–Por Mex Faliero, especial desde San Pablo
Tras el excitante estreno mundial de Wicked: por siempre en San Pablo, rodeado de fans que respondieron a cada estímulo que la película propone, el director Jon M. Chu atendió a la prensa internacional en el Palacio Tangara, un lujoso hotel ubicado en un entorno casi selvático. Verborrágico, cada pregunta dio origen a extensas respuestas que demostraban la complejidad de los objetivos que se puso entre manos. Con experiencia en el género musical, aseguró que cuando comenzó a desarrollar el díptico se preguntó si no sería un musical demasiado “antiguo” ya que venía de En el barrio, uno más moderno. Por eso, se puso a reflexionar “en qué podía aportar”.
“Encontré que en Wicked había una verdad profunda que sigue siendo relevante. Es una historia que habla del cambio, de dejar de jugar bajo las reglas de otros. Y cuando conectás con esa verdad, poco importa el género: musical, acción, noir… importa lo que es verdadero”, señaló el director, a la vez que destacó la trascendencia de la película en su apuesta por el cambio en las personas en un contexto donde el mundo avanza hacia gobiernos conservadores y la industria de Hollywood atraviesa una relación crítica con la Casa Blanca y Donald Trump.
-¿Cuál es tu opinión sobre el estado actual del cine musical? Muchas veces se lo ha declarado muerto y luego renacido. ¿Qué creés que necesitan las películas musicales para sobrevivir?
Desde que estaba en la escuela de cine se decía que los musicales estaban muertos. Yo escribía musicales y mi profesor me dijo: “Estoy acá para ayudarte a conseguir trabajo cuando salgas, así que no deberías estar escribiendo un musical”. Lo hice igual. Es parte del juego. Creo que el cine ha sido muy desafiado en los últimos años, y eso asusta a mucha gente. Y el miedo es lo peor que le puede pasar a un musical. Son películas difíciles de hacer, no solo por la destreza técnica que requieren, sino porque no hay tanta gente con experiencia en el género. Para aprender, tenés que probar y equivocarte. Yo ya hice mucho de eso. Cuando superás la parte técnica, podés abrazar lo que realmente hace un musical: profundizar la historia. Los grandes musicales no la hacen necesariamente más grande, la hacen más profunda. Tenés puntos de acceso al público que son mucho más íntimos. Podés meterte en la mente del personaje, no se trata solo del diálogo público: escuchás su voz interna. Creo que estamos entrando en una edad dorada del musical. Wicked abrió algunas puertas para eso. Y sí, volverán a declarar muerto al musical en algún momento… pero la música es demasiado poderosa. Nunca va a desaparecer. Y cuando lográs unir música y cine, solo necesitás más gente dispuesta a intentarlo y a buscar nuevas formas de hacerlo.
-En la presentación dijiste que para vencer el miedo hay que arriesgar. ¿Cuál fue el riesgo que tomaste dirigiendo “Wicked: por siempre”?
Es muy distinta de la primera película justamente porque era un riesgo mayor. Sabíamos que en la primera estaban las canciones más “dulces”, toda la estructura clásica, cosas que el público espera: es medio coming-of-age, medio película de secundaria. Ese formato me fue útil, pero siempre vi a las dos películas como una sola gran obra, y sabía que la segunda iba a romper todo eso. En la primera jugamos con clichés, con referencias visuales, con homenajes al género. En la segunda todo se desarma. Es mi visión de adulto, de padre, de alguien que ve el mundo y quiere decir algo, aunque no siempre sepa exactamente qué. La primera construye el cuento de hadas que conocemos; la segunda lo desarma y pregunta: ¿cuál es nuestra nueva historia? ¿Podemos mantener la esperanza aun sin un final garantizado? Si hablamos de riesgos concretos. Es el final de una saga de dos partes, tiene que ser grande. Saqué grúas, equipamiento, todo. Pero cuando filmamos, entendimos que la verdad emocional era más poderosa que cualquier gigantesca puesta en escena. Las dos actrices se habían ganado el derecho a “manejar” esa escena. Nosotros solo nos corrimos del medio. Y eso también fue un riesgo en montaje y en mezcla de sonido. Decidir cuánto del viento escuchás, cuánto de sus respiraciones, cuándo entra la orquesta… todo eso puede elevar o arruinar una secuencia. Cada detalle fue una apuesta. Y lo hicimos sabiendo que mucha gente esperaba ver otra vez “la película uno”. Pero Wicked 2 nunca iba a ser eso.
