
Por Mex Faliero
Hay fenómenos de las plataformas que lucen como verdaderas incógnitas. ¿Por qué una miniserie como Adolescencia, que no parece tener ningún atractivo por encima de cualquier drama de los tantos que se estrenan, se convirtió en tendencia y tema de conversación en el supermercado? Adolescencia parece cubrir el hueco de miniserie de Netflix sobre temas importantes que el año pasado ocupó Bebé Reno. En verdad no sabemos por qué se convierten en éxitos, pero intuimos algunas cosas. En el caso de Bebé Reno había algo de poética del reviente y la sordidez, del reality show, de sensacionalismo, que suele gustar. En el caso de Adolescencia es más difícil, aunque hay pistas. En primera instancia el tema, relacionado con la adolescencia actual y sus códigos comunicativos, lo que habilita al acercamiento de magazine de la tele, donde especialistas de toda laya viven sus 15 minutos de fama evidenciando sus conocimientos sobre la temática en cuestión. En segunda instancia, la forma, los benditos planos secuencia, un elemento narrativo que siempre es fascinante, pero que en ocasiones puede ser una trampa de puro virtuosismo. Lo bueno de Adolescencia, la serie creada y escrita por Stephen Graham y Jack Thorne, y protagonizada por el propio Graham, Owen Cooper y Ashley Walters, es que si bien cae en ambas vertientes, encuentra la manera de escapar al mero oportunismo. En primera instancia puede que hable de la adolescencia actual, y que eso la feche cuando dentro de veinte años las redes sociales sean un mal recuerdo, pero tiene la pertinencia de superar ese obstáculo y hablar del proceso de crecer escapando al radar temporal: su mirada es universal y compleja, sin respuestas fáciles, con un grado de honestidad que incluso rehúye del showcito interpretativo, que es una seducción para sus protagonistas. Y si en buena parte logra eso es porque desde lo narrativo ancla su mirada desde lo cinematográfico. El plano secuencia puede ser gratuito en ocasiones (el segundo episodio es el más discutible), pero siempre resulta útil para entrar y salir de las emociones de los personajes, de sus silencios, de sus gestos, de las complicidades y distancias. Y hay algo de verdad en muchos de esos momentos que se capturan en tiempo real, donde la paz da paso a veces a la tormenta, como en el cuarto y último episodio, un vaivén emocional que no podía ser escenificado mejor que con un viaje, el de la casa al shopping, viaje constitutivo de la familia de clase media laburante y urbana. Adolescencia está siempre en el borde de caer en las tentaciones del facilismo, pero tiene la inteligencia como para no dejarse seducir, como para saber qué contar, dónde poner la cámara, qué mostrar de todo eso que tiene para mostrar. Y es angustiante y shockeante, sin caer en esa poética de la miseria tan habitual por estos tiempos. De lo mejor del año.
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