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Recapitulación de She-Hulk: Ribbit and rip it

Por Patricio Beltrami

(@Pato_Beltrami)

NdR: Este artículo contiene spoilers.

Desde mitad de temporada, She-Hulk: Defensora de héroes continúa mejorando. Si bien hubo una aparición estelar, el episodio ocho giró sobre los conflictos de Jennifer Walters/She-Hulk (Tatiana Maslany). En lo discursivo y en la acción, la subtrama judicial se complementó con lo superheroico eficazmente. Y lo que podría haber sido puro fanservice tuvo sentido narrativo. Dirigido por Kat Coiro y escrito por Cody Ziglar, Ribbit and rip it arranca con Leapfrog/Eugene Patillo (Brandon Stanley) sufriendo quemaduras cuando intentaba evitar un robo. Por eso, Patillo contrata a She-Hulk para demandar a Luke Jacobson (Griffin Matthews) por haberle vendido un traje defectuoso. Aunque Jen negocia un acuerdo con el modisto, ambos pelean y se enfrentan en la corte, donde se revela que su defensor es Matt Murdock (Charlie Cox). El cruce dialéctico es dinámico y fluido y, además, se enfatiza en un tema que será relevante en el futuro del MCU: la identidad secreta. No obstante, el caso se desestima porque Patillo había usado combustible de avión en su traje. Luego, se encuentran por casualidad en el bar, donde se evidencia la atracción entre ambos. Allí, Murdock la insta a sacar provecho de su situación: Jen hace la diferencia en la corte mientras que She-Hulk puede actuar cuando falla la ley. De regreso en casa, Patillo llama a Jen para pedirle ayuda porque alguien lo estaba persiguiendo. Estrenando traje de superheroina, descubre que se trata de Daredevil, con quien mantiene un combate físico y una disputa dialéctica bastante canchera. A nivel coreografía, la pelea es de lo más logrado de la serie, ya que esta versión de Daredevil es más ágil y recurre menos al boxeo que en la etapa Netflix. Así, los movimientos son más dinámicos, creativos y se complementan bien con las habilidades Hulk. Desconcertada tras descubrir que su rival era Murdock, bromas incluidas sobre sus poderes, ambos salen a la caza de Leapfrog, quien había secuestrado a Jacobson para que le fabrique un nuevo traje. Ya en la guarida secreta señalada con carteles gigantes, Daredevil acaba con un grupo de matones en un pasillo (guiño a la serie), mientras que She-Hulk aplasta al resto, pero la confrontación final termina ridículamente con Leapfrog quebrado tras saltar por la ventana. Con la satisfacción del deber cumplido, los héroes pasan una noche de pasión en la casa de Jen, que termina con la partida de Daredevil en la mañana. Más allá de vestir un traje rojo y amarillo, Marvel Studios ejecuta un soft reboot de Daredevil, que se presenta más pícaro y ruiseño (chistes con la ceguera), más ágil en combate y más descontracturado que en su versión Netflix, aunque sus nuevos atributos se desarrollan con naturalidad y el personaje no pierde la sagacidad y la letalidad que tenía en su reciente trilogía. Sin embargo, el final del episodio sorprende hasta la propia Jen, quien considera que la historia debía acabar con la salida del Daredevil. En este caso, la acción se traslada a la gala de elección de la mejor abogada del año, donde todas las postuladas reciben premios. Mientras agradecía, She-Hulk descubre que era una trampa. En la pantalla intervenida por Intelligencia, comienzan a mostrarle a los presentes la información privada del teléfono de Jen: mensajes, conquistas, fotos y su video sexual con Josh. Desesperada por evitar que sus padres y amigos vean las imágenes, destroza las pantallas y persigue a los miembros de Intelligencia que escapan del salón. Cuando llega al exterior, observa que está rodeada por decenas de agentes equipados con tecnología anti-Hulk. Ribbit and rip it no solo sienta las bases para el cierre de She-Hulk, sino que también ratifica que la serie encuentra su mejor etapa en la segunda mitad de temporada. La mejora en la efectividad del humor (la rotura de la cuarta pared está cada más integrada al relato) y haber consolidado a Jen/She-Hulk como la protagonista de la historia se le han sumado secuencias de acción más logradas; poner el discurso a disposición de la trama; y, sobre todo, determinar que los invitados semanales, por más prominentes que fueran estos personajes o sus arcos narrativos, se incorporaran en función de la serie o de la protagonista.


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