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La cacería

Título original: The hunt
Origen: EE.UU.
Dirección: Craig Zobel
Guión: Nick Cuse, Damon Lindelof
Intérpretes: Betty Gilpin, Hilary Swank, Ike Barinholtz, Wayne Duvall, Ethan Suplee, Emma Roberts, Christopher Berry, Sturgill Simpson, Kate Nowlin, Amy Madigan, Reed Birney, Glenn Howerton, Steve Coulter, Dean J. West, Vince Pisani, Teri Wyble, Steve Mokate, Sylvia Grace Crim, Jason Kirkpatrick, Macon Blair, J.C. MacKenzie, Tadasay Young
Fotografía: Darran Tiernan
Montaje: Jane Rizzo
Música: Nathan Barr
Duración: 90 minutos
Año: 2020


6 puntos


EL TIRO POR LA CULATA

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

El planteo de La cacería es un tanto engañoso, al menos por lo que se ve en los trailers. Es cierto que hay una docena de extraños que aparecen de la nada en un bosque y son cazados por un misterioso grupo de gente con bastantes recursos. Pero si la premisa amaga con irse para el lado de la distopía, los giros que va dando la trama la colocan en un lugar un tanto raro y definitivamente incómodo, aunque no necesariamente certero.

Hay un nombre clave en el proyecto: el co-guionista Damon Lindelof, uno de los cerebros detrás de creaciones como Lost, The leftovers y Watchmen. Su aporte es sustancial en un film que apela tanto a los giros constantes como al distanciamiento definitivamente irónico. El vehículo para ese abordaje son dos de los personajes principales: una de las personas perseguidas, interpretadas por una casi inalterable Betty Gilpin; y la organizadora principal de ese juego mortal, encarnada por una Hilary Swank que explota un lado cínico hasta ahora poco visto en su carrera. La primera trata de entender su situación pero se adapta sorprendentemente rápido y pronto queda claro que algo oculta; la segunda porta un resentimiento construido desde una ética discursiva.

Lo cierto es que La cacería sostiene su apuesta sarcástica y violenta en base a un ritmo siempre dinámico y un humor ácido, donde pocos quedan en pie: desde la derecha norteamericana más rancia, amante de las armas y conspiranoide; hasta ese progresismo también rancio, siempre preso de sus pruritos con el lenguaje y la corrección política. Claro que eso la lleva a ser una especie de tratado sobre los estereotipos, prejuicios y esquematismos que presume de ser astuto aunque no llegue a ser algo realmente nuevo. La película, en un punto, se muerde la cola: su mirada distanciada sobre todos los eventos y sus protagonistas la dejan estancada en un cinismo algo vacío, sin real relevancia.

Lo más interesante de La cacería está en cómo construye el duelo entre las dos antagonistas, que están lejos del modelo de heroína y villana: son dos seres desencantados e impenetrables, incluso inexpresivos, que cuando no ofrecen respuestas puntuales incluso pueden cautivar. Sin embargo, el film en determinado momento se ve forzado a ofrecer respuestas y ahí solo queda una reflexión algo facilista sobre las dictaduras del pensamiento, esas que construyen nichos o sectas cuyos integrantes terminan autocensurándose por miedo al qué dirán. Más que una película, La cacería es una especie de ensayo sociopolítico apenas estimulante, que busca ser provocativo pero no lo logra del todo. Incluso deja indiferente al espectador.

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