-¿Cómo construyeron la relación entre Elphaba y Glinda, especialmente esa tensión que tanta gente ve?
Cuando las elegimos, Ariana y Cynthia ni siquiera hicieron una prueba de química juntas. Nunca las habíamos visto en la misma habitación. Ni sabía que tenían la misma altura. O se iban a odiar o a amar. Y se amaron. Tienen una conexión que yo mismo no termino de entender porque comparten un don enorme, y también cargas muy grandes. Llegaron a esta película con cicatrices de la industria, con historias vividas. Wicked les permitió abrirse y transformarse. Lo ves en sus vidas; cambiaron en el proceso. Yo también. Nos enfocamos en la amistad. Las historias de romance son fáciles: tienen finales claros, rituales, símbolos. La amistad es distinta: es desordenada, no tiene un final definitivo, exige constancia, implica perdonar muchas veces. Eso es lo que siempre me atrajo de Wicked: cómo explora algo tan universal pero tan difícil de empaquetar narrativamente. Hay un momento después de Por siempre que nació en ensayo. No corté la escena. Ellas siguieron, improvisaron, y lo que apareció ahí fue tan íntimo que empecé a llorar. Supe que eso era el corazón de la película. Cuando filmamos esa escena, incluso tiramos abajo parte de un set para poder verlas a ambas. El equipo me decía que no se podía, que comprometía la estructura. Y yo dije: “No importa. Esta es la toma”. Es una de las decisiones de las que más orgulloso estoy.
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-En tus declaraciones hablaste mucho sobre poder, sobre quién lo tiene y quién no, y cómo eso influye en la historia de “Wicked”. ¿Cómo fue trabajar ese tema en el contexto político y social actual?
Cuando empezamos esta película no imaginaba dónde estaríamos hoy. Empezamos hace cinco años, en plena pandemia. Sentí que todas las reglas que creíamos fijas ya no valían. Entonces pensé en cómo reinterpretamos nuestras historias de infancia: si esos sueños enormes todavía son posibles. Con el tiempo entendí que Wicked también hablaba de otras cosas, distintas para cada uno: para Cynthia, para Ariana, para mí. Todos traíamos la sensación de querer sentirnos poderosos y entendernos en un momento en el que recibís narrativas de todas partes y sos consciente de ellas: por qué la belleza se pinta así, por qué un villano se pinta así, por qué nos miramos de cierta manera. Podés reafirmar esas ideas, contradecirlas, o hacer algo más difícil: mostrar que esas historias eran incompletas. No dar respuestas fáciles, sino preguntas. Mientras filmábamos, todavía existían muchos caminos posibles para el mundo. Ahora algunos ya se tomaron, y ese espacio se siente más pequeño. Creo que eso aumenta la intensidad del film: te obliga a preguntarte quiénes somos y hacia dónde vamos.
-En la segunda película vemos a Elphaba en acción de una manera más directa. ¿Cómo fue el proceso de llevarla a ese punto de poder, conciencia y peligro?
En la película 2 tuvimos que romper reglas. Yo era fan de Elphaba desde antes y sabía que la segunda parte iba a ser sobre las consecuencias de Defying Gravity. Quería verla poderosa, incluso “malvada”. Tenía que quedar claro qué quería: liberar a los animales y exponer la verdad sobre el Mago. Era importante darle acciones concretas para que el público entendiera su agenda. Quería también darle un tono más duro, casi de western clásico, como una apertura de John Ford donde ella aparece como un fantasma. Mostrar su poder sin adornos, sin colores brillantes. Y a la vez construir la otra mitad de la historia: la burbuja alrededor de Glinda, lo difícil que es escapar de esa construcción pública. Era esencial mostrar ambos lados: no solo la propaganda del “malvado”, sino también la presión y fragilidad de la figura “perfecta”. Eso nos permitió contar no solo qué hace Elphaba, sino por qué lo hace, y qué le cuesta.
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