La música es la película. O la película es la música. No. Mejor: sin música no hay película. Un violoncelista del montón que se queda sin orquesta. Su sueño se ve frustrado, vida nueva entonces. Daigo Kobayashi acepta el presente con un puntinazo al tablero: se va a vivir con su mujer a las afueras de la ciudad y consigue trabajo. Se busca ayudante de partidas, dice la sección clasificados. La ayuda requerida es, ni más ni menos, convertirse en un aprendiz de nokanshi, un antiguo ritual japonés que consiste en vestir, maquillar y perfumar cuerpos para velarlos.
Departures -ganadora del Oscar 2008 a mejor película extranjera (dejó de lado a Entre los muros)- es una película de alto vuelo. Y eso que el cielo no existe. Kobayashi encuentra en el arte del nokanshi un refugio espiritual y un respiro para reinterpretar su vida de músico y su infancia. La principal virtud del film es mostrar la muerte como un lugar donde también sucede la belleza. Y aunque se habla de otras vidas, otros mundos y demás misticismos, el foco de atención está en el cuerpo, en lo tangible, aquello que, en definitiva, tiene una existencia incuestionable.
Cada momento del ritual y la propia evolución del personaje están acompañados por piezas clásicas -aparecen composiciones de Beethoven y Bach- que generan una atmósfera exacta a la situación. No es cualquier cosa, es un muchacho que maquilla y viste cadáveres ante la mirada atenta de su familia. Frente a los cuestionamientos sobre lo macabro de la tarea aparece el arte, la sutileza y, fundamentalmente, el respeto.
En su casa a orillas del arroyo, Kobayashi regresa al pequeño violoncello que utilizaba cuando niño. Fotográficamente es brillante la metáfora sobre el nuevo comienzo, y la muerte es el eje central. Con un sonido primitivo en comparación con el de la orquesta que interpretaba la novena sinfonía a toda pompa, descubre la complejidad de lo cotidiano. Y en algún punto, de lo ineludible.
Ni al principio, ni al final, Kobayashi se convierte en un músico destacado. No hay, afortunadamente, lugares comunes para construir un supuesto despertar artístico. La música exhibe con maestría un cambio de actitud y de prioridades; teje un hilo narrativo paralelo a un desarrollo, se puede decir, filosófico. El film es una pregunta incisiva sobre problemas sin respuestas. La vida y sus límites. Las nuevas generaciones. La tradición. La fortaleza y la debilidad. Los prejuicios. El devenir. La aceptación. La necesidad de un final y las distintas posibilidades de enfrentarlo.