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Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles (1975)



RETRATO OBSESIVO DE UNA MUJER

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace alguna semanas la revista Sight & Sound publicó su nueva encuesta respecto de la mejor película de la historia, algo que se repite cada diez años. Y si este año el evento se convirtió en noticia es porque luego de décadas de triunfos de esas películas que aparecen en las listas de todo el mundo (que El ciudadano, que Vértigo, que Ladrones de bicicletas) la ganadora resultó la belga Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, film alejado a todas luces de los nombres habituales, pero además alejado de las consideraciones del gran público o de la cinefilia tradicional. Más allá de lo anecdótico de ser la primera película dirigida por una mujer en ganar la encuesta, aquí lo sintomático es que se trata de un film moderno con evidente influencia en mucho de ese cine que circula en el presente por los festivales y que hace las delicias de los círculos más cerrados de la cinefilia cerrada.

Discutir la lista sería en vano, no solo porque en definitiva se trata de una cuestión de gustos, sino porque además sería darle demasiado valor a lo que es, apenas, una lista. Una lista de entre tantas listas. Una lista de gente lista, por otro lado. En lo concreto, Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles es un film con una apuesta formal extrema: 202 minutos de planos fijos que resumen tres días en la vida de la Jeanne del título, una viuda que vive con su hijo y que hace un dinero prostituyéndose en su departamento. Lo que hace singular a la película no es tanto su extensión ni su estilizada estructura narrativa, sino la forma obsesiva con que sigue a su protagonista, una mujer en apariencia imperturbable que cumple de modo inalterable con los rituales de la diaria: pone unas papas en el fuego, atiende a uno de sus clientes y cuando termina, sigue con la preparación de la cena. Akerman registra cada una de las tareas, desde la preparación de un café al lavado de la bañera, con un sesgo documental, aprovechando el tiempo real de lo que lleva cada acción. A la directora la obsesionaba la jerarquía de las imágenes, y su película está repleta de muchas de esas imágenes que habitualmente quedan muertas en las elipsis de los relatos. La obsesión es tal, que los personajes prenden y apagan la luz cada vez que ingresan o salen de una habitación, y ese acto es funcional al montaje de la película, cortando y pasando a la acción en otro ambiente.

Akerman define con Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles la idea filosófica de que el cine es básicamente tiempo y espacio. Esos dos componentes son indispensables en la experiencia que es la película, porque no solo operan estéticamente marcando el ritmo de la narración sino que funcionan en los cambios mínimos y a la vez radicales de la protagonista. Dividida explícitamente en tres actos que son, sin más, los tres días que dura la historia, cada día ofrece mínimas modificaciones que son observables gracias al carácter milimétrico de la puesta en escena y que operan como atenuantes para el último acto. Un botón mal abrochado podría ser solo eso o ser síntoma de otra cosa. Jeanne va cayendo progresivamente, durante esas 72 horas, en las profundidades de una oscuridad construida en el interior de su mente, así como la película pasa del drama al thriller. Si en su momento la película fue materia de análisis para los movimientos feministas (no de casualidad es elegida por la encuesta de Sight & Sound en un momento en el que esos temas son nuevamente material de debate), hay en el film de Akerman algo que se vincula con la alienación urbana típica de muchos relatos cinematográficos de los años 70’s.

En Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles hay aires de los melodramas asiáticos de mitad de siglo pasado, de cierta filosofía cercana a la Nouvelle Vague en el vínculo de Jeanne con su hijo, de la mirada despiadada hacia la burguesía del cine europeo de los 60’s y 70’s. Pero Akerman toma esas referencias no para construir un museo, sino para construir un objeto nuevo, una pieza de culto que dejaría una fuerte influencia en el cine de autor de las décadas siguientes, aunque eso tal vez se pueda ver recién desde el presente. La encuesta de Sight & Sound, de forma una poco exagerada tal vez, viene a confirmar ese sitial que la película ocupaba, sobre todo, en el boca en boca cinéfilo.


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