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La Roca (1996)



EL MEJOR MICHAEL BAY (Y QUE YA NO EXISTE)

Por Rodrigo Seijas

(@rodma28)

El concepto de “autor” suele utilizarse de forma positiva, para esos realizadores que nos gustan. Pero lo cierto es que podemos usarlo también con los que nos disgustan e incluso detestamos. Y aunque muchas veces un “autor” tarda en verse de manera cabal y necesita de varias películas para desplegar plenamente su personalidad, Michael Bay -al que detestamos- es uno que prácticamente desde el comienzo de su carrera dejó bien en claro su punto de vista sobre el mundo. Ya en su ópera prima, la espantosa Dos policías rebeldes, podía verse buena parte de las marcas de su cine: la estética publicitaria (planos contrapicados en cámara lenta de gente bajándose de su auto incluidos); la voluntad por romper todo lo que se cruzaba en el camino de la cámara; el humor grasa y patotero; la ideología facha; el machismo a flor de piel; y los personajes estereotipados. Claro que en un film de presupuesto acotado, lo cual limitaba su accionar. Es en La Roca, un proyecto mucho más grandote y con un elenco repleto de estrellas, donde terminó de plasmar prácticamente todas las huellas de su cine, incluida la apología constante del militarismo. Lo llamativo es que La Roca es una buena película, sin dejar de ser una muestra cabal de su estilo indigesto.

Como explicación del razonamiento anterior, que roza lo contradictorio, valga un ejemplo concreto, que es una secuencia de persecución donde el ex convicto y espía británico John Patrick Mason (Sean Connery reversionando en buena medida a su James Bond) escapa de las fuerzas de seguridad en un Humvee. A lo largo de su recorrido, destroza medio San Francisco, mientras lo persiguen, entre otros, el químico Stanley Goodspeed (un Nicolas Cage obviamente desatado), quien se había tomado el pequeño atrevimiento de robar una Ferrari para poder alcanzarlo. ¿Para qué escapa Mason? Básicamente para poder tener unos minutos con su hija, a la que prácticamente no vio en toda su vida. ¿Era estrictamente necesario hacer volar todo por el aire para arribar a ese encuentro del protagonista con otro personaje que apenas aparece unos minutos? Para nada, había mil maneras distintas de llegar a esa instancia. ¿Era la única secuencia de alto impacto que tenía el film? No, hay un montón de tiroteos, peleas y explosiones de todo calibre en la película. ¿Es un pasaje arbitrario dentro del relato? Es, de hecho, una de las secuencias más arbitrarias de los últimos veinticinco años de cine. ¿Funciona? Claro que funciona, y estupendamente, hasta podría decirse que es una de las mejores persecuciones cinematográficas de la historia. ¿Por qué? En parte porque en ese punto de su carrera, Bay todavía no estaba obsesionado con mover la cámara todo el tiempo y se ponía al servicio de lo que había que contar. Pero, principalmente, porque había personajes que, con sus ambigüedades y contradicciones, nos importaban y queríamos seguir mientras estábamos al borde de la butaca.

El gran diferencial a favor de La Roca eran sus protagonistas, a tal punto que el contraste era enorme cuando se lo compara no solo con Dos policías rebeldes, sino también con Armaggedon, el film inmediatamente posterior de Bay. Y eso incluía al villano -o más bien antagonista-, el militar (un Ed Harris perfecto), un profesional con motivaciones claras y hasta válidas, que además llevaba su posicionamiento ético y moral hasta el final. Era de hecho el personaje más complejo de toda la trama, a partir de cómo sus decisiones lo convertían en un ser marcado por un destino inevitablemente trágico. Y, al mismo tiempo, aportaba la dosis justa de seriedad en una película tan tensa como disparatada, además de sumamente divertida.

¿Qué quedó del Bay de La Roca en su carrera posterior? Todo, y a la vez, nada. Sí el estilo grandilocuente y explosivo, además del patriotismo exacerbado, por más que estuviera disfrazado de crítica a las instituciones gubernamentales. Sin embargo, jamás volvió a aparecer el verdadero cariño por los personajes, ese que los pone por delante de la ideología y el mensaje, y que permite empatizar con ellos a través del movimiento. A partir de ahí, salvo algunos fragmentos de la primera parte de Transformers, 13 horas: los soldados secretos de Bengasi y Sangre, sudor y gloria -que es en verdad una comedia centrada en personajes idiotas que parecen salidos de un film de los Hermanos Coen-, el cine de Bay ha sido pura superficie agresiva para los ojos, un envase vacío carente de humanidad.

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