Por Emiliano Attadia
El cine y el teatro son dos espacios que muchas veces comparten trabajadores, que en tiempos de pandemia fueron oscilando entre la virtualidad y la presencialidad, entre el streaming y el cine. Uno de estos casos es el de la actriz Laura Paredes, que formó parte de dos películas que pasaron por el Festival Internacional de Cine de Venecia y San Sebastián (Trenque Lauquen, donde también es guionista, y Argentina, 1985) y, además, participa de las obras Las Cautivas, en el Teatro San Martín, y Petróleo, en el Metropolitan Sura.
La directora, como si fuera poco lleva adelante Lorca, el teatro bajo la arena y forma parte de un grupo de colegas y amigas llamado Piel de Lava, junto a Elisa Carricajo, Pilar Gamboa y Valeria Correa. Las cuatro se suben al escenario para realizar la mencionada Petróleo y, además, compartieron cartel en numerosos films. Un caso emblemático fue La Flor, de Mariano Llinás, de casi 14 horas y que estuvo producida por El Pampero Cine.
“El Pampero es un grupo de cineastas de cuatro integrantes (Mariano, Laura Citarella, Alejo Moguillansky y Agustín Mendilaharzu) con el objetivo de generar un cine de autor y con la posibilidad de producirla sin los grandes esquemas industriales, más parecidos a los que trabaja el teatro independiente. Buscaban que la forma de producir esté completamente ligada a las decisiones artísticas y que no sea acotada. Por otro lado, con las integrantes de Piel de Lava generamos una afinidad muy rápida con los miembros y, a partir de ahí, nace mi amistad con la directora de Trenque Lauquen. Mantuvimos la tradición del teatro independiente (de ser muy dueño de tus cosas) en lo malo y en lo bueno, tener poca financiación y, a la vez, mucha libertad de trabajar”, expresa Laura, y nos comenta sobre sus actuales proyectos.
Con Laura Citarella ya trabajaste en Ostende y, más de 10 años después, realizaron Trenque Lauquen, de tres horas y 20 minutos de duración. ¿Hay similitudes entre estas películas?
Esperamos que tenga completa relación con la anterior, como si fuera una saga, una misma persona que va teniendo distintas vidas. De hecho, el personaje del segundo film se llama Laura, como en Ostende, y como nosotras. Además, fue un poco orgánica que escribiera el guion con ella, porque teníamos la información de la película anterior y empezamos a diseñar una obra más grande y que tuviera dos partes. Como breve sinopsis, es una mujer que desaparece, la primera parte trata sobre que le pudo haber pasado a Laura y la segunda es el punto de vista de ella. Lo imaginamos de esa manera, pero no pensamos que iba a ser tan larga, por lo cual terminaron siendo dos películas finalmente. Son dos partes autónomas, pero se necesitan una de la otra para darle sentido.
En línea con lo anterior, ¿Trenque Lauquen forma parte de una idea que comparte El Pampero Cine?
Para mi hay una relación con las demás películas por la forma de producir y de hacer el cine; además, está en completa sintonía de manera artística y política. La pudimos realizar porque es la manera de trabajar del Pampero, es decir, tardamos seis años en hacerla. También, era casi armar un fin de semana familiar e ir a filmar, entonces esa manera de mezclar lo personal con el trabajo, que lo hacemos todo el tiempo, también genera una particularidad estética. La película se va filmando muy de a poco, cuando se puede. Citarella montaba, pensábamos y volvíamos a hacer tomas, incluso porque nos dábamos cuenta en el montaje le habíamos errado al tono de actuación, algo que en un esquema industrial resultaría imposible.
Actuaste en La larga noche de Francisco Sanctis y ahora en Argentina, 1985, las dos con un claro anclaje en un momento histórico del país que fue la última dictadura. ¿Crees que el cine encontró una nueva forma de contar este hecho?
No es casual que pase recién ahora. Creo que la dictadura es un trauma social tan doloroso que tuvieron que pasar muchos años para poder hablar desde una ficción, incluso realizar escenas con humor en Argentina, 1985. Por ejemplo, en las escenas de la vida doméstica del fiscal Julio César Strassera, interpretado por Ricardo Darín, tienden a generar comicidad. Esa posibilidad narrativa se puede hacer recién ahora porque tenemos distancia emocional para volver a acercarnos a esos temas, pero sin solemnidad. Tiene que ver con el paso del tiempo, son películas que no se hubieran podido hacer cercanas al trauma de la dictadura. Creo que pasó el tiempo suficiente para poder tener mayor libertad narrativa para esos temas.
¿Guarda algún tipo de relación Argentina, 1985 y Trenque Lauquen, debido a que ambas se presentaron en distintos festivales?
Es interesante pensar que un festival tan grande como Venecia se haya atraído por dos propuestas tan distintas y que a su vez sean argentinas, porque son modos de producción muy diferentes: una es enorme, y la otra es con un grupo de no más de siete personas. Esto habla de una variedad y muchas formas de poder hacer cine, donde el estado actual es complicado, no solo su producción sino su exhibición. Cada vez son menos salas y es difícil encontrar una continuidad en la proyección; además, es difícil generar ese vínculo con el espectador, de que vaya al cine. Ahora está más cerca el teatro de tener espectadores vitales activos, y posiblemente el cine de plataforma de alguna manera generó comodidad, pero también eliminó un poco la experiencia de llevar el cuerpo hasta la butaca y sentarte ahí. Más allá de las políticas públicas, hay algo que tiene que ver con un espacio de liberación de la imagen en casa y complejiza el plan de ir al cine.
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