LA MATERNIDAD LETAL Y RIDÍCULA
Por Rodrigo Seijas
(@rodma28)
La década del 90 fue una de muchos thrillers pedorros y La mano que mece la cuna fue uno de los más notorios, aunque hay que hacer algunas salvedades. Por un lado, que fue uno de los inaugurales, quizás incluso que el demostró que había un nicho distinto al de Atracción fatal, más soft en ciertas cuestiones sexuales y de violencia, aunque sin dejar de lado rasgos retorcidos. Por otro, algunos elementos de la puesta en escena algo más consistentes, quizás relacionados con que detrás de cámara había un director competente como Curtis Hanson.
Otro componente distintivo de La mano que mece la cuna era su disparador argumental, que fue en su momento algo polémico -convengamos que eso era parte del encanto y la búsqueda de estos thrillers- y que hoy sería imposible de filmar. Es que tenemos a una mujer (Annabella Sciorra) que está embarazada de su segundo hijo y que sufre una situación de abuso por parte de su ginecólogo. Con el apoyo de su esposo (Matt McCoy), hace una denuncia y esa acción dispara reportes similares de otras mujeres, lo cual lleva al médico al suicidio. Y es la esposa del fallecido (Rebecca De Mornay), que pierde su propio embarazo debido al shock, la que decide emprende una venganza metódica, tomando el puesto de niñera de la familia y buscando ocupar el lugar de la mujer a la que considera culpable de la muerte de su marido. Si todo el asunto de la denuncia y el suicidio recuerdan un poco al auge del Me Too y el caso Epstein, podríamos decir que estamos ante una película involuntariamente anticipatoria. Pero también ante una que indaga en aspectos problemáticos de lo femenino y lo maternal, y que encima lo hace de forma algo desvergonzada, lo cual la convierte en un objeto al cual se contempla casi irónicamente.
Es raro que Hanson, apenas cinco años después -en el medio dirigió otro thriller pedorro, Río salvaje (1994)-, filmara una maravilla como Los Ángeles al desnudo (1997) y que continuara su carrera con películas muy buenas como Fin de semana de locos (2000), 8 Mile: calle de ilusiones (2002) y En sus zapatos (2005). La mano que mece la cuna fue su primer gran éxito, uno que vino tras una filmografía de década y media de títulos poco destacables, con la excepción de El socio del silencio (1978). Pero lo cierto es que algo de su sapiencia como artesano asomaba para salvar del completo ridículo a un relato flojo de papeles y con varios cabos sueltos. Por ejemplo, en un asesinato en un vivero donde el timing era perfecto y la crueldad del personaje de De Mornay era expresada mediante la forma en que comía una manzana mientras contemplaba los resultados de sus acciones.
Es precisamente De Mornay el gran sostén de una película demasiado estirada y que en los últimos minutos derrapaba casi por completo. Básicamente porque entendía los matices de un personaje enfermo a partir de sus ansias entre vengativas y maternales, y al que interpretaba de forma cada vez más desatada a medida que pasan los minutos. Es a partir de su labor que La mano que mece la cuna se convierte en una película extrañamente divertida, en la que lo solemne se da la mano con lo absurdo.
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