Pasó la 39ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y dos de nuestros redactores realizaron un resumen de los días de cine que pasaron, días convulsionados en los que se habló más de cómo debe ser un festival y no tanto de las películas que se vieron. A continuación los resúmenes, pasen y lean.
DIARIO DE UN CINÉFILO
Por Gabriel Piquet
Hoy me levanté para cargar la tarjeta SUBE y me di cuenta de que tengo que pagar mucho más por el colectivo que en el Festival pasado. Decidí caminar hasta los cines.
Llegué al shopping con dos ampollas en los pies que emanan líquidos extraños; parecen sacadas de alguna película de David Cronenberg.
Al llegar, había poca gente alrededor. Por un lado, pienso: “¡Mejor, más disponibilidad de entradas!”. Por otro, me gustaría compartir con más personas en las salas la misma experiencia que vivo yo: reír, llorar, enojarse e insultar en los primeros minutos hasta caer en un letargo. Esto último es un privilegio que casi siempre logra la sección Estados Alterados.
Dentro de la sala, en esta primera función, somos pocos. Me resulta extraño no ver a muchos de los periodistas que acompañaron el evento durante años. Pienso: “¿Se les habrá complicado, como a mí, con la SUBE?”. Espero que antes que todo termine puedan cargarla. No puedo imaginar un mundo en el que los críticos cinematográficos y las personalidades de la cultura local no puedan disfrutar de la comida que se sirve en la apertura y la clausura del festival.
Día dos.
Estoy algo desconectado de las redes sociales. En el hall de los cines, algunos comentan que se está realizando un evento paralelo. Todos están fascinados: proyectan muchas películas argentinas en una muestra llamada Contracampo.
Recuerdo el regreso del festival de cine a la ciudad, y ese nombre me retrotrae a Nicolás Sarquis y su película emblemática Palo y hueso. Curiosas coincidencias: en aquella época, como ahora, se me notaban los huesos porque me costaba llegar a comer.
Día tres.
Los presentadores de las películas en competencia tienen problemas de memoria. Llevan anotado en un papel no sólo el nombre del director y la película, sino también el resto de lo que dicen. Ojalá se suelten más; no es tan difícil. Sólo necesitan ver las películas, y todo fluiría más rápido.
Sólo queda un programador de la vieja guardia, el que mejor se desenvuelve. Claro, tiene ventaja: es programador. Se extraña al showman de la medianoche; esa sección ha quedado huérfana.
Día cuatro.
Hoy vi mucho de la competencia latinoamericana. Mis favoritas son La cocina de Alonso Ruizpalacios y El ladrón de perros de Vinko Tomicic. En la competencia argentina, rescato Adulto. Sin embargo, otras películas me hacen dudar del criterio de selección: hay algunas en competencia que no deberían estar y otras, en Panorama, que merecían estar adentro.
Hay una película en competencia que debería ser aislada, como el plutonio, por lo nociva que es su visualización.
Día cinco.
Las proyecciones que más público atraen son las que funcionan por el boca a boca: El Ariston, La cocina, Saturday Night y la maravillosa Flow. Otras mejoran en su última función, como Of dogs and men, Un jour dans le jura y la interesante Entre reinas.
Algunas películas deberían tener una función única, especial, compartida por quienes las hicieron. Así evitaríamos que el resto de los espectadores las padezcamos.
Último día.
Querido diario:
El festival llegó a su fin. Fue un gran “ni”. Hay muchas cosas que corregir. Como viene sucediendo desde 1996, nunca se hace, pero quizá algún día aprendan.
El poco tiempo que tuvieron los organizadores no permite saber cuál será su mirada. Se nota una tendencia hacia un cine más industrial, buscando emular lo que otros países hacen para destacar en festivales y galas de cine norteamericano. Deberán equilibrar, porque si no, se perderá la identidad regional del festival.
Tendrán que reforzar el equipo de programadores para que algunas secciones vuelvan a tener vida. Creo que el verdadero primer festival de esta gestión será el próximo.
Vuelvo caminando a casa. Pagar un taxi o una aplicación es tan utópico como el cine fantástico. Me doy cuenta de que olvidé comprar fideos. Voy al almacén de don Pedro y, al querer pagar, noto que no me alcanza el dinero porque aumentaron en los últimos siete minutos.
-Don Pedro, ¿me puede fiar? En el festival pasaron una película llamada Inexplicable. La historia cuenta un milagro, una bendición divina.
Don Pedro me mira y responde:
-Inexplicable es el sopapo que te vas a comer si no me pagás.
Nuevamente, la realidad supera a la ficción.
UN FESTIVAL, DESPUÉS DE TODO
Por Mex Faliero
La 39ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata fue, tal vez, la edición de la que más se habló antes y durante. Y no se habló necesariamente de cine, sino de todas las cosas que rodean a su organización, lo político… que a veces se confunde con lo partidario. Si en algún momento dudamos en su concreción, finalmente el Festival se hizo y su programación, película más, nombre menos, estuvo a la altura. O al menos a la altura de sus últimas ediciones. Habrá que ver cuánto de esa programación correspondió a sus anteriores autoridades y cuánto a las actuales, cuánto de lo que se vio ya estaba pautado y cuánto responde a las miradas que tienen Gabriel Lerman y Jorge Stamadianos, los nuevos directores artísticos. Seguramente la 40ª edición será aquella en la que nos enteraremos o en la que terminaremos de confirmar nuestras presunciones en torno a una serie de declaraciones, algunas atendibles otras cuestionables, que han hecho los directores artísticos por estos días. Hay algo real en todo esto: por más que no nos guste el camino que puede tomar un festival desde su propuesta, no deja de ser una mirada posible sobre el cine y festivales con diversas estéticas hay por todos lados. En todo caso entendemos que por su categoría A, Mar del Plata no puede prescindir de ciertas representaciones que un festival debe sostener como último refugio de un cine que no encuentra lugar en ninguna parte. Pero lo cierto es que ante el ruido, a veces excesivo, y la sobreactuación, excesiva siempre, el Festival de Mar del Plata mantuvo ciertas formas que resultaron positivas en función de un cambo de paradigma que generó demasiadas dudas. Claro que habrá que ver cómo cerraron los números (¿lo sabremos alguna vez?) y cómo el encuentro sigue siendo sustentable en el tiempo, cuando se confirmaron en los papeles tres ediciones más y el paraguas del Estado nacional seguirá estando ausente (y digo el nacional, porque el municipal puso bastante dinero). Después, lo de siempre: desacoples organizativos, desprolijidades varias, incongruencias organizativas, desatenciones evitables. Y una Mar del Plata presente en los papeles, cuyas autoridades siguen sin entender lo que es un festival de cine más allá de que vengan o no turistas y coman en los restaurantes y duerman en los hoteles. Particularmente creo que un festival que se desacople de la gestión política de turno es positivo, si se hace en serio y no se alimentan discursos de manera subliminal, y es un paso hacia adelante que puede traer provecho. Será cuestión de Mar del Plata, de los marplatenses, enterarnos que podemos tener mayor presencia. Pero, también, de los que tienen la pelota bajo el pie aprender a abrir el juego. Ah, y por favor, si Mar del Plata va a estar metida en la producción necesitamos un vocero que sepa de cine, que entienda de festivales, que sea del palo, y que no sea el intendente tirando alguna frase canchera que sólo genera rispidez en el sector al que, en definitiva, va dirigido el mensaje.
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