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MAR DEL PLATA 2019: Competencia Internacional – Día 6


La virgen de agosto de Fernando Trueba / 6 puntos


Una cosa sobresale en la última película de Jonás Trueba, Itsaso Arana, su protagonista y coguionista. Y está bien que así sea porque Arana es la protagonista exclusiva, quien lleva el peso del relato, tanto el narrativo como el simbólico: La virgen de agosto es una película sobre una mujer de 32 años, Eva, quien vaga por una Madrid festiva (son las festividades regionales del verano y la ciudad está repleta de celebraciones y gente que circula por ahí), mientras trata de dilucidar en qué lugar de la vida se encuentra y hacia dónde va. El film de Trueba avanza junto a Eva, la acompaña desde que toma posesión de un departamento que le han prestado y no la suelta durante 15 días en el que le pasa de todo, aunque la cámara del director capture cada momento con una falta de energía llamativa, como si todo fuera más o menos lo mismo. Eva se cruza con viejas amigas, ex parejas, nuevas vecinas, intereses románticos y otros que podrían ser algo más. Y cada encuentro le genera una autorreflexión, en algunos casos bastante amarga, sobre su posición un poco rígida ante la vida. Arana demuestra comprender absolutamente al personaje, lo construye desde silencios que dicen mucho y palabras que buscan, en algunos casos, justificarse. La virgen de agosto es una película prolija, amable, que no ofende en ningún momento, aunque uno desearía que entre tanta belleza un poco forzada pase algo que nos movilice más allá de la sonrisa cómplice. Mex Faliero


Planta permanente de Ezequiel Radusky / 5 puntos


La de Radusky es una película hecha con la rabia que genera la actualidad política en nuestro país. Esa indignación se transforma en discurso antes que en cine y ese sea tal vez el principal inconveniente porque las ideas están por encima de cualquier otra cosa. El resultado se resiente inevitablemente por la fuerza de los estereotipos que, como sabemos, son nocivos vengan de la ideología que vengan, sobre todo porque apuntan a la fácil manipulación. Es lo que ocurre con ciertos personajes y situaciones aquí, producto de un guión que no parece tener matices en la construcción y que invita a un tipo de asociaciones de muy fácil acceso: la directora que asume en la Secretaría de Obras Públicas, espacio donde transcurre la trama, da un discurso neoliberal y se ríe como una hiena, dice “los escuché”, entre tantas sentencias que se destacan por su obviedad referencial. Y el esquematismo en el cine es terrible, más allá del odio personal que se pueda tener por este gobierno de tecnócratas. Lamentablemente, la necesidad por gritar diatribas va en desmedro de las dos protagonistas, Lila y Marcela, empleadas que suman a su trabajo de limpieza en la dependencia, otro de carácter informal, precarizado, un comedor con el que satisfacen las demandas de los compañeros. Hay un registro por momentos que roza el documental, una interesante propuesta que se acerca al escenario en cuestión a través de diversos ángulos. Se trata de una manera de seguimiento que da cuenta de la estructura laberíntica del lugar, lleno de recovecos, y que las dos conocen a la perfección. En ese seguimiento se encuentra lo mejor de la película y en una trama que avanza fluidamente gracias a un montaje preciso. Claro está, no tardará en verse un progresivo proceso de reestructuración que atentará contra los principales valores de la clase trabajadora, provocando la disolución, la dispersión, el egoísmo e insertando la perversa lógica del mercado en sus frágiles vidas. El tema es que la puesta en escena de estos conflictos está atada a líneas forzadas de diálogo, muchas de ellas provenientes del discurso televisivo o de los lugares comunes de la opinión generalizada. Todas las tensiones y contradicciones que surgen y que ponen a prueba a las protagonistas quedan resentidas cuando la carencia de matices se impone en el conjunto y una cadena de hechos (más adivinados que novedosos) revela la pereza de una historia presa de la elementalidad. Guillermo Colantonio

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