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Recuerdos (1980)



RECONSTRUYENDO A WOODY

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

Hace unos días terminó una nueva edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y también hace unos días cumplió años Woody Allen. Así que qué mejor idea que celebrar ambos acontecimientos recordando -vaya a la redundancia- Recuerdos, film de 1980 que tiene las dos cosas: un festival de cine y mucho Woody Allen. Y no solo porque el actor, escritor y director cumple nuevamente aquí ese triple rol, sino porque la película en sí es un divertidísimo ejercicio de autoconciencia cinematográfica donde el autor se exhibe de una forma descarnada. Allen interpreta a Sandy Bates, un director de cine muy popular gracias a sus comedias que viaja a un festival de cine en el que están homenajeando su obra. Mientras esto pasa, los productores quieren cambiar el final de la nueva película de Bates, un drama simbólico y psicologista, y el propio protagonista se debate entre dos amores, y un tercero del pasado que se mantiene de forma fantasmagórica. Todo esto, que aparenta ser mucho, aparece de forma fragmentaria, caótica, como fragmentarios y caóticos son los recuerdos, pero fundamentalmente como fragmentaria y caótica era 8 y ½ de Federico Fellini, película que Allen aquí tributa sino que además satiriza.

Hay que pensar en qué lugar estaba parado Allen en ese momento para comprender, primero, por qué la película fue recibida con cierta indiferencia y, por otro lado, por qué desde el revisionismo gana en estatura. Hoy luce como uno de los films más complejos y ambiciosos del director, pero sin perder la calidad de su humor cáustico, y sobresale la fotografía en blanco y negro de Gordon Willis, gran colaborador del director hasta los 90’s. Al momento de Recuerdos, Allen había dirigido casi una decena de títulos, pero había pasado de ser el comediógrafo más o menos ocurrente de Bananas o El dormilón, para convertirse en un autor de relevancia con Annie Hall y Manhattan, películas que definieron de alguna manera el sello de lo alleniano. Incluso, ya había fracasado con Interiores y su intento de homenaje al cine de Ingmar Bergman, una película que por ese entonces descolocó al público y a la crítica por su seriedad extrema. Si Recuerdos puede relacionarse con alguna de las obras previas del director es con La última noche de Boris Grushenko, un film que incorpora la lógica del sketch tan cara a sus primeras obras pero donde profundiza en su conocimiento sobre la cultura y su capacidad para tomarse en sorna al mundo intelectual. Si allí eran los grandes autores de la literatura rusa, aquí la figura es Fellini y el mundo de la intelectualidad que habita los festivales de cine.

Si bien Allen negó una y otra vez que Recuerdos fuera un film autobiográfico, hay elementos que determinan que la película es una suerte de respuesta a lo que le sucedió con Interiores, cuando muchos se preguntaron por qué había abandonado la comedia para sumergirse en un drama profundamente psicológico. Bates está preso de ese conflicto existencial, respecto de hacia dónde va su obra y los amores perdidos, mientras es acosado una y otra vez por fanáticos, críticos, representantes de organizaciones que quieren arriarlo para alguna causa, musas inspiradoras, productores… Todos quieren algo de Bates (algunos le regalan un embutido), aunque como reconoce en algún momento, los que hoy te aman mañana te odian, en una línea de diálogo que parece un presagio sobre la propia vida del autor. Si bien uno puede pensar que Recuerdos es excesiva y demasiado autorreferencial para un director que estaba recién sobresaliendo en el mundo del cine, hay que aceptar que Allen tenía muy claro qué decir y cómo, y fundamentalmente cómo la referencia constante a 8 y ½ funcionaba a la perfección y no luce como un capricho cinéfilo. De hecho, más allá de la fría recepción que tuvo en el momento de su estreno (y es lógico, ya que se trata de un film poco complaciente), Recuerdos no empantanó la carrera del director, que continuó y logró en esa década algunas de las mayores obras maestras de su filmografía. Porque parafraseando al propio Allen, Recuerdos puede ser una experiencia excesiva, pero como experiencia excesiva es una de las mejores.


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