
Título original: Bad Words
Origen: EE.UU.
Dirección: Jason Bateman
Guión: Andrew Dodge
Intérpretes: Jason Bateman, Kathryn Hahn, Rohan Chand, Philip Baker Hall, Allison Janney, Ben Falcone, Steve Witting, Beth Grant, Gwen Parden, Anjul Nigam
Fotografía: Ken Seng
Montaje: Tatiana S. Riegel
Música: Rolfe Kent
Duración: 89 minutos
Año: 2013
Compañía editora: AVH
8 puntos
Bateman dirige como actúa
Por Rodrigo Seijas
Jason Bateman es de esos intérpretes que, como Mark Ruffalo, hacen de la actuación algo natural. Cuando aparecen en pantalla pareciera que no estuvieran haciendo ningún esfuerzo, que ni siquiera necesitaran memorizar sus líneas. Se podría pensar que subestiman lo que hacen, pero es todo lo contrario: lo que hacen implica brindarles a sus personajes una humanidad que los acerca a los espectadores, desmitificando de paso ciertos estilos de actuación que caen muchas veces en la exageración y la mera pose. Despojados de cualquier tipo de intensidad excesiva o de búsqueda obsesiva de premios, están en el tono justo siempre, tanto en papeles de reparto como en los protagónicos.
Cuando se supo que Bateman iba a debutar en la dirección, la duda pasaba por cómo su universo actoral iba a hacer acto de presencia en su perspectiva detrás de cámara. Se podía pensar en el caso de Ben Affleck: debido a su carácter de estrellita sin talento, las expectativas por lo que podía dar como director eran casi nulas, pero el cine que ha desarrollado como realizador es complejo, interesante y ejecutado con elementos que lo vinculan al clasicismo de Clint Eastwood. Pues bien, el cine que comienza a delinear Bateman con Malas palabras es también complejo e interesante, pero no por diferenciarse de su labor actoral, sino precisamente por establecer múltiples vínculos. El Bateman-actor se parece mucho al Bateman-director.
En Malas palabras todo parece girar alrededor de Guy Trilby (el mismo Bateman), quien es el típico cuarentón resentido en busca de venganza: su plan, nacido del más puro oportunismo, consiste en aprovechar un vacío normativo en las reglas de un certamen nacional infantil de ortografía y participar él también, con la obvia ventaja de ser mucho mayor que sus contrincantes. Su objetivo no es sólo quedarse con los 50 mil dólares de premio, sino también dejar en ridículo a la entidad organizadora, aunque sus motivos están envueltos en el misterio, que tratará de ser develado por la periodista (Kathryn Hahn) que sigue su periplo. Pero claro, en el medio aparecerá otro competidor del certamen, el niño Chaitanya Chopra (Rohan Chand), que no hará caso a todas las muestras de desprecio y racismo por parte de Guy, haciendo todo lo posible por entablar una amistad con él, hasta efectivamente lograrlo. A partir de ahí, ya no todo girará en torno a Guy: también lo hará en Chaitanya, la amistad entre ellos que empezará a definirlos de otra manera, las personas que los rodearon y rodean. En el medio de todo esto, el género deportivo: la competencia cruel, sin misericordia, con momentos de gran suspenso, donde Guy demostrará ser el más sorete de todos -algunas acciones y dichos suyos para con otros pibes son tan hilarantes como espeluznantes- y, para desgracia de sus infantes competidores, los padres y las autoridades organizadoras, empezará a revelarse como invencible.
Malas palabras es también, cómo no, una película sobre el lenguaje: las cuestiones idiomáticas son aquí armas de doble filo, que desde la forma y el contenido dicen mucho sobre cada personaje que las usa. Puede ser un mecanismo de agresión o defensa, de toma de posición, de ocultamiento, de revelación, de definición de clase o género. Lo sorprendente en la película es cómo esto va surgiendo de variables narrativas muy simples, miles de veces transitadas, que Bateman demuestra conocer al detalle y que las dispone con absoluta naturalidad y fluidez, apoyándose en actores como él, que trabajan sus papeles en el tono justo: Hahn, Allison Janney, Ben Falcone y Phillip Baker Hall son intérpretes que colaboran para que la película nunca desbarranque, para que el cinismo nunca se convierta en un obstáculo para la sutileza y la sensibilidad.
Como su director y protagonista, Malas palabras funciona en todos los niveles posibles, demostrando que Bateman viene pensando el cine hace un rato largo. Con apenas su opera prima, ya es un cineasta completo, con una visión sobre el mundo claramente establecida, que no evita decir las cosas de frente y que a partir de su sinceridad divierte y a la vez conmueve al espectador.
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