
LA VERDAD PERSONAL Y EL ESPECTÁCULO DE LA MENTIRA
Por Guillermo Colantonio
La noción de la verdad personal constituye el eje de atracción para Robert Redford en Quiz Show – El dilema (1994). Tras el éxito de Propuesta indecente (1993), donde interpretaba a un distinguido millonario, consiguió el impulso necesario para cerrar un acuerdo con Jeff Katzenberg en Disney y así adquirir un proyecto que había sido desarrollado inicialmente por Barry Levinson y Steven Soderbergh -“héroe de Sundance” por entonces-en TriStar, pero que se había abandonado tras la salida de Richard Dreyfuss y Tim Robbins. Al menos así lo refieren algunas biografías consagradas a su vida.
Basada en el libro de no ficción Remembering America: A Voice from the Sixties, de Richard Goodwin, la película aborda los escándalos de manipulación en los concursos televisivos de la NBC a fines de los años cincuenta. Para Redford, el tema lo involucraba: él mismo había sido concursante en Play Your Hunch, de Merv Griffin, donde el premio prometido de 75 dólares se convirtió en un simple equipo de pesca. Además, había seguido de cerca las actuaciones de Charles Van Doren en el programa Twenty One, intentando creer en su inocencia.
El relato se construye sobre tres figuras contrapuestas. John Turturro interpreta a Herbert Stempel, judío de clase trabajadora con sólidos conocimientos de cultura general, cuya torpeza aparente lo convertía en la encarnación televisiva perfecta del “perdedor”. Aunque logra una racha ganadora, es manipulado para responder mal con la promesa de recibir otra oportunidad laboral que nunca llega. Ralph Fiennes da vida a Van Doren, el candidato ideal: carismático, exitoso, elevado a la categoría de héroe nacional hasta que las denuncias de Stempel empañan su trayectoria. Rob Morrow, en el papel de Dick Goodwin, es el investigador que agita el avispero, enfrentándose al poder de una maquinaria mediática que se revela tan peligrosa como intocable.
La pericia de Redford consiste en equilibrar estas versiones encontradas y mantener la tensión narrativa a través de un montaje preciso que transforma la película en un objeto noble y disfrutable. Pero más allá de la eficacia dramática, Quiz Show – El dilema despliega una reflexión de mayor alcance: la forma misma del entretenimiento como vehículo de una crisis moral nacional. En plena década del noventa, la película retoma una tradición crítica que advierte sobre una amenaza latente: cuando la conversación pública se degrada en balbuceo y la sociedad se distrae con la fantasía de hacerse millonaria, el horizonte es desolador. El público quería esos programas, quería héroes como Van Doren, y quizá nunca le importó demasiado que todo fuera una farsa. El proyecto, entonces, señala esa aceptación de la venalidad: lo que cuenta no es la honestidad ni la decencia, sino la retórica y el espectáculo.
Sin embargo, pese al anclaje en hechos reales, Redford evita la tentación del docudrama. La fotografía de Michael Ballhaus y su propia mirada detrás de cámaras sostienen todo por encima del sensacionalismo. La estética remite a un comercial de los años cincuenta: automóviles brillantes, muebles y decorados que compiten con los actores, trajes y peinados impecables que refuerzan la ilusión de perfección. Solo Stempel desentona, subrayando su exclusión del mito televisivo. Al mismo tiempo, el uso vertiginoso de la Steadicam replica la tensión del “en vivo” televisivo y marca un contraste respecto del estatismo lírico de sus películas anteriores. En esa fricción entre brillo y podredumbre, Quiz Show – El dilema edifica un monolito de apariencias que anticipa la deriva cultural de las décadas siguientes: una sociedad donde el espectáculo invade todas las esferas, incluida la política. La forma es ya mensaje: bajo la superficie reluciente se esconde el vacío moral.
Lo que impide que la película derive en panfleto es la elegancia narrativa de Redford, capaz de conjugar todos estos elementos en un thriller político que nunca olvida ser cine. Porque, aunque su campo de exploración sea la “caja cuadrada” de la televisión, Quiz Show – El dilema demuestra que el lenguaje cinematográfico puede desnudar, con singular belleza, los engranajes de la mentira.
Si disfrutás los contenidos de Funcinema, nos gustaría tu colaboración con un Cafecito para sostener este espacio de periodismo independiente: