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Locura en el oeste (1974)



ANARQUÍA, ARTIFICIO Y FLATULENCIAS

Por Mex Faliero

(@mexfaliero)

En la fanpage de nuestro Festival Internacional de Cine de Comedia – Funcinema organizamos con el fin de entretenernos durante estos días de aislamiento obligatorio por el coronavirus un Mundial de Comediantes, con 32 nombres de todos los tiempos que han sido clave para el género. Los lectores fueron votando, en rondas de eliminación directa y finalmente terminó ganando Mel Brooks. Debo reconocer que mi sorpresa fue enorme, no porque no lo considere relevante (lo es y es clave para la actualización del género en el Nuevo Hollywood de los 70’s) sino porque pensé que la presencia de nombres como Charles Chaplin, Buster Keaton o Jerry Lewis tendrían un mayor impacto. Pero no, es indudable que hay toda una raíz de humor relacionado con la parodia que se ha impuesto fuertemente en una generación de cinéfilos que tienen a La pistola desnuda y las comedias del trío ZAZ como referencia inmediata en su educación sentimental. Bueno, tal vez esa generación es la que reconoce a Brooks como el padre de un estilo que tuvo vida preferentemente entre los 70’s y mediados de los 90’s.

Luego de este triunfo es que decidimos acercarnos en esta sección al universo de Mel Brooks, regresar a sus películas para redescubrir el genio del guionista, director y actor. Y en este sentido Locura en el oeste representa un ejemplo significativo, no solo porque es una de las grandes películas de Brooks, sino porque además tiene la particularidad de ser la comedia más taquillera de todos los tiempos, algo que para el género es toda una rareza. Como consigna Leonardo D’Espósito en su libro 50 películas que conquistaron el mundo, Locura en el oeste ocupaba el lugar número 49 entre las películas norteamericanas más vistas de todos los tiempos (y esto incluye a todas las películas de todos los géneros, no solo las comedias) con una recaudación actualizada por inflación de 515.402.900 de dólares (el libro fue editado en 2015). Explicar el fenómeno es un asunto sociológico que evitaremos por falta de conocimiento. Por suerte, Locura en el oeste tiene valores propios que nos evitan los lugares comunes y nos invitan a disfrutar de sus bondades cómicas.

Locura en el oeste tiene una premisa similar a la de muchos westerns; de hecho es una parodia del género, es decir una utilización de sus elementos prototípicos por la vía del humor y la comicidad. En la película, el terrateniente Hedley Lamarr (Harvey Korman) -la utilización de ese apellido es un chiste genial- quiere llevar al caos a un pueblo con el fin de quedarse con esas tierras. Así es como convence al impresentable gobernador (Mel Brooks en plan Groucho Marx) para que nombre a un sheriff negro con el fin de volver a los pobladores en contra y, ante la crisis, aprovechar y adueñarse del lugar. Obviamente la idea de un sheriff negro se enfrenta desde el vamos a una tradición cinematográfica y a la historia de una región de la nación norteamericana construida sobre la discriminación y el racismo (por varios asuntos, pero fundamentalmente por su falta de corrección para tratar los temas que aborda, hoy sería una película imposible de hacer). Si por un lado se puede hacer una lectura política de la película, lo cierto es que eso está y se usa para la comedia y la diversión irreverente. Sin embargo para Brooks es una herramienta que permite en verdad ir por lo que realmente importa en la película, que es el abordaje del aspecto formal: desnudar la estructura del cine, hacer evidente el artificio. Con esto se pueden hacer dos cosas: mostrarlo desde el cinismo y burlarse de ello para creerse superior; o hacerlo desde el cariño más absoluto y apostar por lo lúdico para involucrar al espectador en el juego. Claramente Locura en el oeste va por este lado.

En los 70’s los géneros tradicionales estaban muriendo y Hollywood se renovaba con directores que abordaban el lenguaje del cine desde el homenaje (Francis Ford Coppola con El padrino) o desde la impresión de lo real (Alan Pakula con Todos los hombres del presidente). También es cierto que la generación de Vietnam comenzaba a despreciar la fantasía y el cine mainstream, como sistema que absorbe la temperatura ambiente, tenía la necesidad de reproducir esa sensación social. En ese contexto, la comedia se volvía autoconsciente, algo que el musical ya venía ensayando desde hacía años (de hecho en Brooks siempre está presente la idea del musical) pero que alcanzaba ahora, de la mano de tipos como Woody Allen, Carl Reiner o Brooks, un carácter más intelectual. Digo “intelectual” y seguramente algunos arruguen la nariz ante el humor mayormente procaz de Brooks y recordarán la escena de pedos y eructos en Locura en el oeste. Pero esas flatulencias, claramente, son un ejemplo de esto que digo. La escena abre con un primer plano de un plato de porotos y va ampliándose hasta tomar a un grupo de cowboys. Es el típico fogón de cualquier película de vaqueros. Claro, la diferencia es que Brooks se pregunta cómo es que los cowboys basan su alimentación en guisantes y legumbres y nunca se tiran un pedo. Bueno, la escena es un concierto. Y un concierto que hace una lectura de un género y lo convierte en gran chiste escatológico. Locura en el oeste, que es por eso mismo indubitablemente setentosa, es una comedia muy inteligente.

La idea de visibilizar el artificio abarca casi toda la trayectoria de Mel Brooks. Si Los productores era una película que desnudaba el negocio detrás del espectáculo, ya el resto de su filmografía es una celebración de la autoconsciencia y de la parodia de diversos tipos de relatos. Y esto es así desde películas superiores como Locura en el oeste y El joven Frankenstein o en las más flojas producciones de los noventas como Las locas, locas aventuras de Robin Hood o Drácula: muerto pero feliz (la filmografía de Mel Brooks debe ser la que tiene más veces la idea de “locura” en sus títulos). Sin embargo nunca como en la secuencia final de Locura en el oeste esa idea de la autorreflexión alcanzó tal nivel de disparate y anarquía. En esa secuencia final no solo que se hace explícito el artificio del cine detrás del western, sino que la película se vuelve una suerte de homenaje a la tradición clásica de los géneros cinematográficos: las películas de vaqueros, las bélicas, los musicales, incluso las comedias de pastelazos. Los protagonistas entran y salen de la película, van al cine para verse a ellos mismos en la pantalla y conocer cuál es el final de la historia. Ese final hace explotar la aguja del detector de referencias (Locura en el oeste tiene anacronismos a montones y referencias divertidísimas) y vuelve el juego sumamente intelectual a partir de una hiperbólica rotura de la cuarte pared. Sin embargo hay algo que sobresale, y eso es la diversión y la felicidad que genera ese momento anárquico. El final de Locura en el oeste no solo inscribe a la película en la tradición sino que además sienta las bases para lo que vendrá, para la intertextualidad y la aventura pop en la que se convertiría el cine en los 80’s.

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