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Bastardos sin gloria (2009)


bastardos 1


La venganza como obra maestra

Por Matías Gelpi

(@matiasjgelpi)

Existe algo así como el estilo Tarantino, y es que hablamos de un realizador que se esfuerza porque sus películas expliciten algunos constantes rasgos autorales. Hablaríamos aquí de los particulares diálogos, de su gigantesco sistema de referencias y homenajes, y la forma en que utiliza el concepto violencia. Pero intentaremos ir un poco más allá, al momento donde Quentin se consagra definitivamente como un artista con una visión sólida y compleja: ese momento es su obra maestra Bastardos sin gloria.

Los mecanismos por los cuales una obra se convierte en la obra capital de un artista son, a veces, fortuitos. No es el caso de Bastardos sin gloria, en la que, a medida que avanza, podemos notar la plena conciencia que tiene Tarantino de estar haciendo algo extraordinario; de hecho, la última línea de Brad Pitt mirando a cámara nos lo confirma. La clave del film está en que Tarantino resuelve de la mejor manera la tensión entre lo conceptual y lo narrativo, una constante de su cine. Como si por fin, todo lo que él piensa que debe tener y debe ser un película fluye en pos del objetivo superador.

Si olvidamos que en el medio existió la casi imperdonable A prueba de muerte (2007), podemos decir que en Bastardos sin gloria Tarantino vuelve a colaborar con su propio demonio, es decir, un ser de maldad profunda, poderoso pero con objetivos pequeños, egoístas y patéticos. El anterior había sido el Bill (David Carradine) de Kill Bill, la venganza: Volumen I (2003) y Volumen II (2004), aquí es Hans Landa, interpretado por Christoph Waltz (que no volvió realizar, por ahora, una actuación de esta calidad nunca más). Landa es un arquetipo del personaje de Tarantino, alguien beneficiado por el caos de la Segunda Guerra Mundial, que ha convertido a Europa en una sangrienta Torre de Babel. Un implacable cazador de judíos, que ejerce la crueldad y el poderío nazi, pero cuya principal arma es la palabra. Landa es un catalizador peligroso que se mueve por la trama exponiendo las incapacidades del lenguaje humano y a los demás personajes, él es quien tiene la vil capacidad de decir algo en este mundo indecible. Casualmente es derrotado por un bruto cowboy de pocas palabras, Aldo Raine (Pitt), porque nunca viene nada mal un poco de ironía para contrarrestar el cinismo europeo.

La otra columna de esta obra maestra es la venganza, uno de los temas principales de las ficciones del director de Tiempos violentos (1994). Probablemente esta sea la venganza cinematográfica más grande de todos los tiempos, y es una venganza total y caótica, cuyas esquirlas nos alcanzan a todos. Desde su condición de ucronía, Bastardos sin gloria primero atenta contra la Historia, y no le alcanza con caricaturizar a Hitler y matarlo a balazos. Tarantino monta una venganza múltiple, jugando a una de las ilusiones clásicas del cine (la gran mentira norteamericana): que un conflicto complejo y colosal se resuelva en una acción en un solo lugar, en un solo momento. Y ahí también estamos nosotros, frente a la pantalla que se incendia y nos amenaza. Los que logremos escapar nos llevaremos una esvástica en la frente. Pocas veces una película nos sacudirá tanto como la obra maestra de Quentin Tarantino.

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