histórico ayuda a interpretarnos en el “hoy”. Y la gente percibe que hay en este cine algo que va más allá.
-¿Qué temas te parece que deberían ocupar más espacio? ¿Creés que las dictaduras sudamericanas fueron suficientemente cubiertas por el cine?
El cine ha tenido, en relación al pasado reciente, una importancia capital. Quizás falten visiones más globalizadoras, que sólo llegarán luego de trabajos parciales. En relación al cine y el pasado reciente, sin dudas el cine lo ha cubierto abundantemente, hasta el punto que se podría hablar de un género propio, ya sea en ficción como en documental. Incluso existen hasta subgéneros, como aquellos filmes realizados por cineastas que narran en primera persona la búsqueda de sus padres desaparecidos, por ejemplo. Ha sido una ayuda muy importante al tema de la memoria de nuestros países, no sólo para el público o para los realizadores sino también y especialmente para las víctimas del terrorismo de Estado, pues estas voces que quisieron ser silenciadas y enterradas han podido ser dichas, escuchadas y guardadas.
-¿Qué nombres del cine latinoamericano actual creés que son inevitables a la hora de bucear en la historia sudamericana?
Colocaría, siendo injusto, los dos nombres que primero me vienen a la mente. Diego Rísquez, el venezolano autor de una trilogía sumamente original sobre la presencia indígena, los primeros 300 años de coloniaje y luego sobre Bolívar, a la que habría que agregar su Manuela Sáenz. Y el brasileño Sylvio Back quien ha trabajado en documental y ficción diversos tópicos de la realidad histórica, desde las raíces indígenas con Yndio Brasil y República Guaraní, hasta la revolución del 30 en Brasil.