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Top 5 M. Night Shyamalan: 2ª – El protegido (2000)



SHYAMALAN ADELANTÁNDOSE A SU TIEMPO

Por Rodrigo Seijas

(@funcinemamdq)

Muy posiblemente, sin el enorme (e inesperado) éxito y prestigio –con nominaciones al Oscar incluidas- cosechado con Sexto sentido, Shyamalan no hubiera podido siquiera pensar en filmar El protegido. De hecho, a pesar de que con el tiempo fue revalorizada, en el momento de su estreno no tuvo el desempeño esperado, lo cual en un punto no dejó de ser lógico, ya que en ese momento, el género de superhéroes continuaba siendo un nicho al cual Hollywood solo exploraba a tientas: el fracaso de Batman & Robin todavía estaba fresco, la franquicia de X-Men recién arrancaba y una película como Blade (1998) tenía un suceso moderado.

Pero no se trataba solo de que había pocos films de superhéroes, sino también de que Shyamalan presentaba una película con plena consciencia del lenguaje de los cómics (a tal punto que funcionaba como meta-relato), cuando todavía no había un público masivo con ese grado de conocimiento. Encima, El protegido incorporaba unos cuantos elementos que la colocaban en un terreno resbaladizo, porque pensaba la estética y la narrativa comiquera en relación con la narración histórica, como una superficie extra con la cual enmascarar, disfrazar o reconstruir eventos reales. Todo esto producto, claro está, de una importante dosis de megalomanía por parte del director (su ego, indudablemente, siempre alimentó su cine), pero también de una voluntad por explorar recovecos de ese espacio urbano tan particular –por lo representativo de la historia y cultura estadounidense- que es Filadelfia.

Sin embargo, esa megalomanía y ambición socio-política no se imponían a lo íntimo y personal, que eran el verdadero núcleo de la película. Antes que nada, El protegido es un drama íntimo, familiar y de amistad, lo cual lo conecta cabalmente con el resto de la filmografía de Shyamalan (incluso lo más fallido, como El fin de los tiempos o Después de la Tierra). El cine del realizador es uno centrado en personajes rotos, en sujetos tratando de encontrar su lugar y/o rol en el mundo, buscando una redención que siempre está vinculada a la conformación identitaria.

Por eso toda la iconografía heroica, los enigmas planteados e incluso el giro del final –que no es tramposo, porque hay indicios en toda la trama, algo siempre respetado por Shyamalan- son el telón de fondo y a la vez la superficie para indagar vínculos personales donde el afecto, el amor o la amistad se presentan en forma de desafío (factor fundamental en el recorrido de los seres sobrehumanos en las historietas): David Dunn (perfecto Bruce Willis) es un sujeto que debe lidiar con un matrimonio en crisis; un hijo que lo admira por lo que cree que puede ser; y ese individuo tan frágil como inteligente llamado Elijah Price (Samuel L. Jackson en un rol hecho a su medida), que le reclama que asuma las verdades que David niega sobre sí mismo. Esa serie de obstáculos no son fáciles de atravesar y vienen con un costo, porque la verdad puede ser terrible y horrorosa, e incluso cualquier clase de poder puede ser insuficiente o llegar demasiado tarde.

En esto último es donde Shyamalan delinea su tesis artística, en cómo los cómics pueden ser una expresión cuasi folklórica y mitológica para sucesos reales, temas sociales y obsesiones personales –es decir, una verdad (o mentira) a medias -, lo cual anticipó el trabajo de Christopher Nolan, quien retomaría la noción del mito para armar su trilogía del Caballero de la Noche. Sin embargo, El protegido sigue distinguiéndose, a casi dos décadas de su estreno, por alejarse de la espectacularidad, o más bien, por hilvanar una espectacularidad propia, definitivamente íntima, pero aun así épica. Shyamalan siempre tuvo una enorme habilidad para entregar secuencias memorables, donde la clave estaba dada por sutiles pero decisivas elecciones de puesta en escena y construcción de planos: Dunn derrotando al asesino vestido de naranja (con la cámara haciendo un progresivo movimiento de abajo hacia arriba) para por fin definirse como héroe; y el mismo Dunn contándole a su hijo sobre su primera hazaña, indicándole una noticia sobre el hecho en el diario, sin que se dé cuenta la madre, son momentos emocionantes desde la empatía. Shyamalan se anticipaba a su tiempo –y aún hoy conserva vigencia- y nos decía que la mayor epopeya, el grado máximo de heroísmo, pasa siempre por lo humano, lo íntimo y personal.

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