La 40ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata concluyó el pasado domingo y en Funcinema nos tomamos unos días para reflexionar sobre los días de cine que pasaron. A continuación ofrecemos dos miradas, una que a partir de una canción repasa las luces y las sombras, y otra más concreta, que va directamente al hueso de aquello que podría mejorarse del certamen cinematográfico por excelencia.
–PADRE E HIJO
Por Gabriel Piquet
Vuelve a suceder una y otra vez: cuando uno agarra el ritmo de la cotidianeidad, no quiere bajarse de ese viaje.
Es el anteúltimo día del festival, sábado cerca del mediodía. Me tomo uno de esos colectivos que me harán recorrer varios barrios de la ciudad hasta llegar a la sala de cine donde voy a ver una de mis últimas películas. El chofer, para no caer en el hastío que puede ser su rutina diaria, tiene puesto en el dial una de esas radios que pasan clásicos musicales. Suena una canción en inglés, y la melodía y la letra me transportan a varias historias que estuve viendo. Me sucede igual que al personaje de Gastón Pauls en Nueve reinas: quiero saber cuál es la canción y no me acuerdo.
Adentro del Teatro Colón, en plena función de La guerra del cerdo (1975), veo que el personaje de José Slavin tiene una historia sin cerrar con su hijo en la ficción, interpretado por Víctor Laplace. Es ahí cuando voy para atrás y recuerdo varios títulos que tocan este tema: la relación paterno-filial, en muchos casos la ausencia o la presencia mal entendida de los padres con sus hijos. La niña de Risa y la cabina del viento; el padre trompetista de Karmele, que entre la familia y el partido elige la segunda opción; Aquiles, el joven cooptado en El corazón del lobo, que se mantiene con ganas de vivir solo por volver a reencontrarse con su padre.
Salgo del cine y la canción sigue dando vueltas en mi cabeza: ¿Cómo se llamaba…?
Ultima película del día y también el final para mí en esta edición del 40º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Pienso que voy a llegar tarde, pero recuerdo los diez minutos de tolerancia que da la organización pasando publicidades que podrían ser parte de alguna kermés o de un partido de fútbol amateur.
Una de las películas que menos me gustó tenía en su arte unas escenas hechas con IA. Eran chocantes, casi tanto como las del spot del festival, en las que se ven supuestos marplatenses que parecen tener fondos de ciudades europeas.
Mientras escucho las virtudes de una clínica médica local, tengo tiempo para reflexionar sobre lo que pude ver este año. La Competencia Argentina tuvo una mejoría: algunos títulos estuvieron a la altura, y eso me da esperanzas, ya que el año pasado no había estado en su mejor momento. La Competencia Latinoamericana fue despareja; hay que ajustar en ese ítem, mucha película que podría ser interesante para plataformas pero sin suficiente profundidad para ser parte de esa sección.
Puedo seguir divagando: recién están pasando la publicidad número 21 de las 84 que hay. Me doy cuenta de que los primeros días no hubo catálogo digital; eso hay que corregirlo, el público tiene que leer las sinopsis incluso días antes de que comience el evento.
No pude ver mucho por fuera de las competencias argentina y latinoamericana. Vi un puñado de películas, entre las cuales puedo rescatar muchas de nuevos autores o autoras, probablemente las secciones mejores armadas.
Hay un exceso de películas vinculadas con premios en otros festivales: mucho Cannes, Berlín, Oscar. Falta el riesgo de descubrir directores que estén por fuera del circuito de festivales famosos. Otra cosa que se vio es que los títulos del festival atraen más a un público adulto mayor; hay menos público joven que en otras épocas.
El eslogan, El renacer del esplendor, remite a la vuelta de un festival más glamoroso. Creo que se está lejos de eso, porque esa idea que muchos tienen de artistas internacionales visitando la ciudad se perdió hace años. Aunque hubo visitas importantes en los 90, los tiempos a los que remiten las imágenes del spot son las décadas del 60, cuando el cine europeo tenía una llegada mucho más fuerte al público popular argentino. Hoy eso no sucede.
