En una nueva jornada en la lucha por el Astor de Oro se vieron la belga Au bord du monde de Sophie Muselle y Guérin Van de Vorst y la española Rita de Paz Vega.
–Au bord du monde de Sophie Muselle y Guérin Van de Vorst // 6 puntos
Los Dardenne construyeron un mundo con una estética propia que ha generado gran influencia, y muy claramente en el cine belga donde parece que determinas cuestiones dramáticas deben ser registradas a la manera de los hermanos, con esa cámara en mano, ese nervio en el plano, ese ubicarse sobre la espalda de los personajes para acompañarlos en su travesía. Au bord du monde es un ejemplo de eso: Alexia (sólida interpretación de Mara Taquin) es una enfermera que se incorpora al staff de una clínica psiquiátrica, donde entabla una relación demasiado directa con un par de pacientes. Muselle y Van de Vorst se mueven con astucia para que sus golpes de timón emocionales no caigan en una exposición de la miseria, tan habitual a este tipo de relatos, pero que tampoco se construya una mirada romantizada de la locura. El mayor acierto es no sacarnos casi nunca de las paredes de esa clínica, como si los personajes se definieran por esa circunstancia puntual: vemos a Alexia fichar su salida y al plano siguiente la vemos fichar su entrada, en un nuevo día. Apenas un “¿pudiste descansar?” nos ubica espacio-temporalmente en una rutina que se vuelve asfixiante. Si bien los directores recurren a algunos giros de guión un poco convencionales, es la puesta en escena lo que termina de definir a la película, y lo que permite algunas elipsis virtuosas hacia el final. Entre tanto dolor hay lugar para la luminosidad, aunque Alexia parece no terminar de aprender de su experiencia fallida o, en todo caso, parece decidir no aprender para no caer en la normalidad de un sistema sanitario que trata al paciente de forma un poco distante. Mex Faliero
–Rita de Paz Vega // 6 puntos
Entrar en la película de Paz Vega es como ingresar a un álbum familiar con fotos en sepia y absorber el aroma del pasado, con mucha tristeza y contados momentos de alegría. Rita es una pequeña cuya infancia transcurre junto con su hermanito Lolo mientras su madre padece la brutalidad de un marido que va del taxi a la casa y sólo exige y nada da a cambio. En medio de una estructura patriarcal, la mujer y las dos criaturas unen sus vidas para afrontar una cotidianeidad de acero. Estamos en Sevilla, en 1984, y la realidad se cuela por los sonidos del televisor. La comunidad mantiene sus rituales de preservación al mismo tiempo que no puede romper concepciones retrógradas sobre la familia. Más que un retrato de época, hay una voluntad por consagrarse al registro de una intimidad y hay que decir que el costado más noble de esta ópera prima se construye con un ojo atento y dispuesto para lograr la belleza fotogénica de la pequeña actriz (Sofía Allepuz), la esperanza puesta en el futuro. La manera en que Paz Vega encapsula la soledad de la niña, sus miedos, sus vacilaciones, la relación con un vecino sin papá, como sus fuerzas para proteger al núcleo conformado por su mamá y su hermanito, constituyen lo mejor de esta historia que avanza y parece esquivar los golpes bajos en situaciones puntuales. No obstante, se impone el imperativo del mensaje y entonces estamos ante un alegato más sobre la violencia machista, enfatizado sin ninguna sutileza en el tramo final, como si no hubiéramos entendido nada. Guillermo Colantonio
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