Por Mex Faliero
Si uno mira Un maldito policía en Nueva Orleans como un policial, va muerto. No es que la cáscara (o la piel, para ser más fieles con el bueno de Herzog) no sea la de un policial: hay un hecho delictivo, hay una investigación y hay una resolución. Pero para el director eso no es más que una excusa. Convengamos, Herzog es dueño de un humor muy particular: por eso la mejor aproximación que se puede hacer de este film, remake o continuación de la obra de Abel Ferrara, es verlo como una sátira.
¿Sátira de qué?, se preguntará usted. Herzog dice no conocer la película de Ferrara y uno tiene que creerle. Pero es indudable que Un maldito policía en Nueva Orleans funciona sobre la base de aquel oscuro, denso y sórdido film. Lo que hace el director alemán, sabiamente, es jugar al policial sórdido, y subvertirlo. Ahí está el Terence McDonagh de Nicolas Cage (una inmejorable sobreactuación), excesivo, adicto, autodestructivo y violento.
Todos los elementos que podrían estar, están. Sin embargo aquí operan como una vuelta de tuerca satírica: durante todo el metraje las cosas parecen estar a punto de estallar, pero nunca lo hacen. Cada situación de violencia latente se resuelve con alguna arbitrariedad digna de una película que parece reírse de la solemnidad que abunda en este tipo de obras. Imagínese que el trasfondo es el de la Nueva Orleans post Katrina, al que el director utiliza para mostrar una naturaleza desbocada.
Si bien pareciera que los temas de Herzog no están presentes aquí, hay que decir todo lo contrario. McDonagh es un tipo que se mueve sólo a partir de lo que su instinto le dice: esa naturaleza, que en su caso es de una apabullante voracidad adictiva, es lo que le interesa mostrar al director. Y acá aparece un signo interesante: por más que McDonagh tenga actitudes reprobables para la moral constituida nunca se lo juzga y, mucho mejor, tampoco se lo muestra como un mal profesional.
Precisamente ese es el rasgo más seductor del film: por más adicto a las drogas y al juego, por más corrupto que pueda resultar en determinadas acciones, por más que haga trabajar a su amiga/pareja, Un maldito policía en Nueva Orleans no recurre al lugar común del cine sórdido que sería mostrar a McDonagh como un tipo destruido por sus pecados. Sin culpa católica de por medio, alejados esos conflictos, McDonagh es un buen policía, muy perspicaz e inteligente investigador. Allí se desbaratan los argumentos de un cine sórdido que siempre termina, de una manera u otra, castigando a su protagonista. Sin certezas, Herzog construye una película rara en la que mantiene intactas sus ambiciones. Y donde la naturaleza -humana- se manifiesta sin restricciones.