Termino de ver la última película, una grata sorpresa. Es un gran film y, dentro de lo que vi, toma algunos riesgos. Se trata de Un poeta. Otra vez, uno de los temas a tratar es la relación padre e hija, o mejor dicho, la falta de relación y la intención de volver a ocupar ese lugar.
Salgo del cine, camino unas cuadras y sigo escuchando la canción que sonaba en el colectivo. ¿Cuál era?
De regreso, los sonidos se mezclan: desde gritos eufóricos porque un equipo de fútbol local no descendió de categoría, hasta conversaciones triviales sobre comida o salidas nocturnas del día anterior, pasando por un chico que improvisa rimas como en una batalla de gallos para pedir dinero porque no tiene trabajo. Todo eso sucede en el ómnibus. A mí me gira en la cabeza la melancolía del tema; tengo que sacarlo, está en la punta de mi lengua… hasta que por fin, sin medir consecuencias, grito: “¡Father and son, de Cat Stevens!”.
Se hace un silencio. Todos se dan vuelta, menos el chofer, que me mira por el espejo. Creo que me hice escuchar. La vergüenza me gana; aprieto el timbre para bajar rápidamente.
Una vez en la calle, tarareo lo que recuerdo de la letra: “It’s not time to make a change…”. Me doy cuenta de que voy a poder recordar la letra entera porque me bajé cuatro paradas antes.
–NINGÚN ESPLENDOR
Por Mex Faliero
Tras la edición 39ª, que no era del todo propia de los nuevos directores artísticos Gabriel Lerman y Jorge Stamadianos, ya que se contaba con secciones y películas programadas por la anterior gestión, esta 40ª edición ya podríamos decir que fue genuina de la dupla. Por lo tanto, se pueden confirmar algunas cosas que se vislumbraban el año pasado y que ahora se definieron y se volvieron corpóreas. Tal vez el cuestionamiento más grande que se puede hacer es esa mirada un poco chica de lo que un festival de cine debe ser, con cierta tendencia a minimizar un tipo de cine disruptivo o más autoral, que es propio de los festivales, incluido Mar del Plata que tiene desde los tiempos de Contracampo (el original, no la copia que cambió de nombre) un público educado a ese tipo de propuestas. Obviamente que una línea editorial nunca es condenable, porque pertenece a una mirada (y público para todo), y desde ahí se respeta, pero se puede discutir. Y hay tanto en Lerman como en Stamadianos una fricción en torno a ese tema que por momentos los hace ver un poco tercos. Hay sí también una intención de construir un diseño de festival montado sobre figuras reconocidas que le den prestigio y visibilidad (este año se anunciaron Javier Cámara y Carmen Maura, y no vinieron, y luego nos enteramos de que Harvey Keitel pegó en el palo, pero tampoco), pero lo cierto que esa apuesta tiende a naufragar si el festival no logra una primavera económica que le permita costear vuelos privados de cientos de miles de dólares. Si es la gran apuesta, habría que reconsiderarla y pensar otras formas de que Mar del Plata retome el supuesto esplendor buscado, esplendor promocionado desde el slogan un poco canchero, un poco provocador, y escasamente vinculado con la realidad que mostró el festival. Que hubo aciertos, claro que sí: que el primer día haya grillas de papel para todos, es un acierto (increíble, pero hubo muchas ediciones en las que escaseaban); que la ceremonia de cierre cuente con varios de los premiados, también; que el festival pueda despartidizarse y entenderse como un evento cultural que no tiene por qué servir de plataforma de campaña de políticos, desde luego; que el festival al que algunos califican “de la derecha” presente en competencia un documental que muestra cómo la actual gestión reprime a los que fueron a movilizarse por el INCAA es buenísimo, y no sé cuántos de esos que blablablean lo permitirían en un festival organizado por ellos; que artistas marplatenses sean convocados para una intervención en las proyecciones de The Rocky Horror Picture Show que fueron una fiesta, vale la pena. La mejor noticia es que el Festival de Mar del Plata sigue teniendo vida; lo que resta es pensar qué tipo de vida tiene y cómo se puede mejorar la salud de un paciente al que le cuesta salir de la internación.
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