Por Daniel Cholakian // foto: David Pafundi
La mirada del fantasma, que ve todo desde cualquier lugar, ha decidido posarse sobre una vieja y nunca bien ponderada categoría laboral: Los Sinopsistas. Encuadrados en el gremio de periodistas, son aquellos encargados de realizar los resúmenes de los argumentos de las películas presentadas en el Festival. Algunos son capaces de lograr que el público concurra masivamente a ver una película sólo con esas diez líneas con las que convocan al potencial espectador. Otros presentan los films de un modo tal que el espectador al salir cree haber visto otra película que la que fue sinopsitada por el sinopsista. Pero los peores de todos son aquellos que en esas pocas palabras cuentan el final de la película. Tal es el caso del sinopsista de la película Porfirio, cuyo nombre nos reservamos, porque tememos que caiga sobre él la justicia popular.
Dicho esto recomendamos fervientemente Porfirio, como la mayoría de la crítica que la ha visto, pero pedimos por favor que eviten leer lo que sobre ella está escrito en el catálogo oficial del festival. Lo que magistralmente cierra la película en sus últimos veinte minutos, está absolutamente contado allí, rompiendo el clima y la tensión que el relato podría haber generado en aquellos que no leyeron previamente esa publicación. No es el caso del fantasma, que para colmo de males, se lo sabía casi de memoria.
La competencia internacional puso en nuestro camino dos películas que contaron con importantes producciones (tanto presupuestariamente como en cuanto a escenografías, vestuarios y elenco). L’apollonide, cuenta la historia de un exclusivo prostíbulo parisino a comienzos de siglo XX, en momentos que para el director constituye un fin de ciclo de la antigua aristocracia bajo el yugo definitivo de la modernidad burguesa. Con un demasiado estilizado modo de contar la explotación a la que se ven sometidas las jóvenes, la película expresa algunas ideas en relación con ello que en el marco de la belleza plástica de los cuerpos, del entorno y de las situaciones, produce cierta contradicción de orden estético. Los sueños de las chicas, algo recurrentes en su contenido cuando no en su forma, son aportados de un sentido común que no necesariamente tienen que ver con la historia de las mujeres explotadas. Novela romántica de orden trágico, pierde sus buenas intenciones entre problemas formales de varios órdenes.
La cuarta y última producción en la tetralogía del mal de Alexander Sokurov es Fausto. Obra en movimiento, que no para, con personajes que se desplazan constantemente entre las calles, las casas, los exteriores oníricos, cuenta de un modo muy personal y libre, la historia del Dr. Fausto, de Goethe. Haciendo eje en la aparición de la verdad y la ciencia, la subjetividad humana, el poder del hombre y la muerte de Dios, la película de Sokurov es un desafío plástico notable, bello, inmenso. Por momentos desmesurada y compleja, por momentos algo cercana a los clichés, este Fausto no exige del público más que libertad, entrega y un par de horas de su mejor tiempo.