Por Rodrigo Seijas
Durante el último Festival de Cine de Mar del Plata, Joe Dante sostuvo que lo verdaderamente innovador en el espacio audiovisual norteamericano ya no se estaba haciendo en el cine, sino en la televisión. Si tenemos en cuenta lo producido en los últimos tiempos, en especial en la última década, con series como 24, Lost, Los Soprano, The wire, Breaking bad, Boardwalk Empire, Mad men, Dexter, 30 Rock, The office, How I met your mother, entre muchas otras, hay que darle la razón. Estamos hablando de programas con estructuras narrativas fuera del ámbito hollywoodense, que muchas veces exploran temáticas y personajes que escapan de los convencionalismos que en su gran mayoría nos entrega la cinematografía estadounidense.
El ritmo de producción televisivo es constante y abundante, trabaja con grandes presupuestos y se permite contratar a directores y actores de gran renombre. Por eso no es contraproducente en la trayectoria de una estrella formar parte de elencos televisivos. Incluso les permite volver a impulsar sus carreras. Dos ejemplos bastante pertinentes acaban de llegar a la pantalla chica, y de hecho, ya pueden verse en la Argentina.
El primero es Luck, serie creada por David Milch (El precio del deber, Policía de Nueva York, Deadwood), cuyo piloto fue dirigido por Michael Mann. Hablando de este último, ya está quedando muy patente que le está costando cada vez más hacer avanzar sus proyectos cinematográficos, y razones no faltan: el ritmo de sus relatos -centrados en un desmenuzamiento muy preciso de los métodos, códigos y procedimientos de los profesionales- no posee una dinámica masiva, sus films suelen ser muy caros -últimamente no bajan de los cien millones de dólares- y tiene unos cuantos sonoros fracasos de taquilla -pensemos en Miami vice, Muhammad Alí o El informante-. Pero en una cadena como HBO quizás haya encontrado un hogar para desplegar su estilo tan reconocible y particular. El show se centra en el mundo de las carreras de caballos, desglosando a los diversos participantes de ese ámbito: apostadores, dueños de caballos, criadores, empresarios del juego, mafiosos, jockeys, valiéndose de un elenco espectacular: Dustin Hoffman, Nick Nolte, Joan Allen, Michael Gambon, Dennis Farina, John Ortiz, Kevin Dunn y varios más. El piloto despliega la multitud de protagonistas con llamativa parsimonia -lo cual no significa que sea un show fácil de seguir, al contrario, por momentos representa todo un desafío-, sólo abriendo las diversas tramas, como si hubiera una conciencia muy fuerte de que la temporada va a ser una gran película de por lo menos nueve horas. Hay mucho diálogo, pero eso no implica que se esté explicando todo al espectador, que evidentemente irá conociendo a los personajes muy de a poco. Con las variables temporales y espaciales hay una labor expresiva, donde se pasa de la aceleración a la contemplación, de la tensión extrema a la casi intrascendencia de las acciones, con espacios abiertos y/o cerrados que Mann explora en profundidad, tratando de sacarles todo el jugo, poniendo además la cámara bien cerca de los cuerpos. Luck tiene futuro: luego de la primera emisión, el canal emitió un pedido para una segunda temporada, a pesar de que los números de rating no fueron espectaculares ni mucho menos. La decisión se sostiene en las excelentes reseñas que tuvo el primer capítulo. Igual, esta ya es una conducta bastante usual en HBO: lo mismo hizo con Boardwalk Empire y Game of thrones.
El segundo programa a tener muy en cuenta es Alcatraz, la nueva creación de J.J. Abrams, o más bien, de su productora Bad robot, que parece ser un lugar con muchos cerebritos dando vueltas. Allí se apela a la figura institucional y casi mítica de la más famosa cárcel en la historia de los Estados Unidos, dándole un nuevo giro a la leyenda: según cuenta la trama, el cierre fue oficialmente por cuestiones de costos, pero en realidad lo que sucedió fue que una noche desaparecieron súbitamente los presos, aunque ahora están reapareciendo, y no precisamente con fines pacíficos. Un pequeño equipo se encarga de ubicarlos y devolverlos a donde pertenecen: una detective de San Francisco con varias razones personales para meterse en el asunto (Sarah Jones), un experto en Alcatraz (Jorge García, ex Lost) y un agente del FBI (Sam Neill), aunque el último de ellos es el que estuvo en todo el asunto desde el principio y es más que evidente que oculta más de lo que dice. El objetivo final es descubrir quién o qué hizo desaparecer a los convictos, dónde estuvieron, por qué y para qué volvieron. Aquí tenemos otra vez la fórmula del cast bien elegido de acuerdo a los papeles: Jones no es una gran actriz, pero con lo que tiene le alcanza para su rol; García ya a esta altura merece ser declarado el gordo más freak y simpático del mundo; y Neill vuelve a sacarle provecho a su noble ambigüedad. Sumémosle a eso una realización impecable y una composición musical tan efectiva como bella, a cargo de Michael Giacchino, probablemente el mejor compositor de la actualidad. Pero lo que en verdad destaca es como, al igual que en otras creaciones televisivas de Abrams, como Alias, Lost y Fringe, la arbitrariedad pasa a ser un valor positivo: desde el mismo inicio del relato (sólo se exhibieron cinco capítulos) empiezan a haber de esos giros narrativos que pueden dejar rápidamente fuera a muchos espectadores, pero convertir en adictos a otros, básicamente porque se los introduce como postulados, como pruebas de fe en lo que se está contando. Alcatraz es, no quepa duda, una serie que desde el principio se propone tirar la casa por la ventana, pisando el acelerador a fondo, con serios riesgos de estrellarse, pero también con la esperanza de llegar a la meta triunfante.