CON HÁBITOS Y A LO LOCO
Por Mex Faliero
A la salida del horror que significó el largo gobierno fascista de Francisco Franco en España, Pedro Almodóvar apareció en la escena del cine de aquel país con una serie de melodramas y comedias realmente rupturistas, que no cuidaban para nada las formas y sí apostaban por un desenfreno y un caos que hoy parece olvidado en su cine excesivamente controlado. Era Almodóvar uno de los máximos exponentes de eso que se dio en llamar la “Movida Madrileña”, quien le dio desde el cine un sentido estético a una serie de representaciones sociales que se desmelenaban ante la ausencia del dictador. Es interesante pensar desde Almodóvar cómo una generación de artistas (y tal vez se podría hacer una relación con otros estamentos de la sociedad, pero sería abarcar demasiado) fueron en un comienzo parte de un discurso contracultural para acomodarse plácidamente en la estructura de un cine un poco adocenado y premiable, como pasa con el Almodóvar de sus últimas dos películas. Por eso viene bien recordar que en Netflix (alguna cosa buena tenía que haber) hay varias películas del director español, y particularmente algunas de sus orígenes, como esta Entre tinieblas.
La película es un fiel reflejo de un tiempo y un lugar. Así como el cine norteamericano de los 70’s reflejaba una Nueva York sucia y violenta en oposición a la opulencia y el esnobismo que patentarían en el futuro series como Sex and the city, el comienzo de Entre tinieblas nos presenta una España nocturna, un poco marginal, rezagos de una sociedad que exhibe aquello que hasta hace poco estaba debajo de la alfombra. Allí vemos a Yolanda, su protagonista, una mujer adicta y con un novio que muere de sobredosis, y que en esa instancia de querer salir del camino de autodestrucción termina hospedándose en un convento para novicias que llevan nombres tan peculiares como Sor Estiércol, Sor Perdida, Sor Víbora, Sor Rata, mujeres también con sus pecados del pasado que intentaba morigerar bajo los hábitos. Perfecto, el Almodóvar de Entre tinieblas (y el de muchas de esa época) no era necesariamente sutil desde lo simbólico, pero hay en ese exhibicionismo un guiño de época que está más relacionado con la represión anterior que con la búsqueda de una sutileza, considerada por ese tiempo como cercana a la tibieza. Claro, el primer Almodóvar podía ser grueso en algún sentido, pero a la vez era un director que iba construyen un camino autoral repleto de gustos personales, guiños, referencias y un espíritu pastichero que era lo que terminaba conteniendo aquello que podía correrse de lo deseable desde un sentido estético.
Entre tinieblas avanza entonces como una comedia grotesca y bochinchera, que integra el bolero, el teleteatro, el melodrama como formas de expresión de los dramas de sus personajes, con un paneo sobre la marginalidad y la sordidez de una España en ruinas pero, también, en reconstrucción; una reconstrucción que parece querer prescindir de estos personajes marginales que encuentran aquí un último refugio. Precisamente el cine de Almodóvar les dio lugar a esos personajes y también a un seleccionado de actrices como Marisa Paredes, Carmen Maura o la gran Chus Lampreave, que fueron caras habituales durante un largo período. Hoy cuando vemos La habitación de al lado descubrimos a un director con todas las capacidades técnicas para contarnos un drama de la manera más profesional posible, pero seguimos extrañando al autor estrafalario que nos contaba estos cuentos un poco moralistas y un poco amorales. Entre tinieblas, aún con sus imperfecciones, es una película vital, enérgica y muy divertida, un poco un grito de socorro y otro tanto una exhibición de talento. Un autor sin ser autor, alguien en busca de cerrar un concepto y de consagrarse, corriendo con hábitos y a lo loco.
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