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Recapitulación de Better call Saul: Saul gone (final)

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

NdR: Este texto contiene spoilers.

Cuando uno termina de ver un capítulo como Saul gone lo primero que viene a la mente es tratar de entender cuánto llevó la escritura de algo así. Escrito y dirigido por Peter Gould, Saul gone es perfecto por donde se lo mire: un capítulo donde cada línea de diálogo es precisa, cada imagen es poderosa, cada guiño es indispensable (el letrero de Exit en la corte), cada flashback cumple un rol fundamental, cada cameo está justificado y una referencia como la de La máquina del tiempo de H.G. Wells es clave para interpretar cada giro de este emocionante y angustiante episodio final de Better call Saul. Construido en base a una planificación obsesiva, Saul gone no solo fue perfecto por la resolución que encontró para cada personaje sino porque visualmente estuvo a mil kilómetros de distancia de cualquier cosa que se haga hoy para televisión o para el cine.

Pensábamos que la huida de Gene en el final del episodio pasado nos depositaría en un capítulo de fuga y persecución, pero Gould y Vince Gilligan nos vuelven a sorprender. Y no solo ahí, todo el episodio es una sucesión de decisiones imprevisibles, que Jimmy/Saul/Gene (Bob Odenkirk) va tomando en función de planes que arma y desarma en el momento. La sorpresa tal vez sea que al abogado lo atrapan velozmente y Better call Saul avanzará en sus últimos 69 minutos de vida por pasillos y salones judiciales, como una suerte de regreso a los orígenes. Aunque muchos creíamos que el final iba a ser mucho más violento y cercano al universo Breaking bad, lo cierto es que la serie se tomó en sus últimos cuatro episodios una libertad absoluta para desmarcarse del rumor de los fanáticos y dilapidar todas las expectativas. Esos cuatro episodios son en verdad una secuela de Breaking bad, casi una película en cuatro actos, más cercanos al espíritu de Granite State, el penúltimo -y un poco anticlimático- episodio de Breaking bad.

Saul gone contó con tres flashbacks muy poderosos, uno protagonizado por Mike (Jonathan Banks), otro por Walter White (Bryan Cranston) y uno final con Chuck McGill (Michael McKean). En los dos primeros, que abordan desde lo lúdico la noción del arrepentimiento, es donde se esboza el espíritu del capítulo y aquello que moviliza a Saul en sus decisiones finales: ¿qué harías -pregunta Saul- si tuvieras en tu poder la máquina del tiempo? Y es recién en el último flashback, otro de esos diálogos punzantes con su hermano, en el que terminamos de cerrar la idea, donde comprendemos de qué manera el remordimiento es un sentimiento que acompaña a Saul desde hace tiempo. “Estás hablando de remordimientos, no de máquinas del tiempo” se le enoja Walt con la lógica del tipo frío y calculador que siempre fue.

Es verdad que podemos llegar a pensar que el arrepentimiento en un personaje como Saul es un acto un poco forzado de la historia. Sin embargo Gould se encarga de dejar bien en claro que el arrepentimiento, aunque parezca sincero, no deja de ser un nuevo artilugio que encuentra el abogado para alcanzar su objetivo: tener a Kim (Rhea Seehorn) a su lado, su veneno necesario. Cuando el juicio termina y es condenado, las argucias judiciales se vuelven ruido de fondo para el primer gran intercambio de miradas entre Saul y Kim. Es que luego de uno de esos pasos de comedia magistrales de la serie, donde Saul logra que le bajen a siete años de prisión lo que en verdad serían dos cadenas perpetuas, su rostro se desencaja cuando le avisan que la carta que guardaba, la confesión por la muerte de Howard Hamlin, ya había sido revelada por Kim. Ahí comienza otro capítulo, en el que Saul tendrá que hacer el gran movimiento de su vida: convertirse nuevamente en Jimmy, aunque su eslogan publicitario lo acompañará por el resto de sus días, como un mito de la marginalidad que lo erigió en rey (memorable secuencia en el colectivo que lo lleva a la prisión). Saul entonces confiesa todo, y a la manera de Walter aceptando que lo hizo solo por él y porque le gustaba, asegura que White no hubiera sobrevivido de no ser por las trampas legales que él planeó y coordinó.

Y una vez que Saul cae en la cárcel, Better call Saul ensaya su último movimiento. Si Breaking bad termina con Walter admirando el lugar donde cocinaba metanfetamina, como demostrando que lo único que le importó eran él mismo y su logro, Better call Saul se termina de definir como una de las mayores historias de amor de todos los tiempos, trágica y divertida, los Bonnie & Clyde de los tribunales. Con todo tenido de ese blanco y negro espectral que alumbró los últimos cuatro episodios, Saul recibe la visita de su abogada, que no es otra que Kim. Como siempre se fuman un pucho (¡ese plano!), se ríen de los 86 años de prisión que él tendrá que cumplir, se miran y se admiran en silencio, se tienen cerca pero lejos, de un lado y del otro de las rejas, como el padre de Nacho y Mike. Ella se va, pero no deja nunca de mirar para atrás para verlo a él. La cámara acompaña ese movimiento, hasta que Jimmy queda tapado por una pared. Y esa es la última imagen, triste y melancólica, que tendremos de Better call Saul. Y, tal vez, de este universo fantástico creado por Gilligan y Gould.


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