Un purgatorio perdido en Europa
Por Cristian A. Mangini
Hay películas que se pueden asimilar con facilidad, y distinguir en ella las intenciones del director inmediatamente. El caso de Escondidos en Brujas es bastante particular: la película tiene altibajos actorales, algunos diálogos que distensionan el ritmo de la película, por momentos demasiado volcados a lo teatral, actuaciones que no acompañan demasiado bien la trama y, finalmente, un guión que toma varios giros arbitrarios para sustentar el relato. Pero, de repente, la película tiene esos goles de otro partido que se desarrollan en one-liners o sentencias memorables, además de secuencias indudablemente bien logradas.
La opera prima de Martin McDonagh tiene una introducción que se asemeja a una “buddy movie” y que, parece, continuara en un tono de comedia sustentados en los largos diálogos que arrojan, ocasionalmente, alguna línea memorable. Sin embargo, luego ingresa un rigor dramático que no se sostiene de la misma manera que, podríamos pensar, el humor negro de los Coen. La razón responde a cuestiones estéticas: el rigor del sonido ambiente y el trabajo de algunas secuencias dramáticas, particularmente en el caso del personaje de Ray (interpretado por Colin Farrell), no se distancian del personaje, sino que generan empatía.
Entonces el dilema está en si la película es una comedia de humor negro, o un drama que apunta a la vida del asesino. Como no se define en ningún aspecto, la película se diluye con facilidad, y si no cae en el desastre es gracias a la fuerza de los personajes y algunos diálogos memorables, que conducen a un cínico desenlace que no deja de tener su cuota de logro –particularmente en la escenografía, reproduciendo al cuadro del Juicio Final visto durante el desarrollo del film-.
El dúo actoral de la película está lleno de grises, Colin Farrell se vale de un largo repertorio de gestos innecesarios para acompañar cada línea, como si no alcanzara para transmitir lo que el personaje es. Sin embargo, no deja de tener sus buenos minutos en algunas secuencias de acción y unos pocos momentos dramáticos. Lo de Brendan Gleeson (Ken) está mucho más trabajado en el subtexto, pero le falta intensidad en algunas secuencias. La interpretación de algunos personajes secundarios es llamativamente buena, particularmente en el caso de los femeninos, donde se lucen Clemence Poesy (Chloe) y Thekla Reuten (Marie, o la dueña del hotel, como prefieran). También es bueno lo de Jordan Prentice, si acaso no supera lo hecho por los dos protagonistas por momentos. Su actuación en la secuencia del hotel y como escupe cada línea el “enano” es notable. Lo de Ralph Fiennes (Harry Waters) es, sin ser malo, un punto gris que por momentos lleva a la sobreactuación ciertas líneas, y sus méritos son, en verdad, un mérito del director y guionista, que entrega algunas secuencias memorables como aquella en la que rompe el teléfono.
En definitiva, la película tiene altibajos y cuestiones logradas, pero muchas veces cae por el propio peso de lo solemne de lo que se mofa. Por eso quizá no sea de extrañar que la película atraviese un desenlace dramático para llegar a un final cínico, que remarca el humor negro de Escondidos en Brujas. Sin duda, una película que, a pesar de todo, no pasa desapercibida gracias a la saturación de buenos diálogos que tiene.
6 puntos